Corrupción y negligencia: los que nunca fueron nadie
No hay día que pase donde no encontremos una sorpresa. Hace apenas unas horas, Artur Mas casi imploraba que no le sacarán su casa por una deuda gestada en su acción política. Quienes hemos lanzado un proyecto, una empresa, desconocemos, peor nos espantamos, al ver cómo piensa la clase política actual. A nosotros, si un día nos retrasamos, no tenemos los abogados del Estado, no tenemos la maquinaria del Gobierno, simplemente o pagamos o nos embargan. Eso, que es obvio en el día a día de muchos catalanes y muchos españoles, parece no ir con la clase política actual. Sí es cierto que ahora se esta luchando contra la corrupción, pero no es más cierto que aún no se ha abierto ningún caso palpable contra la negligencia. Curiosamente, mecanismos que sí han activado, y de forma muy dura, contra los emprendedores o empresarios. Por eso quien está en la empresa privada sabe que su negligencia, activa o pasiva, se carga contra su patrimonio. ¿Qué menos debería hacerse contra aquellos negligentes que funden dinero público?
La realidad del país es que los políticos creen que sus acciones tienen el viso y la protección del Estado, cuando lo cierto es que el Estado debería estar protegido contra las negligencias de sus políticos. Si Artur Mas ha “mangoneado” es culpable, pero también si ha actuado con negligencia en el uso de sus facultades. En la empresa privada robar estar penado, pero gestionar mal también. Que pasen y pregunten a los más de 15.000 concursados españoles que han visto en la mayoría de casos sus sueños arruinados. Nadie en la empresa seria osa llorar delante de un juez mercantil cuando llega el concurso diciendo que no sabía nada. Ya nos gustaría a los que hemos creado algo, que pagamos a Hacienda o a TGSS, que sólo fuera delito robar como con los políticos. Pues no, ser negligente debe ser delito, incluso privando patrimonio personal, también en la clase política. Eso sí sería la consagración de la democracia. La vida es como es, y vivirla tiene esas cosas.
Algunos confirman, con su día a día, que fuera de la política nunca fueron nadie. Son vidas atravesadas por el dinero público, inmorales de la realidad, serviles al silencio, y obtusas con la empatía con el resto de ciudadanos. No sólo es Artur Mas, es Pedro Sánchez, con sus fantasías voladoras inasumibles en una empresa privada, Ada Colau destruyendo la Barcelona de los prodigios o la ministra de Justicia con conversaciones privadas y tuits públicos vergonzantes. Al final, unos y otros confirman que la experiencia en la vida no sólo debería ser la base de la actividad profesional, sino sobre todo el sustento de la actividad pública.
Poco podemos esperar de alguien que en su vida ha creado nada, que en su vida ha pagado una nomina, que en su vida se ha enfrentado a un juzgado social, o que en su vida ha recibido una llamada de una empresa de morosos. Las experiencias son la salsa de vivir, pero algunos lamentablemente ni tienen salsa ni han tenido vida. Y por desgracia todos esos han gobernado o gobiernan.
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