La descomposición del sanchismo
El Gobierno se tambalea cada vez más. Eso no quiere decir que no vaya a acabar la legislatura, porque alguien como Pedro Sánchez no parece dispuesto a renunciar a tener su álbum de fotos completo y dejar de añadir las fotografías del turno español de la presidencia europea y de la jura de la Constitución por la mayoría de edad de S.A.R. la princesa de Asturias a las que ya obtuvo en la celebración de la cumbre de la OTAN en Madrid. De hecho, su afán en permanecer para poder disfrutar de esos momentos y buscarse una salida airosa tras las elecciones generales, le puede llevar a atrincherarse para resistir estos meses como sea, dado que el apoyo de toda la coalición ‘Frankenstein’ no lo va a perder, porque saben que no van a encontrar nunca otro presidente del Gobierno que se pliegue más a sus exigencias que Sánchez, como hemos visto con la práctica eliminación o rebaja sustancial en los delitos de sedición y malversación, entre otras muchas cesiones.
Ahora, insisto, el Gobierno se tambalea, se hunde y cada vez tiene más vías de agua que ya no sabe cómo tapar o cómo achicar el agua. Sumamente podemizado, hasta el punto de que ya va siendo difícil distinguir a los ministros socialistas de los podemitas, porque los primeros han adoptado su mensaje y casi sus maneras -no hay más que ver los ataques de Calviño a Ferrovial, al decir que «debe todo a España», o, especialmente, de Escrivá, cuando habló de codicia al responder sobre la marcha de tan importante empresa-, el Ejecutivo va de revés en revés.
La economía, pese a sus intentos, se le está parando sin haber alcanzado el nivel anterior al coronavirus, pese a que con la anestesia del ingente gasto público es probable que logre sostener los datos macroeconómicos en apariencia lo que queda de legislatura, pero el empobrecimiento de familias y empresas es creciente y preocupante.
Adicionalmente, los impuestos cuasi confiscatorios que está impulsando probablemente terminarán siendo anulados -con lo que dejará, de ser así, un quebranto a quien lo suceda, que tendrá que devolver ese dinero a los afectatos-, ya que constituyen o doble imposición, o invaden competencias o son inconstitucionales, o todo ello al mismo tiempo.
El fracaso de su ley del sólo sí es sí, que ha permitido que abandonen la prisión o vean muy rebajadas sus penas muchos violadores, muestra lo poco preparado que está el Ejecutivo o, de ser cierto lo que dijo Carmen Calvo, lo imprudente que es al no hacer caso a los informes que había advirtiendo de lo que iba a pasar.
Con la Ley Trans o la del aborto, más de lo mismo: terminará generando problemas irremediables a personas que todavía son niños. No se les protege y se les da derechos; se les deja solos, y eso es terrible para esas criaturas, que todavía no tienen suficiente criterio, cosa que legalmente no sucede hasta los dieciocho años, que es la edad legal de votar, con lo que si se rebaja esa edad para estas otras cuestiones tan serias, se les deja desamparados a menores de edad.
El intento de control de la Justicia no se le escapa a la UE, que parece que prepara un informe demoledor sobre la inseguridad jurídica creciente en España. Sánchez confía en la enésima ayuda -incomprensible- de la presidenta de la Comisión Europea, pero si ese informe sale adelante, dejará en muy mal lugar a Sánchez.
El acoso empresarial del Gobierno, tanto dialécticamente -recordemos lo de «capitalistas despiadados» que dijo Belarra-, como con un intervencionismo que impone trabas al desarrollo empresarial, como con una insoportable subida de impuestos, como con la inseguridad jurídica que generan las decisiones del Gobierno, está frenando inversiones y ha empezado a provocar la marcha de grandes empresas, como ha sido el caso de Ferrovial. La forma de reaccionar del Gobierno, con ira, de manera furibunda, deja muy claro que ha supuesto un golpe difícil de asumir por el Ejecutivo, porque destapa el resultado de su equivocada política económica.
Y, por último, el escándalo del caso Mediador, también conocido como el Tito Berni, recuerda lo peor del final del felipismo, con aquellas fiestas cutres y deleznables de Roldán con el dinero de todos los contribuyentes, incluido el de los huérfanos de la Guardia Civil. La Justicia dirá hasta dónde llega el caso Mediador, pero, de confirmarse esos actos, puede suponer la puntilla para el sanchismo tal y como las andanzas de Luis Roldán, acompañadas de otros graves temas, como los GAL, lo fueron para el felipismo.
El sanchismo se descompone y perjudica a la imagen de España, en general, además de a su economía, a la que probablemente endeudará mucho más hasta que pierda las elecciones, en su intento desesperado por tener alguna opción, salvo que lo vea tan mal que no se presente, pero en este último caso también tendría la tentación de incrementar el gasto. Es el final de un Gobierno que no pasará a la historia por su preparación, sino por todo lo contrario, en términos generales, con alguna excepción. Ese final se acerca, pero se nos va a hacer muy largo, porque, en los pocos meses que quedan, Sánchez puede empeorar mucho más la situación.
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