Deporte “hámster” en Tabarnia

Deporte “hámster” en Tabarnia

Deporte “hámster” es el que hacemos muchísimos españoles estos días. Unos vamos de una punta a otra de la casa dado zancadas por el pasillo. Otros caminan por sus balcones y, si se es afortunado, se ven los progresos de los participantes en diferentes hileras de pisos. Conozco a una que camina casi una hora yendo y viniendo en una habitación de tres metros de largo (eso ya es muuuy “hámster”). Es uno de los trastornos de los recluidos por la pandemia durante estos días. Los más afortunados.

Porque las cosas decididamente serias están ocurriendo en el frente de batalla. Por eso, a las 20 horas, cada día salimos a ventanas y balcones para aplaudir al personal sanitario. Y nos alegramos de ver a otros humanos agradecidos en los edificios de alrededor. Y no sólo esos aplausos nos acercan a desconocidos responsables y concernidos. Hasta hace pocas semanas en estos edificios yo veía un número modesto, pero sí significativo de lazos amarillos, esteladas y alguna bandera española muy consciente de representar una osada anomalía.

Ya no hay nada. Por lo menos en mi tramo de calle, apenas se ve un ramillete de lazos en una terraza lejana y una orgullosa rojigualda en otra. En general, la gente ha decidido guardar las señas de identidad política para más adelante. Y eso sienta bien.

¿Vamos a poner sentido común definitivamente? Ay, no creo. Junqueras asomó la patita hace unos días para vender su crecepelo político y volvernos a asegurar que con su producto “República Catalana” seremos un estado “más justo, más libre y más próspero”. Y si no tenemos fe, es nuestro problema. Él cobra por vender eso. Y, en este momento concreto, necesita chinchar al gobierno español diciéndole que está actuando como un gobierno inútil, que sólo escucha “al Íbex, la monarquía y el ejército”.

Vale, lo están haciendo de pena, aunque estas tres instituciones son su Pisuerga particular pasando por Valladolid. Y, no fastidie, caballero, que los suyos aún lo hecen peor. Las competencias de sanidad las tienen transferidas, y la gestión de las residencias también. Así que no hay excusas.

Una hipotética república catalana independiente sería a día de hoy, la nación con más muertos de Covid-19 por millón de habitantes: 467. Sólo hay que ver lo bien que han gestionado Igualada, ciudad con 39.000 habitantes, hoy con 107 fallecidos según la última comunicación oficial de la Generalitat. Según números publicados, una tasa de mortalidad de 2.743 por millón de habitantes.

Menos mal que este ejército al que señala ha venido y le ha sacado alguna que otra castaña del fuego. Y de las importantes. Aunque la consellera de Salud, Alba Vergés, haya hecho, a propósito de la eficaz tarea de desinfección y formación del personal en las residencias, una mención a al Cuerpo de Bomberos y se le haya “olvidado” el papel de la Unidad Militar de Emergencias en el asunto. También el día 9 una nota de prensa de esta Conselleria informaba de que el Hospital Temporal Vallès Salut ya estaba en situación de revista y, en el listado de organismos que habían participado, colocaba a la UME en el décimo lugar.

Este es un mundo de desagradecidos. Menos mal que tenemos políticos que, conscientes de ello, miran por el futuro. El suyo. Un alcalde separatista de Esquerra, concretamente el de la localidad tarraconense de Castellvell del Camp, ha decidido subirse el sueldo a través de un pleno telemático (¡casi “telepático”!) en su municipio. 2.565 euros brutos al mes. Para un pueblo que no llega a los 3.000 habitantes es una buena tajada. Si es que el refranero lo dice: “a río revuelto…”

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