La Corona: guía y apoyo de la España incendiada

La Corona: guía y apoyo de la España incendiada
Diego Buenosvinos

En este país nuestro, tan dado a devorarse a sí mismo a golpe de ataques políticos sin cuartel y tertulia histérica, la Corona sigue siendo —mal que les pese a algunos— la última muralla que no se rinde. Entre las cenizas de Zamora y las tierras rojas de Las Médulas, Felipe VI y Letizia se plantan como vigías de un Estado que a veces parece caminar en ruinas, recordándonos que todavía queda un timón firme en mitad de la tormenta.

Porque no se trata sólo de visitas protocolarias, ni de medir sonrisas, se trata de apoyar desde el corazón como la Reina hace cuando estrecha manos tiznadas de humo. Se trata de un símbolo: mientras los partidos se pelean por la ceniza de sus propios egos, ahí están los Reyes, acercándose al barro, al fuego extinguido y a la lágrima del vecino que lo ha perdido todo. Y esa presencia —que no resuelve en sí la tragedia, pero acompaña, vaya, si acompaña— vale más que cien discursos ministeriales redactados por decenas de asesores.

La DANA nos lo enseñó ya: la Casa Real supo reaccionar, sin histerias ni selfies, como ese padre sereno que sabe cuándo callar y cuándo tender la mano. Y ahora, entre las montañas de León y los lagos de Zamora, se repetirá el gesto: estar, mirar de frente el desastre, agradecer a los que lucharon contra las llamas, apoyar a sus gentes. Hay una España que se abraza en silencio alrededor de esa liturgia sencilla y Felipe VI y Letizia lo saben, lo sufren.

Pero la monarquía no se sostiene sólo en las visitas, ni en la memoria de una Transición que algunos han decidido dinamitar a golpe de revisionismo. Se sostiene en el futuro. Y ese futuro tiene nombre propio: Leonor. Una princesa educada con la severidad que ya nadie exige a sus hijos, preparada con una exquisitez académica que recuerda a los viejos reinos europeos donde el deber pesaba más que el capricho. Mientras tantos jóvenes confunden patria con trending topic, ahí está ella, formándose para ser, algún día, el rostro sereno, pero fuerte de España.

Podrán discutir los ideólogos de guardia, podrán cargar los tertulianos con ínfulas de fiscal de la Historia, pero lo cierto es que la Corona sigue siendo la única Institución que no se deja arrastrar por la charca del partidismo. Felipe VI, con su gesto austero y militar, y Leonor, con su disciplina callada, encarnan ese hilo de continuidad que nos impide disolvernos en una España de taifas y eslóganes y ver un futuro sin miedo a pesar del desvarío político.

Conviene recordarlo en días como este: entre las llamas de los incendios o bajo la fuerza de una riada, España busca un punto de unión, un rostro que encarne la serenidad y la continuidad. Ese rostro existe, y lleva como nombre Corona de España. Porque mientras las crisis nos estremecen, los reyes siguen siendo el hilo que mantiene unido el tejido del país, la presencia que transmite estabilidad, liderazgo internacional y un compromiso constante con todos los españoles.

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