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Las damas de la Moncloa

damas Moncloa

Cuando uno se dispone a escribir sobre las primeras damas españolas, de actualidad estos días a causa del protagonismo inadecuado de Begoña Gómez, no se puede dejar de referir a María Ángeles López de Celis, quien, a lo largo de treinta y dos años, formó parte de la Secretaría de cinco presidentes del Gobierno español que le permitió conocer a las esposas de todos ellos, experiencia recogida en un delicioso libro Las damas de la Moncloa (Espasa 2013). Es el título que yo he utilizado para este artículo –abusando de la relación que nos une desde hace mucho tiempo– para escribir sobre esas mujeres que «son sólo ciudadanas anónimas a las que el pueblo no ha votado, ciudadanas sin vida pública a las que nadie, en algunos casos, toma en serio», autora dixit. Y que  son primeras damas tan sólo por derecho de casamiento.

Se trata de mujeres que no han sido elegidas y que no son legalmente responsables frente a nadie más que al hombre con el que se han casado y al que llamamos señor presidente. Cuando Begoña Gómez, la primera dama más ambiciosa de todas las que han pasado por Moncloa, al convertirse Pedro Sánchez en presidente, se colocó en la casilla de salida sin importarle que sus actuaciones o la ausencia de ellas, su perfil, su imagen y sus declaraciones fueran puestas en tela de juicio. Y, últimamente, relacionada incluso y desvergonzadamente con empresas de dudosa legalidad. Nada que ver con el comportamiento de sus antecesoras.

Las seis antecesoras de Begoña

Porque seis han sido las antecesoras de la actual primera dama, título que debería utilizarse sólo para la esposa del jefe del Estado, en este caso, Letizia y anteriormente, Sofía. Pero, desde la instauración de la democracia y la presencia en el palacio de la Moncloa de mujeres que parecían ser la prolongación de sus esposos, prudentes y reservadas en algunos casos, y que se movían en una dimensión intermedia en la que no son nada, pero se les exigía mucho, se las denominó con ese título. ¿Sabían que se utilizó por vez primera en los Estados Unidos, en 1838, al  referirse como tal a Martha, la esposa del presidente George Washington?

Begoña Gómez no tiene nada que ver con sus antecesoras. Repito: nada. Begoña se olvida de que ella es tan sólo la consorte del jefe del Gobierno a quien se le ha visto el plumero y las ganas de estar.

Protagonista vital de su marido

Siempre presumió ante sus amigas de lo atareada que estaría cuando su marido llegara a la Presidencia. Difícil es olvidar aquel 16 de junio de 2015 cuando Pedro era proclamado candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno en un escenario presidido por una gigantesca bandera de España y Begoña, su esposa, agarrada de su mano, saludando a los enfervorizados partidarios y besándose.

La ambición de Begoña Gómez

Desde ese día, Begoña se convirtió en la protagonista de la vida política de Pedro y se le vio el plumero de su ambición sin límites. Era la viva imagen americana de la primera dama. De las seis antecesoras, sólo se la puede comparar con Sonsoles Espinosa. Ésta actuaba como si su vida se hubiera desarrollado siempre entre salones palaciegos o villas reales.

Todavía recuerdo el escándalo cuando la esposa del presidente Zapatero, Sonsoles Espinosa, quiso pasar, con su marido y sus dos hijas góticas, Laura y Alba, las vacaciones de verano del 2005 en la Mareta, el palacete en Lanzarote que el rey Husein de Jordania regaló a su amigo el rey Juan Carlos. Para ello, decidió inspeccionar previamente La Mareta, trasladándose con una amiga a la isla y ordenar que se hicieran una serie de obras para acondicionarla a su gusto, por importe de varios cientos de miles de euros, pintando las canchas de baloncesto y de tenis, cambiando pavimentos de paseos, asfaltando terrazas exteriores y adaptando la piscina a sus necesidades, ampliándola considerablemente sin importarle la destrucción parcial de una escalinata que el propio César Manrique había diseñado. Obras supervisadas personalmente por la señora Zapatero. Para ello, realizó todos los viajes que fueron necesarios.

