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Del velo a la mantilla

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  • Jaime Peñafiel
  • Periodista político y del corazón. Experto en noticias sobre la aristocracia y la familia real. Ex redactor jefe de la revista ¡Hola! y fundador del diario El Independendiente y La Revista. Escribo sobre la Casa Real.

De las diez monarquías reinantes en Europa, nueve han estado presentes en los funerales del Papa Francisco. Sólo faltó la de los Países Bajos, cuyos reyes, Guillermo y Máxima, justificaron su ausencia debido a que las exequias papales coincidían con la celebración de su festividad patria del Día del Rey, una fiesta nacional de trascendental importancia. Para la consorte real ha supuesto una dolorosa ausencia ya que ella, independiente de ser católica, es argentina de nacimiento, como el fallecido Papa Francisco y con muy buena relación con el Pontífice desaparecido.

Por lo demás, el funeral en el Vaticano ha sido una exhibición, en muchos casos no muy acertada, de mantillas y velos, dos tocados clásicos. Entre ambos hay similitudes y diferencias. Mientras el velo es un complemento transparente de tul de organza o chantilly y cuyo largo varía (se cree que el uso se remonta a la antigua Grecia y Roma), por su parte la media mantilla y la mantilla está realizada totalmente en encaje, particularmente popular entre las mujeres de España e Hispanoamérica. En cuanto al modo de colocársela, se puede acompañar de teja o peineta, como se ha podido ver recientemente en las procesiones de Semana Santa. Nadie mejor que la Reina Sofia que ya la ha lucido en diferentes ocasiones, como fue en los funerales de la madre del hoy emérito Rey Juan Carlos, en el año 2000; los del Papa Juan Pablo II, en abril del 2005; en la boda de la infanta Elena, etc.

Hay que recordar que tuvo una gran profesora: la duquesa Cayetana de Alba, que la llevó en innumerables ocasiones a lo largo de su vida. Letizia, por el contrario, no ha heredado este gusto estético y tan español de la Reina Sofia. Sólo la lució en contadas ocasiones y muy al principio de su matrimonio, como fue su primera visita al Vaticano, el 28 de junio del 2004, cuando fueron recibidos por el Papa Juan Pablo II. También en un acto de la Guardia Civil en el 2005, mantilla y peineta, así como en la entrega de bandera a la fragata Álvaro de Bazán donde actuó de madrina. Pero, con el paso de los años, cortó radicalmente con esta tradición.

En la beatificación de Juan Pablo II, el 27 de abril de 2014, la Reina Sofía fue de blanco, con mantilla y peineta, mientras que a su nuera Letizia se la vio cubriéndose la cabeza simplemente con una mantilla negra. Y no podemos olvidar el famoso y magnífico  cuadro que László pintó a la reina Victoria Eugenia, en 1927, con peineta y mantilla.

Velos y mantillas en el Vaticano

De Charlene de Mónaco a Mette-Marit, pasando por Matilde de Bélgica, Mary de Dinamarca o Silvia de Suecia, hemos visto una variedad de velos y mantillas colocadas más o menos correctamente. Las normas impuestas por el Vaticano para el funeral exigían un estilismo sobrio y negro en la ropa con falda hasta la rodilla y manga larga. Por ello sorprendió el look de la soberana consorte María Teresa de Luxemburgo, con un vulgar vestido negro camisero largo midi con mangas de gasa transparentes que mostraban sus rotundos brazos.

Letizia, que en el momento de «darse la paz» no dudó en dar un beso en la mejilla a Felipe, llevaba traje de corte clásico, falda midi, cuerpo entallado, escote redondo y mangas tres cuartos que tal parecían remangadas sobre todo cuando extendió la mano para saludar a Melania Trump, la única dama que completaba su elegante atuendo con exquisitos guantes de encaje. Quien iba también sencillamente elegante era Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, con su traje pantalón negro de dos piezas, con chaqueta sin solapa y botonadura dorada .

¡Aquélla que cubrió tanto dolor!

