La crisis migratoria no requiere una respuesta europea ni global

La crisis migratoria no requiere una respuesta europea ni global

Cuando la presión migratoria alcanza picos considerables, hay dos o tres frases de argumentario de que los políticos tiran de ellas hasta la saciedad. La más repetida es la que dice que se trata de un problema europeo, no exclusivamente de España y que, por tanto, requiere una solución europea. Cuando se les pregunta a las autoridades comunitarias de Bruselas, responden asertivamente con aquello de que se trata de un problema global y que requiere una respuesta global. Desde que estallara la primera crisis del año 2015, no se oye decir otra cosa y creo que es momento de replantearnos si es verdaderamente un problema que requiere una respuesta europea o global como argumentan unos y otros. Si nos atenemos a los datos oficiales del primer semestre de este año, vemos que a las costas de España, Italia y Grecia llegaron casi 50.000 inmigrantes. De todos ellos, casi un 40% lo hicieron a las costas españolas. De hecho, es nuestro país el que se ha convertido este año en el mayor receptor de inmigración irregular, superando a Italia o a Grecia.

La nacionalidad de estos inmigrantes que huyeron de sus países por diferentes motivaciones ha estado encabezada por Siria (6.000 personas); Irak (3.600); Guinea (3.600); Mali (3.100); Costa de Marfil (2.300) y Afganistán (1.800). Como puede verse, más de un 42% de los inmigrantes que han traspasado nuestras fronteras lo hicieron desde alguno de estos países en conflicto. Y es ahí donde debemos hacer una reflexión seria. ¿Quién ha estado detrás de las guerras de Irak, Siria y Afganistán? Estados Unidos. Pues de la misma forma que los estados miembros de la OTAN respondieron solidariamente con los norteamericanos tras el ataque sufrido en el 11-S y les apoyaron en derribar a los talibanes del poder en Afganistán, EEUU deberían también ser infinitamente más solidarios de lo que lo han sido hasta ahora con todo el drama de refugiados que hay detrás de dicha guerra.

Lo mismo puede decirse de la guerra de Irak. Transcurridos ya 15 años desde que la administración Bush decidiera invadir aquel país, todavía hay miles de personas que huyen del país. Y todos y cada uno de ellos vienen a Europa, no a EEUU. Este dato contrasta con el intercambio comercial entre Irak y EEUU. Por ejemplo, en el año 2002, los norteamericanos exportaron apenas 32 millones de dólares al país todavía dirigido por Sadam Hussein. Catorce años después, las exportaciones estadounidenses a Irak se habían multiplicado por 37 hasta los 1.180 millones de dólares. El principal producto comercializado por los estadounidenses es actualmente la tecnología para la extracción de gas y de petróleo. Y así podría seguirse con la guerra de Siria, que no es otra cosa que una consecuencia de la invasión de Irak. Sin la invasión de Irak, muy difícil hubiera sido que se hubiera desembocado en el sangriento conflicto actual de Siria de la que huyen decenas de miles de personas, casi en su totalidad a Europa.

Si observamos, además, a gran escala los flujos migratorios a lo largo del planeta, veremos que es el continente europeo el que lleva desde los albores de este siglo pagando las consecuencias de las decisiones geoestratégicas diseñadas desde el Pentágono. Pero fíjense como en el continente americano, tras la firma del proceso de paz en Colombia el pasado año, no hay guerras que provoquen estos intentos de entradas masivas a los EE. UU. Porque los mismos que aconsejan en Washington intervenir en una guerra u otra saben de la importancia que tiene no alentar ningún conflicto actualmente en el continente americano para mantener la estabilidad necesaria que le permita a la primera potencia seguir creciendo económicamente y mantener así su hegemonía.

Y además de los EEUU, aquellos otros países, como Reino Unido o Francia, que convirtieron principalmente el continente africano en un auténtico polvorín de enfrentamientos étnicos, tribales y religiosos, deberían también responder mancomunadamente de la descomposición a la que sumieron sus antiguas colonias y de las que huyen cada año miles de personas, como son los casos de Mali, Costa de Marfil y Guinea. La extracción de recursos y el intercambio comercial por parte de algunos países desarrollados con terceros países no es proporcional ni mucho menos con su respuesta solidaria a los dramas humanitarios que allí se viven. Va siendo hora de que digamos en voz alta que el drama de la inmigración que llega a nuestras costas no nace de la nada, y es a esos países responsables los que la comunidad internacional les debe pedir un compromiso serio. Quizás así podrían disminuir las aventuras bélicas y los caprichos de algunos dirigentes.

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