Fragilidad y desazón
Todo suma, pero para restar. Al turbio panorama internacional, confirmado por la OCDE, con riesgos bajistas y el crecimiento más apagado en una década, se suma nuestra inestabilidad política que azuza la incertidumbre con el nuevo jaleo de más elecciones el 10-N. Los empresarios están entre desazonados y enfadados por la falta de seriedad, en un entorno en el que la desaceleración va ganando terreno. Y desacelerarse es sinónimo de menor actividad económica y eso equivale a menos ingresos, a forzosos reajustes de costes con los laborales – que andan subiendo últimamente y no solo por revisiones salariales sino como consecuencia de la elevación del salario mínimo y la mayor carga de las cotizaciones sociales; ambas referencias son una cortapisa para la creación de puestos de trabajo e incluso para mantenerlos – en el punto de mira, a frenar inversiones, a no contratar trabajadores o si se contratan hacerlo de manera temporal y no indefinida por las incertezas reinantes, y a descensos de la rentabilidad empresarial con sus consecuencias a medio y largo plazo…
España como destino inversor, deja de ser apetecible. Mientras la preocupación económica se concentra en el acontecer mundial y europeo, en España jugamos a las votaciones y a repetir elecciones. En un año, nos habremos gastado por ese cachondeo electoral 300 millones de euros, que sea por acá o por allá, serán costeados por Papá Estado. Más gasto público y más azotes a nuestras vulnerables cuentas públicas cuando el rumbo de los acontecimientos empeora sustancialmente. La economía mundial crecerá este año solo al 2,9%, Alemania sin vigor, la industria manufacturera en horas bajas y la bomba del Brexit a punto de estallar… ¡juguemos a las elecciones!
Si todo ese decorado ya es de por sí bastante confuso, dos puntos adicionales empañan aún más las perspectivas. El primero de ellos es que la desaceleración económica cristaliza en la marcha de los negocios. El segundo es que esos brochazos que ensucian el cuadro económico se producen justo cuando encaramos el último trimestre de 2019. La tendencia, por consiguiente, ante el próximo año 2020 no es la mejor. Siempre que un año acaba oscurecido económicamente, el siguiente se contagia de tales males. Eso significa que 2020 no tendrá que enfrentarse únicamente a sus propios riesgos, además los fantasmas infecciosos del tramo final de 2019 alargarán su sombra hacia 2020, handicapándolo.
Cuando el esplendor del estío toca a su fin, un baño agridulce de vuelta a la realidad caracteriza septiembre… Los nubarrones ajan el epílogo estival. El petróleo complica la ya de por sí dura existencia económica. Los atentados de Arabia tienen eco en el precio del crudo que, por otra parte, juega sus efectos carambolas y el coste de la energía aumentará. Arabia es el principal productor de petróleo y ve, de momento, reducida su producción a la mitad de los barriles. Incremento de precios, con el barril cotizando al alza y aguando las previsiones. ¿Hasta qué punto Estados Unidos será capaz, colocando en los mercados parte de sus reservas, de sostener precios para impedir que otra turbulencia empañe el escenario económico? ¿Y cuál será la respuesta de Trump a Irán?
Entre las economías avanzadas, Estados Unidos, por fuerza, se resiente de la contracción económica. Esa adversidad supone una complicación para las expectativas de Trump cara a la reelección en el año en que arranca la nueva carrera presidencial hacia la Casa Blanca. Siempre queda el resorte de la industria armamentística que suma poderosamente en el producto norteamericano. Suenan tambores lejanos con redobles belicistas… El petróleo sería la excusa intervencionista…