Educación y economía van de la mano

Educación

Sin duda alguna, tanto desde el punto de vista individual como desde el de una sociedad, no hay mejor inversión que la que se hace en educación, pues mejorar la formación de los estudiantes es la base de una mayor capacitación de los mismos, que permitirá contar con mejores profesionales en el medio plazo y, así, incrementar la prosperidad.

Esa inversión en educación tiene que sostenerse en, al menos, tres pilares: importante financiación a los buenos estudiantes sin recursos, inculcar la máxima de que no hay éxito sin esfuerzo y sacrificio y grabar en los estudiantes una forma de proceder que se base en el honor y el respeto.
Pues bien, la política educativa del Gobierno de la nación no respeta ninguno de estos tres principios, ni en la parte no universitaria ni en la universitaria; al contrario, los destierra y sustituye por postulados antagónicos.

De esa manera, vemos cómo el Gobierno no se preocupa de movilizar becas adecuadas y cuantiosas para que los estudiantes brillantes que no tienen recursos para pagarse una carrera puedan contar con ellos mediante una ayuda que la sociedad les facilite para que se puedan dedicar por completo a su función, que es estudiar y formarse para ser unos grandes profesionales del futuro, cuando, con su esfuerzo y logros devolverán a la sociedad todo lo anticipado mediante esas becas para que, entonces, otros alumnos brillantes sin recursos puedan seguir su camino.

En lugar de llevar a cabo esta medida, el Gobierno otorga múltiples becas minúsculas donde la exigencia de méritos para acceder a ellas queda muy rebajada, que, en muchas ocasiones, obliga a que los alumnos brillantes sin recursos tengan que trabajar para poder subsistir al tiempo que estudian, motivo que puede bajar su rendimiento actual y su contribución futura a la sociedad por no haberse formado tan bien como deberían al no poder haberse ocupado sólo del estudio. Eso lo hace el Gobierno para repartir muchas más becas, pero pequeñas y en muchos casos dirigidas a alumnos que no acreditan la excelencia necesaria para ello, rebajando los umbrales de nota con los que se puede acceder a solicitar una beca a niveles académicamente muy bajos. No debe quedarse ningún alumno brillante sin estudiar por falta de recursos, pero debe exigirse que quienes sean becados accedan desde unas notas excelentes y mantengan las mismas a lo largo de su formación. De otra manera, lo único que se hace es restar recursos para quienes son brillantes y no pueden costearse sus estudios. Debe haber menos becas pero mucho mejores, para quienes realmente las necesitan y acreditan ser académicamente merecedores de las mismas.

Tampoco respeta el segundo principio expuesto, el de que no hay éxito sin esfuerzo y sacrificio, pues con su política de poder pasar de curso con varias suspensas durante la época escolar o, incluso, llegar a obtener el título de Bachiller con alguna asignatura suspensa, da a entender que todo se puede conseguir sin más, sin estudiar, sin esforzarse. Eso lanza una muy mala señal para los estudiantes en cuanto a su formación como personas adultas y profesionales del futuro.

En tercer lugar, el honor y el respeto tampoco se ven fomentados con la política educativa actual, pues si se propone ahora que un alumno no pierda una beca en caso de que haya copiado, por ejemplo, o no se mantiene la necesaria obligatoriedad de respetar los bienes que las universidades ponen a disposición de los estudiantes, ¿qué mensaje se enviará a los jóvenes, que se están formando como profesionales y como personas? Muy negativa, sin duda, que derivará en lamentables resultados.

Ahora, Sánchez anuncia en un acto de su partido, que reforzará con un plan de 500 millones de euros las áreas de matemáticas y comprensión lectora, tras la imposibilidad de negar por más tiempo el desastre al que el socialismo ha llevado a la educación. Muy tarde trata de reaccionar Sánchez. Además, no es cuestión de más dinero, sino de unos buenos planes educativos, que enseñen, que obliguen al esfuerzo, donde haya aprobados y suspensos sin edulcorar, porque sólo así se incentiva el estudio. Y la educación no es más que la base de la economía futura, de manera que si la educación de ahora es mala, si sus rendimientos son pésimos, desembocará en una peor estructura económica en el futuro, que es el lugar al que nos lleva el maltrato de la educación por parte de la izquierda.

Recordemos las palabras de quien fue ministro de Universidades, Sr. Castells, al decir que «condenar a un alumno por un suspenso es elitista», cuando un suspenso simplemente muestra que la materia no está dominada mínimamente para ser superada. No se trata de elitismo, sino de conocimiento de lo que se estudia. Si se avanza por el equivocado camino seguido hasta ahora, cada vez tendremos estudiantes peor formados, que serán peores profesionales y que terminarán por ser menos productivos a la hora de trabajar, empeorando la competitividad de la economía, que reducirá la actividad económica y el empleo futuros. El Gobierno debería rectificar y apostar por la excelencia, el mérito, el esfuerzo y las verdaderas ayudas para los estudiantes brillantes que lo necesiten, en lugar de implantar su ramillete de ocurrencias que menoscaban la formación de los estudiantes.

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