Fanfarria y embustes ‘sanchistas’ para una España en coma

Fanfarria y embustes ‘sanchistas’ para una España en coma

Estaba yo en Telemadrid el pasado miércoles 14 de abril cuando a las nueve de la mañana la cadena conectó con el Congreso de los Diputados donde el petimetre que nos gobierna presentaba por enésima vez su ‘Plan de Resiliencia’ para que la nación gane la ‘Champions League’. Y allí compareció el personaje siniestro empezando su discurso con un elogio a la República del 31 cuyos presuntos éxitos vinculó “luminosamente” con la aprobación de la Constitución española de 1978 y luego con la entrada del país en la Unión Europea en 1985.

Como todo el mundo de cierta edad ligeramente informado y ayuno de sectarismo conoce, la Segunda República fue un excremento histórico porque la izquierda mostró desde el principio su resistencia y hostilidad a la sola posibilidad de que la derecha gobernase en aquel régimen del que se sentía propietaria como derecho de pernada; se rebeló repetidamente contra el poder establecido impulsando la revolución en Asturias en 1934, antes había quemado conventos y perseguido a los representantes de la religión católica, y luego promovió el ajusticiamiento hasta al punto de asesinar al líder de la oposición, preludio del Levantamiento y de la consecutiva y desgraciada Guerra Civil a la que abocaron irremediablemente los progresistas de entonces, muchos de ellos prosoviéticos. Destacadamente, los socialistas, a los que sólo redimió de sus pecados la Transición hasta que sobrevino Zapatero y ahora su hijo putativo Sánchez.

Para afianzar mi tesis diré que este pasado 14 de abril, el periódico El Mundo reprodujo una entrevista en el periódico hispano de Nueva York La Prensa, datada el 21 de febrero de 1936, en la que el socialista Largo Caballero, que todavía tiene una estatua en Madrid, decía que estaba dispuesto a ocupar el poder por la fuerza, que se establecería una dictadura proletaria, y que habría “Soviet en España en cuanto caiga Azaña”. Si son un poco perspicaces, se darán cuenta de que Sánchez es un heredero genuino del nocivo ‘largocaballerismo’, al que blanquea sin escrúpulos el Gran Timonel.

Esa república supuestamente democrática e impecable, culta y sensible que dio carta de naturaleza a enormes avances sociales jamás existió, pero sigue cociéndose a fuego lento en la mente descabellada de los progresistas de ahora. Y Sánchez la elogió deliberadamente porque no pierde la ocasión de sembrar la división social y la discordia civil. A sabiendas de que iba a remover a la oposición y a la gente de bien que tuvo la ocurrencia de escuchar su discurso y a la que repugna el cúmulo de desatinos en que incurrió la izquierda en aquellos años trágicos, que contempla como una de las páginas más tristes de la historia. Como buen profesional de la crispación, señor Sánchez, primero desatas la ira justificada de tus adversarios políticos tergiversando los hechos y a renglón seguido llamas al consenso de los ofendidos. ¿Se puede ser más SINVERGÜENZA, con mayúsculas?

Esta fue la introducción divisiva de Sánchez para luego pedir apoyo al plan que ha elaborado el Gobierno a fin de recibir los 140.000 millones que nos ha prometido Bruselas para combatir las secuelas devastadoras de la pandemia. Trató falsariamente de enlazar ese culmen modernizador que jamás consiguió la Segunda República con el magno acontecimiento que tenemos en ciernes: la oportunidad de impulsar de nuevo la mayor modernización del país desde nuestra entrada en la UE. Pero este ejercicio de propaganda feroz ni tiene sostén ni tampoco fundamento. España es ahora un cadáver. La producción ha caído más de un 10%, mucho más que en el conjunto de nuestros socios; el déficit público está en el entorno del 11%, que es la cota que obligó a Zapatero a revertir su política desquiciada en 2011 para evitar la intervención de Bruselas. Las empresas acumulan pérdidas globales superiores a los 300.000 millones. El país tiene un 11% de parados más que un año antes y acumula una destrucción colosal de tejido productivo, con más cien mil empresas en el desolladero.

