Feijóo y los complejos

Feijóo

En España siempre gobierna la izquierda, incluso cuando está en la oposición. No te has tomado el primer café del día y ya te está marcando la agenda. Abres los periódicos por las noticias que genera e impone el ventilador mediático siniestro, que remueve el ruido allí donde no le alcanza a mover las ideas. Los tempraneros tuits que motivan tu indignación los provocan, con seguridad, portadas dictadas ad hoc por amanuenses del sanchismo o echeniques esputando unicornios consagrados en forma de condena digital. Llegas a los debates de media mañana y te das cuenta que la corrupción no es la misma si la protagoniza la derecha o la izquierda. La duración del especial televisivo viene marcada por las siglas a las que pertenecen el sujeto corrupto. La Brunete mediática acelera para la hora de los informativos y en prime time te abanican con la turra argumental del momento: la causa feminista importa si la impulsa el Gobierno. Y deja de importar cuando, por culpa del Gobierno (y sus leyes) las mujeres víctimas aumentan en vez de disminuir. El negocio climático inaugura escaleta si Su Sanchidad acude al foro. Si no, que al planeta lo salven otros. Y así con cada causita. A media tarde, meriendas con millonarios progres que te dicen que la verdad es violencia política, pero que insultar a la derecha es jarabe democrático. Cuando te vas a dormir, la sensación es que si eres de izquierdas, a pesar de todo, vives rodeado de fascistas y machistas que quieren hacerte la vida imposible. Si, por el contrario, la izquierda te queda tan lejos como tu voluntad de ir al gimnasio cada primero de enero, tal vez te consueles pensando que ningún día será igual a otro.

La izquierda vive de exigir a los demás lo que deben decir y cómo deben decirlo. Es la que impone los temas y argumentos que deben debatirse en las Cortes e incluso aconseja al opositor sobre el tono a usar en sus intervenciones y réplicas. La izquierda es Jose Luis Moreno metiendo la mano a ese Monchito eterno que es la derecha acomplejada, que cuando habla con muecas repetidas solo despierta risa en el palmerismo ilustrado.

Sin embargo, en el paraíso atribulado de Génova 13 hemos percibido hilitos de resurrección política esta semana. De momento, sólo son hilitos. Feijóo decidió dejar de ser Feijóo para ser la oposición que espera media España. Sorprendió su intervención en el Senado. No por sus formas, siempre correctas, educadas y edulcoradas, como las que usaban los ascensoristas antiguos, esos que te abrían la puerta y te daban moderado palique, aunque servidor siempre prefiera los eternos silencios de la subida. Sorprendió el gallego por la dureza de los adjetivos utilizados contra Su Sanchidad felona. Contaba el otro día Graciano Palomo que la decisión de salir al ataque, huyendo del bloque bajo que tanto gusta al fútbol cholista y a los políticos acomplejados, partió de la privilegiada cabeza de su mentor, Romay Beccaría, quien aconsejó a Alberto subir de decibelios retóricos y asustar al gallinero progre, acomodado hace tiempo a gobernar y ser oposición.

Feijóo, más cerca de Rajoy que de Maura, y de Gil Robles que de Castelar, sabe que su oratoria arremangada no puede limitarse a epítetos forzados ni a solturas dialécticas obligadas. En el espejo de McLuhan comprobará que lo mediático es el mensaje. Debe por ello mandar a sus mesnadas a reprobar, en la tribuna de la calle y de las teles, a cada ministro que, en el ejercicio de sus funciones, roce el delito moral y la felonía manifiesta. Poner el foco de cada sindiós legislativo en ese Jocker político convertido en autócrata de sonrisa impostada, cuya estridencia ha roto las costuras de un país que cosía sus fracturas con cada Mundial de fútbol. Ya, ni eso funciona.

Y, sobre todo, Feijóo tiene que romper la baraja. Si asegura que cuando gobierne, impulsará una mayoría parlamentaria que provoque una reforma de la ley electoral para impedir a nacionalistas y batasunos condicionar la gobernabilidad del país, clave de bóveda de la deconstrucción nacional e institucional actual, ni Tezanos podrá evitar lo inevitable, ni un PSOE moribundo y catatónico, consecuencia natural del paso del sanchismo por sus siglas, podrá oponerse al deseo de una ciudadanía agotada de gobierno y, de momento, huérfana de oposición y alternativa. Está a tiempo. Pero sin complejos, Alberto, sin complejos.

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