Estrategia de guerra antivirus

Estrategia de guerra antivirus
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En estos momentos de tanta incertidumbre, los comportamientos sociales más reactivos permitirían desempolvar los antiguos tratados sobre la psicología de las masas pero, para ser ecuánimes, los gestos colectivos de solidaridad y altruismo compensan afortunadamente los efectos de la estampida. Los factores miméticos incrementan el pánico, con rasgos de egoísmo salvaje, y a la vez son noticia venturosa las adhesiones a una cierta idea del bien común. La cuestión estriba a ser qué duración puede tener la resiliencia altruista y qué impacto de desmoronamiento puede alcanzar el miedo colectivizado.

Un editorialista de “Les Echos” define la situación como una guerra. Acaba la normalidad cotidiana, se cierran fronteras, vivimos bajo la ominosa presencia de una amenaza directa. Alguien puede contagiarnos, alguien que tal vez no se ha tomado en serio la presencia del coronavirus y que, por irresponsabilidad, puede infectar a sus vecinos, sus hijos o sus mayores.

Eso quiere decir que la política que quiera estar a la altura de las circunstancias debiera saber sobreponerse temporalmente al legítimo interés partidista, sin dejar de lado la fiscalización institucional y exigir transparencia. Cuanto más concertadas sean las ofensivas contra el virus, y cuanta más confianza den a pesar de la angustia, más cercana puede estar la posibilidad de revertir la contención y pasar a la fase de aniquilamiento del enemigo. Y luego vendrá la valoración exacta de las consecuencias económicas desastrosas. Difícilmente lograremos controlar los males de ese virus si no sabemos controlar nuestros miedos e instintos, si no se respetan las normas de disciplina colectiva que una sociedad libre debe auto-imponerse en las circunstancias de signo catastrófico. De convertir el estado de alarma en una suerte de juego del escondite la sociedad española perdería la consistencia necesaria para, en primer lugar, ganar la guerra anti-virus y, en segundo lugar, urdir con prudencia las políticas económicas para recuperarse lo más pronto posible.

En su novela “La peste”, Albert Camus describe las tensiones, males y absurdos trágicos en la ciudad de Orán, asediada por una plaga mortífera, la peste bubónica. Esa plaga, según Camus, es una guerra y recuerda que cuando estalla una guerra la gente dice: “Eso no durará porque es demasiado terrible”. Pero añade: “Y sin duda una guerra es ciertamente demasiado terrible, pero eso no impide que dure”. En nuestro caso, el enemigo es invisible salvo para los investigadores que, de modo incesante, escrutan su perfil letal en los microscopios.

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