Cuando el Rey era y fue el Estado
No han sido pocos los observadores que han comparado la actuación del Rey Felipe VI el pasado domingo en tierras levantinas con lo que hizo su padre el 23F, salvando todas las circunstancias de tiempo, tema y lugar. Se puede legítimamente analizar la cuestión desde diferentes ángulos de acuerdo con el enfoque que cada cual prefiera. Pero los hechos objetivos son los hechos y a partir de ahí las opiniones libres.
Lo del pasado domingo con una población sublevada por la desesperación, cubierta de fango y lodo, dejó apuntes para la historia reciente de quién es quién en este viejo y cuarteado país que continuamos llamando España. Allí se presentó un primer ministro encogido, presa de sus propios pánicos, intuyendo el odio que despierta en la población dispuesto a camuflarse entre las faldas del Jefe del Estado y a poner pies en polvorosa a las primeras de cambio. Encontró su oportunidad para la huida como reflejan bien a las claras las imágenes archirrepetidas durante toda la semana. Fiel al irredento estilo sanchista, Moncloa rápidamente encontró la solución ante la bochornosa actuación del caudillo: ultraderecha, algo que la Guardia Civil se ha encargado de desmentir.
Bien. Frente a una huida descriptiva que pone en valor el coraje sanchista se alza objetivamente el comportamiento del Rey y su esposa que decidieron corajudamente plantar cara a la ira más que justificada de los ciudadanos de palas y escobas, aunque el rechazo no fuera precisamente contra ellos, o sí. La intuición de Felipe VI y sus decididos gestos de no meterse debajo del paraguas y obviar los consejos de la inevitable seguridad salvaron muchas cosas, entre ellas, la propia dignidad del Estado, porque estaba allí representando a la cúpula de la institución. Decisiones, junto a esas imágenes de los Monarcas abrazados con las víctimas del temporal asesino, que marcan un antes y un después para aumentar el vademécum del Rey en unas horas trágicas.
El pueblo en ocasiones extraordinarias necesita asideros para deglutir el dolor y el drama. No hace falta tener poder ejecutivo; es suficiente con la voluntad de conjugar la responsabilidad por la que te pagan y en la que crees para entregarte más allá de los oropeles.
Tengo para mí que el Rey Felipe en las horas del domingo 3 de noviembre tapó muchos tuits y, quizá sin pretenderlo, dejó claro que no todos son iguales. No hacen falta grandes aspavientos para demostrar ante toda una nación sobrecogida por la inmensa tragedia quién está y quién no. A estas alturas todo el mundo lo tiene claro.