El Estado o nosotros
A los jubilados le suben de nuevo la pensión y las viudas de Marx saltan de alegría por el futuro arruinado de sus nietos. Es lo que tiene pensar a corto plazo también como ciudadano, que el mundo se acaba cuando dejamos de estar en él y no cuando el relato woke lo impone. Ahora que ya media España depende del Estado para tener un motivo con el que levantarse por la mañana, concluimos que el socialismo gobernará hasta que la pobreza en las calles sea tan lastimosa que las charos ya no celebren la subvención ruinosa y se rebelen ante el exilio irremediable de su propia sangre. Pasó en Argentina.
Mientras llega ese improbable momento en la España abúlica y conformista, alegre en los bares y quejicosa en las redes, recemos para que sigan en pie las dos instituciones que el peronismo sanchista aún no ha conseguido derribar: la Judicatura y la Casa Real. Si cree, quien esto lee, que el Gobierno o alguno de sus imputados miembros, incluyendo al Presidente y consorte, se van a ir por voluntad propia, o van a convocar, en un arranque de dignidad, elecciones anticipadas, o dimitirán bajo palio de perdón y propósito de enmienda, abandone toda esperanza. Del delincuente se espera recapacitación. Del reincidente, castigo. De Sánchez, maldad planificada.
Porque hace tiempo que esto no va de comunicación, estrategia política y cálculo electoral. Va de justicia, de acabar con los delincuentes, de recuperar la democracia saqueada, de impedir el fin de nuestra libertad y de hacer caer a los golfos que roban y mienten con el dinero de todos. Y aquí es cuando surge el debate que pocos se atreven a plantear en la plaza pública, aún menos los garantes de la continuidad socialista, agresiva o templada, que, como el grifo del agua, parecen separados en la distancia, pero forman parte del mismo tronco metálico y conviven bajo la misma estructura. El problema se llama Estado. Y los partidos que lo representan, cómplices del mismo. Acabar con los partidos del Estado es el gran reto de la sociedad del bienestar occidental si deseamos un futuro próspero y libre. Lo contrario es la regresión moral y física y la conversión en autocracias controladas por el globalismo o en democracias totalitarias al servicio de la progresía millonaria. Lo escribió Orwell, lo anunció Gramsci, lo financia Soros y lo patrocinan los eurócratas de Bruselas y la organización de tiranos unidos.
El Estado como artefacto político es una gran maquinaria de saqueo y extracción de las capacidades productivas y contributivas del pueblo. El Estado son el PSOE y todo su aparato de propaganda y represión al servicio del robo, la mentira y el terror. Para muchos ciudadanos, esto supone agua bendita a su condición de vago estabulado o parásito reconocido, un estatus social que garantiza ser mantenido con la condición de sostener al socialismo como modelo y parar al fascismo como lema. En realidad, el peronismo estatal que hoy nos gobierna, el partido del Estado al que pertenecen millones de corderos pastoreados, es una carcoma insufrible, una polilla molesta y permanente cuya existencia se justifica en hacer la vida imposible al que emprende y arriesga su dinero y patrimonio con el único fin de prosperar y mantener a su familia. Asistimos al derrumbe moral de la nación, donde una parte de la sociedad intenta salir adelante mientras observa a la otra imponer lecciones desde el sofá y consumir sus horas en aplaudir al autócrata en sus balcones. Nunca hubo un bucle más melancólico que el de la paguita nacional de quita y pon.
Por mucho que subrayemos la verdad, conviene repetirla cada día. Para que, cuando la ruina llame a la puerta, no digan que no avisamos de la putrefacción. Del Estado dependen ya casi la mitad de ciudadanos españoles, entre pensionistas, trabajadores públicos, receptores de ayudas necesarias y mantenidos por la gracia divina y benefactora de un paternalismo inquietante y ruinoso, que llama protección a lo que siempre fueron dádivas con contraparte, y que ha convertido la casa común en una ONG sostenida por contribuyentes menguantes cada año. Poco a poco, el exceso de grasa que amenazaba con subvertir la salud económica del país ha acabado en sobrepeso incontrolable, basado en una deuda pública disparada y disparatada, unas pensiones sobrealimentadas, unas ayudas sociales interminables y la creación de un cuerpo parasitario que se inicia en la clase política y acaba en sus mantenedores, ciudadanos adocenados en el ingreso mínimo vital y en la pereza sin remedio. Todo vale para el zurdo estabulado mientras en su mentalidad de unicornio la ultraderecha no gobierne, feliz en ese amasijo de incongruencias que consiste en revertir el pasado para tranquilizar su presente. El futuro sólo existe para ser subvencionado. Y el Estado, para no ser revertido en su función y capacidad. Si sobrevive a este nivel, España será una pista de baile llena de charos y jubiletas saltando sobre el cadáver de su progenie.