La derecha europea tiene un problema y parece no saberlo
La tradicional derecha europea debe reinventarse. Ese es un hecho claro a la luz de los resultados de las elecciones celebradas el pasado domingo 26 de mayo. En 2004, el Partido Popular Europeo cosechaba 282 escaños en las elecciones de aquel año al Parlamento Europeo. Quince años después ha perdido más de un centenar de votos. O lo que es lo mismo, ha perdido al 36% del electorado. ¿Dónde se han ido esos apoyos? Pues lo mismo que en España ha ocurrido con el PP en las últimas elecciones generales, donde sus votantes se repartieron entre Ciudadanos y Vox, en el caso europeo los votos han migrado a los liberales de ALDE al que pertenecen los eurodiputados de Ciudadanos; al grupo de la “Europa de Naciones y Libertad” que lidera Le Pen y Salvini; a “Europa de la Libertad y Democracia Directa” del líder pro Brexit, Nigel Farage; y al grupo de los conservadores británicos y polacos.
El Partido Popular Europeo ha mantenido su hegemonía desde las elecciones de 1999, con un punto álgido en 2004, y no ha hecho más que perder adeptos. Sin embargo, en todo este tiempo no ha aparecido un solo líder capaz de proponer un discurso diferente al que la CDU de Angela Merkel viene sosteniendo desde su llegada al poder en 2005. Y dicha narrativa tradicional no ha sido otra que avanzar en la integración política, a través de una cada vez mayor delegación de la soberanía nacional en la soberanía europea, la austeridad económica, una política migratoria controvertida, y un mayor control de las instituciones comunitarias por parte de la CDU.
Quizás ese discurso fuera útil hace diez años, pero ya no lo es a día de hoy. La travesía en el desierto de la socialdemocracia parece haber llegado a su fin, sobre todo en los países del Mediterráneo, como España y Portugal, o en los escandinavos. Es cierto que los socialistas no levantan cabeza en Francia, Alemania o Reino Unido, pero su descenso en estas elecciones ha sido menos pronunciado que el de los populares, apenas del 20%. La estrategia seguida por los socialistas europeos ha pasado por quitarle votos a la extrema izquierda, como Podemos en España o Syriza en Grecia; criminalizar a los votantes de la derecha; apoyar nuevas ‘causas perdidas’; y abrazar el globalismo como nuevo grito de guerra frente al clásico lema “trabajadores del mundo uníos” del Manifiesto Comunista, con la diferencia de que los proletarios han sido sustituidos por las elites.
Como se ha visto en las últimas elecciones del pasado domingo, los partidos contrarios a las elites que dirigen los designios comunitarios ostentan 175 votos, lo que les lleva a aglutinar casi el 25% del Parlamento Europeo. Muchos de ellos no defienden la ruptura de la UE, aunque sean tildados de ‘euroescépticos’. Lo que aspiran es devolver a los estados miembros el protagonismo perdido en los últimos años y que los ciudadanos europeos intervengan realmente en los asuntos que les son trascendentales, no sólo en aquellas materias que el ‘establishment’ está dispuestas a compartir con la ciudadanía. El Partido Popular Europeo (PPE) debería tomar nota de todo ello si no quiere seguir cayendo en apoyos. Por lo pronto el PPE junto a liberales y socialistas parece estar más interesado en el reparto del pastel del pasado domingo sin querer apercibir una realidad que tampoco han captado socialistas y liberales: el incremento de la participación es el mayor desde 1994, pero lo es junto cuando los partidos ‘anti-establishment’ entran con más fuerza.