Hasta la vicepresidenta Nadia Calviño ha tenido que reconocer que el crecimiento de la actividad será este año más de tres puntos inferior a la prevista, reconociendo paladinamente que el proyecto de presupuestos es inservible y tendrá que ser parcheado con las ocurrencias legendarias de la coalición socialcomunista a los mandos. Como bien ha descrito el ex ministro Josep Piqué hace tiempo que España habría quebrado de no ser por la compra masiva de deuda a cargo del Banco Central Europeo y por nuestra permanencia en el proyecto común.

En estas condicionen tan dramáticas plantear una reforma tributaria para acercar la presión fiscal a la media de la UE es un atentado al sentido común. La imposición sobre el capital y la propiedad en nuestro país ya es una de las más altas de Europa en términos de PIB. Las cuotas sociales que pagan religiosamente las empresas están entre las más elevadas, constituyendo un freno para la creación de empleo, y sólo estamos por debajo en lo que se refiere a los impuestos especiales, las tasas, los precios públicos y el IVA, en el que muchos productos se benefician con pretextos espurios de los tipos reducidos.

En todos estos casos, claro que hay margen para aumentar la recaudación sin castigar la actividad económica ni destruir los incentivos para crear nuevos negocios y generar trabajo. Pero los aires del Gobierno van por otro lado. Por aumentar la presión de los impuestos directos y castigar más a las sociedades, que viven los tiempos más difíciles en décadas, aprovechando la munición prestada por instituciones que parecen haber perdido el norte como el FMI, así como por la mano derecha del presidente americano Joe Biden, la señora Yellen, que quiere armonizar mundialmente la fiscalidad empresarial para detener a los que mejor lo hacen.

Si en España se recaudan menos ingresos fiscales que en la UE es porque nuestro país tiene una tasa de ocupación muy baja y un desempleo escandaloso, pero en el plan que ha de enviarse a Bruselas en breve, y que debe recibir el visto bueno para desatascar la llegada de los fondos no hay detalle alguno sobre las reformas estructurales largamente deseadas por las autoridades europeas que servirían para mejorar nuestra eficiencia recaudatoria. En lo que se refiere al mercado laboral, sólo el apunte de reducir las modalidades de contratación, pero nada en cuanto a profundizar en la flexibilidad laboral para ampliar el margen de maniobra de las empresas. Más bien al contrario, cualquier eventual modificación de la negociación colectiva y de las condiciones de trabajo se fía a un acuerdo con los agentes sociales.

Dada la progresiva radicalización de los sindicatos -ahora en plena campaña en favor de la izquierda en las elecciones en Madrid- y su trayectoria como fuerzas reaccionarias contrarias al progreso, al desarrollo económico y la creación de empleo, la inevitabilidad del pactismo es una garantía de que, como mínimo, no se aprobará nada con la potencia necesaria para impulsar la actividad, con la posibilidad abierta de que incluso se puedan dar pasos atrás dramáticos en la mejora del sistema productivo.

Atrapar la racionalización tan deseada del modelo de pensiones en las discusiones bizantinas en el seno del Pacto de Toledo es un nuevo impedimento de cara a elevar la edad de retiro y ampliar los años de cotización para tener derecho a una jubilación completa, que se suma al deseo declarado del Gobierno de revalorizar estas prestaciones sociales sin tener en cuenta el factor de sostenibilidad del sistema, que el PP implantó con acierto, y luego liquidó de manera infame por el prurito electoral.

El resumen no puede ser más demoledor. Podemos recibir miles de millones de Bruselas para recomponer la economía española, pero tenemos como gestor de la transferencia al personaje más incapaz de demostrar atisbo alguno de solvencia. No lo ha hecho durante la pandemia -multiplicando el número de fallecidos y desocupándose de su consuelo-, no ha estado a la altura del apoyo imprescindible al tejido empresarial, es el más retrasado de Europa en términos de vacunación y desde luego el menos comprometido en el reforzamiento del sistema económico. Es un ser desgraciado y nocivo que sigue añorando y venerando, como Zapatero, la Segunda República. Letal para el futuro de España.

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