Contra el resucitado de La Mareta
Ha sido lo previsto. Para reaparecer, ha esperado tostándose al sol de La Mareta, a que los refugiados de Afganistán llegaran a España en una operación con retraso que él no ha liderado en momento alguno. Un descomunal desahogo para comparecer en público como jefe del rescate. Para dejarse fotografiar también ha aguardado a que el rey Mohamed prometiera que no nos va a volver a invadir, cosa que ya veremos. Para exhibir su cuerpo moreno se ha demorado hasta que el pavoroso incendio de Ávila estuviera controlado gracias a la labor de funcionarios y voluntarios que se han podido abrasar en las llamas de una tragedia evitable. Todo bien medido, a la perfección hay que reconocerlo; que se quemen los demás, él no, él pertenece a la Humanidad que no le puede ver incinerado.
Pero lo está; esta enorme operación de propaganda que se ha construido no le va a valer para disimular lo que es: un individuo con un nivel de impopularidad que no se percibía desde los tiempos del caído -entonces- Suárez. Se trata de un personaje que, por más que aliente campañas del chulesco “aquí estoy yo”, le queda poco pescado, por no decir ningún pescado, por vender. Está tan amortizado como un 600 del desarrollismo franquista. Curiosamente sin embargo y sin que nadie se lo explique del todo, le han pasado la mano por el lomo medios que se felicitan porque Biden le haya cogido por fin el teléfono, sin reparar en una constancia inevitable: que Estados Unidos necesita las que en otra época se llamaron “bases de utilización conjunta” para sacar toda su flota (tierra, mar y aire) del maldito Afganistán. Es sorprendente este giro mediático que le da alas al reaparecido para afear la conducta a todos los que creíamos, y seguimos creyendo, que Sánchez pinta en el mundo lo que Cristiano Ronaldo pinta ya en el fútbol universal.
Pero, pese a los encomiásticos esfuerzos de última hora de estos fans sobrevenidos, y pese al despliegue de las televisiones entregadas a la causa del ¡oh, líder! la realidad es incontestable. El país, el afecto e incluso el desafecto, se ha dado perfecta cuenta de la abulia, el desdén, el desprecio, la inoperancia con que el veraneante de Lanzarote se ha comportado durante los primeros veinte días de este verano. Claro está, que ni siquiera Transparencia va a conseguir que Presidencia del Gobierno aclare quién ha estado con él en La Mareta, cuánto tiempo, qué enchufados le han reído las gracias al sujeto en cuestión. Por ahí, nada que hacer. ¡Qué diferencia con ese ministro de Sanidad británico que ha tenido que explicar públicamente dónde estaba cuando el drama del Covid segaba vidas sin cuento en Reino Unido! Desde luego, la democracia española no será mayor de edad hasta que sus gobernantes no se conduzcan como empleados del ciudadano, y no como prebostes que usan el Patrimonio como si se tratara de una borda en el Pirineo navarro.
El tipo se presenta ahora como compinche de Biden y del rey Mohamed que, de repente, se han convertido a la verdadera fe sanchista y ya ni le niegan la mano ahí por donde van, ni le mandan ejércitos de desarrapados a nuestras provincias españolas. Además, ya se ocupan sus teloneros propagandísticos de que dos espontáneos, convenientemente contratados, le suelten un aplauso desganado en Ávila, o de que la renuncia de Sánchez a pasearse sin objetivo alguno por Egipto o Kenia, resulte ser el sacrificio de un mandamás filantrópico que no guarda otra obsesión que el desarrollo de los pueblos oprimidos. ¿Exageración? ¡Ca! ¿O es que no han contemplado nuestros lectores cómo se ha informado en los medios oficiosos de la renuncia de Sánchez y señora a ir haciendo el bien por territorios africanos? Impresentable.
Estamos ante el derrumbe total de un político que utiliza todas las artes posibles para subsistir. Con esto hay que contar. Pero, para definitivamente mandarle a las tinieblas exteriores, no basta, en ningún caso, con asistir impávidos a su autodestrucción. Las elecciones no se ganan sólo con presenciar su muerte política, es imprescindible una estrategia común factible y eficaz, algo que, hoy por hoy, no se vislumbra en el centroderecha. Vox está en asesinar al PP y a Casado, y no en terminar con Sánchez; este tipo es su coartada para el cerrilismo. El Partido Popular tiene ante sí una gran tarea: demostrar al país que posee una gran idea para España, para rescatarla de las fauces de los socialistas radicales de Largo Caballero y Sánchez y de los leninistas como el mentiroso Monedero, o el agresor Errejón. Ha vuelto el reaparecido. Dedicarnos a su derrocamiento total es la gran faena histórica de este país.
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