El cuento de los derechos
Constatamos en la legislatura que ya acaba que la nueva izquierda ya no lucha por conquistar derechos, sino por enquistarlos, previa creación en su imaginario rosa, rosae. Cinco largos años en los que han conseguido que la Constitución, según la lideresa de sumar (Sin Irene no hay mayúscula), discrimine lo consagrado jurídicamente porque lo importante de verdad es lo que percibimos y queremos. Los derechos reales sustituidos por obligaciones inventadas. Soltó el unicornio comunista en el debate de RTVE que la vivienda era un derecho fundamental constitucional, cuando no hace falta pasar por la facultad de Derecho para saber que sólo es un derecho que informa, pero que no vincula.
Sirva este ejemplo como botón concluyente sobre la manifiesta ignorancia de quien ha gobernado desde la provecta y zascandil ingenuidad. Confunden los alterados representantes de la izquierda no pensante derechos con deseos con la misma intensidad con la que mezclan izquierda y progreso. Nunca le hablaron a la razón, sino al fanático, ya que no buscan convencer al dudoso, sino radicalizar -más- al cautivo. Lo que funciona no conviene tocarlo.
Se hizo largo el debate a tres, que luego fue de dos y al final acabamos todos hablando de Feijóo, cuando gran parte de España, a quien echó de verdad en falta, fue a Rivera. Por un lado, el progresismo Pimpinela hizo como que no ha gobernado, proyectando en lo que vendrá un escenario siniestro que sólo alguien de infantil mentalidad creería, por muy de clase que se sienta.
Abascal quiso ser centro centrado y acabó por ser derecha moderada, en esa alternativa a Sánchez que acabará siendo votada por descarte y no por apego. Dentro de lo previsible, que en un debate electoral es mantener las opciones intactas de no molestar al militante, fue irritante la verborrea de Díaz y su vice Sánchez hablando de derechos, con la misma profusión con la que Montero y Pam descerrajaban boutades en cada mitin complutense.
El tema va como sigue: se inventan una causa para vivir de ella, victimizan a la persona a la que acto seguido insertan en un colectivo como segmento oprimido, consiguen que dicha causa se haga ley por vía urgente, que es untar de progresismo cualquier barbaridad u ocurrencia, y si alguien osa criticarla o avisa de su retirada si llegara al gobierno, empiezan a gritar como neuronas descamisadas que vienen a quitar derechos conseguidos. Sustituyan derechos por deseos y caprichos personales y tendrán la solución a la ecuación que ha permitido a la banda antifeminista de Montero y Díaz montárselo de fábula. Porque entre medias, necesitan la cuota chiringuitera para justificarlos. Y así van colocando huestes amigas que no pasarán hambre a costa de pervertir y destrozar vidas ajenas.
A Yolanda se le escuchó musitarlo mientras la maquillaban para el debate, Sánchez lo ha usado tanto en campaña que se lava los dientes antes de dormir mientras lo repite como oración de buenas noches. Y todos los corifeos de la progresía militante y subsidiada suscriben como muyahidines la consigna de marras: si viene la derecha, se acabarán los derechos conquistados, sin especificar cuáles son y por qué hay que considerarlos derechos. Han entendido que la ideología es, para quien la democracia sólo es un instrumento válido si los intereses propios triunfan, el mejor elemento movilizador de masas.
La posverdad es revestir de derechos lo que no existe para advertir sobre un miedo que no ha acontecido más que en su acomodada mente. La derecha, que ya está aquí, gobernará y no pasará nada. Con seguridad la economía irá a mejor, la manipulación en las empresas e instituciones públicas no se dará con la osadía actual y la propaganda será más disimulada. Porque la derecha no sólo es acomplejada en sus lecturas, también lo es en sus decisiones. Y prefiere no molestar el statu quo mental de la izquierda de la caverna antes que honrar el voto de quienes justificaron el cambio sociológico en las urnas. Quedan tres días, escasas horas y aún menos minutos para que Pedro Sánchez y el sanchismo dejen de ser la peor pesadilla de la España que quiere progresar. Y a eso sí que tenemos derecho.