¿Y dónde están los activistas de derechos humanos?

La nefasta gestión del Gobierno socialcomunista de la crisis del coronavirus ha puesto a España en la picota del modelo de gestión sanitaria, económica y social. Sin embargo, convendría sumar a ello el retroceso en calidad democrática que el Gobierno practica y que, por ahora, los españoles aceptan con resignación. Hay que decirlo alto y claro, nuestros derechos y libertades han sido mermados. Ahora mismo los españoles no sólo no pueden reunirse libremente como establece el estado de alarma o circular libremente; tampoco tienen acceso a la información de manera transparente; los periodistas no pueden ejercer su derecho a preguntar y ser respondidos por el Gobierno; los fotógrafos no tienen acceso al epicentro de la noticia; el Parlamento está cerrado; los juzgados están paralizados; el presidente se aprovecha de su condición y hace un uso personal de la televisión pública para darnos un mitin en una TVE que se comporta como un No-Do; el Gobierno está rastreando también los móviles de los ciudadanos en una intromisión sin precedentes, etc.

Toda la incompetencia que de sobra ha mostrado el Ejecutivo en el control del coronavirus ha dado un giro de 180º en la restricción de nuestros derechos y libertades como nunca antes España había conocido desde la llegada de la democracia. Ante todo este panorama, hay que preguntarse dónde están los salvapatrias que se vanaglorian de ser defensores de los Derechos Humanos: ¿dónde está Amnistía Internacional? ¿dónde está Transparencia Internacional? ¿dónde está Human Rights Watch? ¿Dónde está Open Arms? ¿Dónde están sus denuncias por el retroceso del Estado de Derecho? Pues yo se lo diré, callados cual jirafas afásicas, animales que no emiten sonido alguno pues carecen de cuerdas vocales por la longitud de su cuello. En lugar de solidarizarse con los españoles, de mostrar empatía y abrazar la democracia, callan, permanecen silentes, su activismo sólo aparece cuando es la derecha quien gobierna.

Todas estas organizaciones tienen el común denominador de tener detrás la dependencia económica exclusiva del especulador y “papá”, George Soros, puntal fundamental del Gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, y quien les ha sugerido callar y mirar hacia otro lado. Todo el empeño de Open Society, juguete del millonario, es actualmente la desestabilización de Israel y Hungría, las dos obsesiones de Soros que se le siguen resistiendo y donde no ha podido mangonear aún a su antojo como sí que ha hecho en otros tantos países incluido España.

Esta semana habrá oído o leído sobre Hungría y lo malo que parece el presidente Viktor Orban durante la pandemia. Seguramente el dirigente húngaro tiene margen de mejora porque no es perfecto, pero es que no necesitamos mirar hacia el país centroeuropeo mientras nuestro sistema de derechos y libertades está bajo mínimos. Todo es una estrategia de entretenimiento y cortina de humo que, cínicamente, ha contado en una carta a la UE con el apoyo de varios gobiernos donde los corifeos de Soros campan a sus anchas y en la que el Gobierno de Sánchez e Iglesias ha estampado su firma. Criticar a Hungría, mientras nuestro sistema se descompone, eso es lo fácil.

El silencio de las organizaciones de Soros durante el estado de alarma es muy ruidoso. Más de 400 periodistas han suscrito un manifiesto de denuncia contra la censura prevista establecida por Pedro Sánchez y su comisario de propaganda, Miguel Ángel Oliver. Los periodistas no pueden preguntar de aquello cuanto quieran al Gobierno y la denuncia terminará por llegar a Bruselas. Por supuesto, tampoco los periodistas han contado con el apoyo de Reportero Sin Fronteras, organización también de Soros. Vivimos en una democracia parlamentaria y Pedro Sánchez actúa como en un sistema presidencialista. Actualmente, el poder legislativo no puede fiscalizar la acción del Gobierno porque su presidenta Meritxell Batet lo ha cerrado a cal y canto, y el poder judicial está prácticamente desactivado. Y todo eso va camino de institucionalizarse con una gran abnegación. Por ello, más que nunca, hay que echar mano del refranero y recordar que “quien mucho traga, al final se ahoga”.