Feijóo contrata al disidente Fernández
Es Fernández un tipo recio, de presencia reducida y cuadrangular, y de cabeza imposible para un clásico cartel electoral, por eso no habrá forma de cambiarle el peinado como suelen hacer los malabaristas con muchos candidatos del postín. Fernández no tiene pelo; tiene un solideo. Pero es Alejandro Fernández un señor al que se le entiende todo, circunstancia casi insólita en la mayoría de los políticos de ahora mismo que farfullan palabras al estilo atropellado de Resines. Y, como se sabe todo lo que dice porque todo lo dice bien, es fama que se ha convertido en el mejor orador del Parlamento donde sientan el tafanario sujetos que, aunque hablen en catalán (en castellano no pronuncian palabra alguna) sus presuntos oyentes se quedan literalmente in albis.
Como a Fernández se le escucha, a Fernández se le teme porque muchas veces se sale de las casillas de la heterodoxia y sienta cátedra de disidente oficial. Hace tiempo que la tiene tomada con los indepes que se hacen los moderados, aunque es verdad que ya no quedan muchos de esta jaez pero algunos todavía se camuflan así. Su conclusión es que estos tipos no valen ni como teloneros de aquellos Roca, Durán o incluso Molins; son unos ágrafos en dos idiomas (alguno es idiota en tres porque mastica un poco el inglés) que a estas alturas ya se han despojado del disfraz de mendicante nacionalista y se han puesto el escuchimizado del Tarzán secesionista. Ocúpense ustedes un poco de Turull y díganme si le invitarían a dar (mejor dicho, a propinar) una charla en su salón parroquial.
A Alejandro Fernández le revientan estos costaleros de Puigdemont, pero le irritan sobremanera más los que van de de puros, de celadores de las esencias, herederos de aquel imbécil doctor Robert, alcalde que fue de Barcelona que, durante muchos años, mantuvo que el cráneo de sus congéneres y paisanos era mucho más abultado que el de los pobres charnegos que un día decidieron establecerse en el antiguo Principado. La superioridad de la raza. Con esta segunda ralea y al grito de: «¡No todos son malos!» se han intentado entender intérpretes de Feijóo porque, tópica y angélicamente: «Son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan». Bobos del haba. Han estado mamoneando los voluntariosos muchachos de Feijóo con esta cuadrilla de encelados por ver, primero, si conseguían el voto en una investidura para el jefe y, segundo, para entrever si alguna vez estarían dispuestos los Junts a arrear una moción de censura al formidable embustero que es Sánchez. A lo mejor han sorbido juntos un calçot, ahora que están de feria, o han devorado a un excelente salchichón de Vich, lugar donde ya no habita un sólo español que pueda residir amablemente allí, pero eso es todo lo que han conseguido. Se han vuelto a la patria hispana con las manos vacías y con el mensaje transmitido, eso sí, de que «ha valido la pena intentarlo».
Y aquí ha entrado revalidado en escena Alejandro Rodríguez que, en el mejor de sus discursos no afectados de castelarismo, ha hecho saber, como siempre, que con estos mendrugos anticuados del secesionismo no se puede ir ni a recoger una herencia porque o se la quedan en la buchaca o la pierden en el camino. Fernández en el recreo de Feijóo pocos le han querido escuchar, menos aún entender, o en ningún caso compartir análisis, por eso, todos sus denuestos contra los segregadores han parecido, en primer lugar, erróneos, y en segundo lugar heterodoxos o inclementes con el patrón. Por cierto, el único que no ha dicho nunca nada al respecto, por lo menos en público, ha sido éste que probablemente ha terminado harto de las chapas inclementes que le han suministrado algunos circundantes a costa de Fernández. Y, como no han podido demostrar que el ahora candidato estuviera equivocado, le han machacado (digo que a Feijóo) con la monserga de que Fernández, literalmente, «no ha hecho partido». Y ahí, sólo ahí, han estado en lo cierto aunque, veamos: ¿lo hizo acaso Vidal Quadras al que un pagés le causaba erisipela, ¿lo hizo el llorado Josep Piqué, tan querido en las élites del Circle y tan ignorado en las granjas del interior?, ¿y Albiol que no pudo trasladar su modelo de éxito de Badalona a Gerona?, ¿y algunos otros más que no abrieron sedes en otro lugar que no fuera Sarriá? Pues entonces. Fernández no ha hecho partido porque en Cataluña los únicos partidos que se juegan verdaderamente son en el Nou Camp, ahora de forma provisional, en Montjuic.
Al final Feijóo ha descolgado a última hora el teléfono de Fernández y le han encargado la misión posible y deseable, pero aún hipotética, de multiplicar por cinco los resultados del 19. De tres escaños a 15; eso no se ha visto jamás en Cataluña. De entrada, a Fernández le han salido rana los residuos líquidos de Ciudadanos con el agreste Carrizosa al frente, que van a obtener un primoroso 1,2% de votos que no le darán escaño alguno pero que, a lo peor, le restan uno al Partido Popular. Vox va a lo suyo porque se piensa más autónomo que la Superliga de Florentino Pérez, o sea, que ¿en qué caladero puede pescar Fernández? Pues hagan caso a algún periodiquero de «obediencia Puigdemont» que aconseja, como lo escribo, que mueva la cesta electoral del tristímismo Illa, ese que en sus tiempos de Sanidad mataba a los pacientes de aburrimiento y desazón. Curiosamente, fíjense, a Fernández le han recibido los medios con algún respeto, incluso el presidido por alguien que ni es grande, ni es de España. A lo mejor es que algunos previsores le piensan necesario para la noche del 12 de mayo. Tal parece que su candidatura ha sentado bien en las Ramblas y que Feijóo, que se ha hecho esperar más que La Tafallesa, ya desoídas las presiones endógenas, ha fichado a un disidente al que, encima, eso es lo peor, se le entiende todo porque, como los enfáticos locutores del franquismo, tiene «tonillo». En su caso un musculoso tono, el de un resistente, que se la juega en esta oportunidad. Y con él, todos los demás.