Fabricantes de dramas

jóvenes adolescencia

Cuando repaso minuciosamente la prensa patria, en busca de algún vuelo de hada que me oprima un poco el corazoncito para arrancarme a teclear, termino con el ánimo por los suelos. Parece que el mundo se acaba en cada esquina de página, que el momento actual es siempre el peor de la historia de la humanidad, que los avances científicos nos van a destrozar, que la juventud vive en un fango deshonesto, del que no podrá salir jamás; por no mencionar las aburridas chorradas que se vierten en los textos de algunos reconocidísimos «periodistas». Pero nada es demasiado dramático y se soluciona rápido, pasando la página.

Mi última columna aludía a la frivolización del término «salud mental». Este domingo pasado, de nuevo, las cabeceras más veteranas -y no por eso más certeras- comercializaban, mediante intensos reportajes, con una juventud que algunos consideran que penetra los supremos arcanos de la perdición. Según sermonean, las pantallas los están destrozando, todos son bisexuales, toman pastillas cuando van de fiesta, viven en una continua depresión sin salida, y sus ídolos tienen un pie en el psiquiátrico. ¿Se acuerdan cuando nos decían que el exceso de televisión era muy nocivo? ¿No les suela la cantinela? Nadie se ha quedado taradísimo por ver esa “caja tonta”, que yo sepa. Ahora la televisión es sanísima y los ordenadores son bombas destrozadoras de neuronas.

Tengo tres hijos saliendo de la complicada adolescencia. No voy a negar que es una etapa muy difícil para ellos y para nosotros, sus padres. Esto es una realidad constatada y ¡pobre del que no la pase!, pues eso significa que vendrá más tarde, llevando al «perfecto hijo» a perder los papeles cuando ya no corresponda. Las tonterías hay que hacerlas con la edad de las tonterías, valga la redundancia, que es el período que va desde el fin de la niñez hasta el inicio de la adultez, variando según el individuo. De mayor, también se hace alguna de vez en cuando, pero es que nadie es perfecto de manera continuada y sin descanso. Seamos realistas e imperfectos, para poder dormir a gusto.

A mi alrededor, y a través de estos jóvenes con los que convivo, sólo veo una generación estupenda de chicos mucho más espabilados de lo que éramos nosotros, con las ideas bastante claras, con verdadero sentido del deber y del sacrificio, que dominan la tecnología de manera formidable, con un uso práctico y comedido, que se cuidan en la medida justa para sentirse bien y atractivos, que atienden sus relaciones con afecto y detalle, que se ayudan entre ellos en los momentos difíciles, que tienen ilusiones y proyectos firmes, con los que se comprometen con seriedad, y que esperan complacientes el momento en que encuentren a la persona con la que formar una familia, sin prisa, por supuesto, pues aludo a chicos que inician la veintena.

No sé si es que soy una afortunada, si vivo en un micro mundo de color rosa y que, saliendo de mi círculo social más íntimo, todo se tiñe de tonos más sombríos o es que lo macabro vende y divierte. Todas las posibilidades de suavidad y amargura, de beatitud y de horror se han pisado con el zueco de la parodia desde la Antigüedad, no pretendan descubrir nada nuevo. Ni el mundo se acaba, como decía el ministro Castells, al que tanto echo de menos porque pocos cómicos como él ha dado Cataluña, ni la juventud está pervertida, ni el mundo es un estercolero de zumbados, ni la inteligencia artificial es el peor invento del hombre. ¡Venga ya, menos lamentos!

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