Esta historia de las mantillas me ha vuelto a recordar en muy breve tiempo aquel 6 de octubre de 1979 cuando yo le entregaba a la emperatriz Farah, en su exilio mexicano de Cuernavaca, la mantilla negra que me había pedido. Pero qué lejos estábamos, los dos, de pensar que esta prenda tan española cubriría su dolor. No una vez, ni dos, ni tres… sino más de cuatro. Ignoro si cuando se la llevé, porque ella me la pidió por teléfono, sabía que la muerte de su esposo el Shah de Persia, el Emperador de Irán, era, si no cosa de días, sí de algunas semanas. Y que si el fallecimiento se produjera no iba a cubrirse con el chador impuesto por Jomeini, el hombre que les había arrojado a las tinieblas del exilio, y que ella, en un dramático y desesperado gesto hacia el pueblo iraní, se había puesto, una vez, sólo una vez, para acudir a una mezquita, cuando la cuenta atrás para la revolución ya había comenzado.

Pero lo que no pensaba mi amiga la ex emperatriz aquel día que le entregué la españolísima mantilla es que también la luciría, es un decir, en los funerales por Sadat, el único jefe de Estado del mundo entero que no sólo les acogió en Egipto, sino que dio al Shah honores de Jefe de Estado en su entierro, el 29 de julio de 1980, después de quinientos cincuenta y siete días de éxodo.

¿Qué le llevó al Shah a morir? Posiblemente había llegado al límite de sus fuerzas, más físicas que mentales. Yo, que fui testigo de su boda, también de su coronación y de los fastos de Persépolis, lo fui también de su funeral. Desde el amanecer, los tres kilómetros que separan el Abdin Palace, donde fue llevado el cadáver tras el fallecimiento en el hospital, a la mezquita Rifai, donde iba a ser enterrado, se encontraban cubiertos por tropas de los tres ejércitos egipcios.

A las diez de la mañana, Farah que vestía de negro y cubría su cabeza con la mantilla española que le llevé al exilio de Cuernavaca, llegaba a la capilla ardiente en compañía de sus cuatro hijos, que vestían igualmente de negro, excepto la pequeña Leila, que iba de blanco. Emocionante fue ver a la viuda del Shah arrodillada ante la tumba de su esposo, el hombre que un día le ciñó sobre su cabeza la corona de emperatriz y que, en ese momento, se había convertido en una mantilla española negra de blonda.

Suicidios de dos de sus hijos

Nadie puede atravesar la vida sin sufrir golpes y experimentar momentos dramáticos. A lo largo de nuestra existencia, sufrimos tragedias, dolores y tristezas, pero no había ninguna mayor que la que aún le aguardaba a Farah, como mujer, viuda y madre.

El 10 de junio de 2001, el mundo se conmovió con el comunicado emitido por el príncipe heredero Reza Pahlevi, hijo de la ex emperatriz y del fallecido Shah: «Con profundo e inconsolable sufrimiento y enorme tristeza, anuncio la muerte de mi amada hermana Leila».

Ese mismo día un comunicado más elocuente de Farah puntualizaba que «en los últimos años, mi queridísima hija, que no había superado la muerte de su padre, al que estaba muy unida, había sido víctima de una profunda depresión». También se quitó la vida tras comprender que ya no podría volver nunca a Irán.

Lo cierto es que Leila, a la que su madre, con la cabeza cubierta, una vez más, con la mantilla española que yo le había regalado, enterraba, en el cementerio parisiense de Passy, a su hija muerta casi con la misma edad que tenía mi hija Isabel.

Cuando aún no había superado el dolor del suicidio de su hija más pequeña, volvería a ponérsela poco después, en otra terrible tragedia como madre: el suicidio de Ali Reza, el tercero de sus hijos, que se suicidaba pegándose un tiro en la cabeza. ¡Pobre amiga mía! Me hubiera gustado mucho estar a su lado para compartir su dolor. Pero me consuela que el mundo entero viera tanto sufrimiento bajo aquella mantilla española que cubría su cabeza «embrutecida por el sufrimiento», en propias palabras. «No, no te sobrepones a la muerte de un hijo, y mucho menos a la de dos. Esta impotencia me atormenta cada día destrozándome el corazón».

Chsss…

El «puto amo» humilló al pobre Jefe del Estado obligándole a despachar con él en el Palacio de La Moncloa en vez de hacerlo en Zarzuela.

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