Nada que ver con Amparo Illana

En julio de 1976, cuando nombran a Adolfo Suárez presidente del gobierno, su esposa, Amparo Illana, se encuentra de vacaciones en Ibiza. Hablando con su marido, el señor presidente, éste le dijo: «Mujer, conviene que estés aquí cuanto antes, aunque completamente imprescindible, no es». Y decidió lógicamente regresar, pero lo hizo no en avión sino en… barco. Tardó tres días en volver mientras su piso de Madrid, de Puerta de Hierro, era un caos tremendo de visitas, de jaleos. «De todo eso que me libré», me reconocería en una entrevista. A diferencia de todas las primeras damas de la Moncloa, nunca quiso serlo.

Pilar Ibáñez-Martín

Muy unida a su esposo el presidente Calvo Sotelo, madre de ocho hijos, mujer muy culta, como también lo fue él, afable, con una sonrisa siempre en su rostro, nacida en un hogar eminentemente político por ser hija de un ministro de Franco, Pilar Ibáñez-Martín no consideró a la Moncloa su verdadero hogar. Hasta el punto de no trasladar absolutamente nada de sus enseres al palacio. Se resistieron a abandonar su hogar, pero ante lo evidente no tuvieron más que remedio que hacerlo al mes y medio de su nombramiento. Y se adaptó. Se notaba que era una mujer que sabía llevar una casa. ¡Y tanto! Con ocho hijos….

Carmen Romero

A pesar de ser la primera dama socialista, más que cohibida, yo diaria que Carmen Romero se sintió abrumada. «Cometimos el tremendo error de entrar en Moncloa de noche. Veníamos de un pisito normalito que tú conociste y de repente nos vimos en aquellos grandes salones con sólo una maletita». Siempre pensó que ser esposa del presidente del Gobierno no tenía por qué cambiar su vida. Sólo acompañaba a su marido Felipe González cuando creía que debía hacerlo y no cuando no lo consideraba imprescindible. Y cuando invitaba a comer, a la mesa sentaba siempre a su hermano con discapacidad psíquica.

Ana Botella

Fue la primera dama de la Moncloa más política, llegando a ser, años más tarde, alcaldesa de Madrid. Era una mujer nacida para mandar, aunque siempre hacía lo que le daba la gana. Pero siempre ponía por delante sus obligaciones familiares. Como aquella ocasión en la que renunció a un viaje a Tobago porque tenía que estar en Madrid por problemas con sus dos hijos mayores.

… y Elvira Fernández

La sexta primera dama. Fue una prolongación de su esposo Mariano Rajoy en discreción, sentido común y timidez. Elvira Fernández, absolutamente normal, centrada en su familia y sin ningún interés por la política. Siempre en segundo plano, prudente y reservada. Hasta renunció a su trabajo en Telefónica por aquello de no interferir en modo alguno con la labor de su marido.

Chsss…

Este ministro es tan «escandaloso y anfetamínico» (Carlos Boyero dixit) que celebra su ego autofelicitándose en rueda de Prensa.

Envejecer no tiene muchas ventajas, sólo una: capitalizar tu experiencia. Lo dice Pierre Lemaitre, ganador del Goncourt, y también yo que cumpliré 92 años.

¿Será verdad, como apunta Federico, que su tocayo danés sigue viajando de incógnito a Madrid con cierta asiduidad o asiduidad cierta?

Resultó patético el esfuerzo de la dama por coincidir con Ellos (con mayúscula) en la reciente exposición de Arco para saludarles y fotografiarse. ¡Ay! querida, ¡cuánto cuesta ser celebrity!

Desde que se conocen sus aventuras, se ha vuelto más espontáneamente simpática, saludando a todo el mundo, como si no hubiera pasado nada, habiendo pasado tanto.

A los cinco meses de iniciar su noviazgo, decidió romper porque él quería mantener una relación abierta y practicar tríos.

Se trata del primer ex presidiario que participa en la promoción de las zapatillas deportivas que utiliza, cobrando por ello.

Todavía recuerda con terror el momento en el que el pecho se le salió del top, fueron tres segundos, en un descuido durante el programa. Fue el primer pezón que se vio en la tele.

¡Lo que faltaba! Después de la polémica entrevista con la política, ahora se anuncia el encuentro con la folclórica.

A sus 92 años, ha decidido casarse de nuevo y por quinta vez con una joven de 67 años. Lo que digo ¡nunca es tarde!

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