¡Feijóo, levántate y anda!

¡Feijóo, levántate y anda!

El Partido Popular, y también Vox, parecen más preocupados en lamerse las heridas tras el sorprendente resultado del 23J que en plantar cara al sanchismo, que sigue más activo que nunca. Se está instalando en la opinión pública que el PSOE y Sumar fueron los triunfadores de las elecciones generales, cuando fue el PP el que consiguió un magnífico resultado y Sánchez va a tener que recurrir no sólo a una parte, sino a la totalidad de lo peor de la política española, para mantenerse en el poder. Como dice el sabio profesor José Varela Ortega, los populares han de levantarse del diván, porque la situación del país es mejor que hace unos meses.

El líder del PSOE está en manos de un ilustre pirado y fanático como Carles Puigdemont, mientras PP y Vox acumulan un poder territorial increíble, que en una España autonómica es un contrapeso muy eficaz ante políticas totalitarias como las que podrían venir por parte de una hipotética nueva coalición Frankenstein. Además, el PP controla el Senado. En el peor de los casos Sánchez no va a tener barra libre como hasta ahora, y eso suponiendo que pueda mantener en todas las votaciones una coalición tan diversa y ajustada como la que necesita. Cuando no sea Pablo Iglesias quién le monte el lío, será Puigdemont o Junqueras. O Bildu o el PNV que se juegan el poder en el País Vasco en unos meses.

Eso suponiendo que Sánchez consiga su objetivo, que con Carles Puigdemont de por medio es mucho decir, dado que es un personaje imprevisible que ha decidido seguir la senda contraria a la de ERC. Si Junqueras apostó, con un desastroso rédito electoral como consecuencia, ser la muleta del PSOE, el líder de Junts ha seguido la vía de una pugna constante con el Estado. Y no le ha ido tan mal en comparación con sus adversarios de Esquerra. La presión sobre el prófugo de Waterloo es máxima para que apoye la investidura, pero hasta que se vote, habrá muchas sorpresas y peticiones inesperadas. Es Puigdemont el que controla el grupo en el Congreso, y es él quien decidirá el futuro de Sánchez. Y no olvidemos que en Cataluña comienza a coger fuerza un sector dentro del separatismo aún más radical que el de Junts que apuesta por la confrontación sin tregua contra el Estado, con personajes como Dolors Feliu –presidenta de la ANC–, o Silvia Orriols –alcaldesa de Ripoll–. Un pacto de Puigdemont con Sánchez les daría alas y restaría un importante apoyo electoral a Junts.

Por esto cuesta tanto entender como PP y Vox no están enchufados para apostar por una repetición electoral o, en el peor de los casos, para aprovechar las contradicciones que habrá dentro de la coalición Frankenstein para acabar con el Gobierno Sánchez. Las luchas internas en Vox, que han provocado la salida de la primera línea política de Iván Espinosa de los Monteros, y el despiste del PP, que parece estar resignado a cuatro años más de sanchismo, son un grave error. Hay mucho partido, y se puede ganar, porque Sánchez es mucho más débil ahora que hace tres meses. El catálogo de conejos que el líder del PSOE puede sacar de la chistera es cada vez menor. Sólo falta que PP y Vox se pongan las pilas, desarrollen al máximo las posibilidades del voto táctico si hay repetición electoral y hagan como Sánchez con Yolanda y el resto de aliados: nada de atacarse, mimos y caricias en público.

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