Ciudadanos o el “centralismo democrático”
Bulgaria. Usos y costumbres de aquel Partido Comunista búlgaro que no admitía la menor discrepancia, el mínimo juicio crítico a sus posiciones rígidamente leninistas. Así terminó aunque, por lo que sabe es el país de los que levantarón antiguamente el repulsivo “telón de acero”, que todavía guarda memoria positiva de aquel régimen que proclamó, como ningún otro, el llamado “centralismo democrático”, el ingenio del asesino Stalin. El modelo cayó afortunadamente, pero, paradójica y curiosamente, algunos partidos occidentales lo practican de hecho, eso sí, disimulando su ejercicio. En España, casi todas las formaciones políticas, sobre todo las de la izquierda, lo han copiado (el caso de Podemos no alberga duda alguna) porque, en el fondo, es un seguro de permanencia para las direcciones de cada tiempo.
El último caso desgraciadamente -lo escribo con gran pena- es el del exangüe Ciudadanos, la fallida esperanza liberal, que celebra -si se puede llamar así- una Convención nacional, dicen literalmente que para “relanzar el partido”. Pero la Convención, según denuncia el sector más sensato, el que todavía, pese a quien pese, no quiere romper el carné, es sólo un disfraz, una maniobra de distracción, para no convocar el órgano legal, la Asamblea General, el Congreso que verdaderamente debería ocuparse, en primer lugar, de realizar una autocrítica sobre la gestión que ha llevado a Ciudadanos a esta posición absolutamente irrelevante en todo el país. Y es que, además, y en segundo lugar, el ardid de la Convención trata de acallar las voces disonantes que, según todas las informaciones, pretendían poner en solfa el abandono que se ha hecho de la ideología liberal que fue una señal determinante en la fundación del partido de Rivera.
Los liberales han sido excluidos formalmente de la Convención (vamos, que no han sido invitados) y no podrán presentar sus propuestas de recuperación. Ya se cuidaron en su momento Arrimadas (¿qué te ha pasado, Inés?) y el magnífico jurista y desperdiciado político Edmundo Bal, de introducir en la dirección los nombres de una veintena de militantes de pitiminí que son el “ángel, sí señor” de los que mandan. Estos aplaudirán sin rubor los mensajes socialdemócratas y progres de los prebostes, mientras fuera de la sala, lejos del propio acto, los liberales, que ya son pocos, esa es la verdad, rumian el propósito de impedir que en poco tiempo, de aquí a las próximas convocatorias municipales y autonómicas, Ciudadanos se convierta en un malogrado recuerdo que un día, no se sabe por qué y cambio de qué, se vendió a la maldad de Sánchez y sus socios leninistas. ¿A que en la Convención no explican a las trescientas personas cazadas a lazo, porque Arrimadas y su aplicado colaborador Bal, (recuérdese el patético. “Le tiendo la mano, señor presidente”) se dejaron seducir por ese psicópata narcisista que aún, infortunadamente para España, nos sigue mal gobernando?.
La Dirección pone anuncios para que esforzados militantes a los que ya no se les paga ni el viaje, acudan a perder el tiempo este fin de semana de monte y playa, y no logra la presencia de algún residuo liberal. Los convocantes opinan, sin embargo, que ya volverán al redil oficial en las próximas convocatorias electorales. Pero el auténtico grupo liberal se niega a dejar la militancia porque insisten en un inútil “que se marchen ellos” que, desde luego, no se va a cumplir porque Arrimadas y sus pequeñas huestes tienen el mismo afán por el poder, aunque éste sea tan limitado, que el actual “okupa” de La Moncloa. Los socialdemócratas (ahora se definen como una franquicia del FDP alemán, fíjense) son una raza de políticos, tipo Cristóbal Montoro, tan peligrosa como los propios comunistas. Han planteado con la pírrica Convención una pirueta de ocultación sin explicación alguna de su gestión y con el ánimo decaído porque, en el fondo, se saben ya marginales y, peor aún, prescindibles en la política española de ahora mismo..
Ahora, lo que empieza a privar, lo que se otea en el horizonte, es la construcción de una suerte de plataforma para un entendimiento de todo el centro derecha que logre expulsar de La Moncloa al sujeto más nocivo de la Historia contemporánea de España. La plataforma no tiene, ni quizá vaya a tenerlo, un sustrato orgánico, pero sí se puede encontrar en ella a antiguos, y muy importantes, parlamentarios de Rivera, al PP más activo de Casado, y a independientes aterrorizados por el desastre que supone el citado psicópata (así le califican los psiquiatras), un individuo que pretende eternizarse con maniobras oscuras como la de la composición de este Gobierno inane que ha formado a su imagen y semejanza. Desde luego, será aconsejable que en este propósito de colaboración, pese a lo que predica Casado, no estén injertados esos socialdemócratas de toda la vida que siempre terminan por convertirse en colaboradores entusiastas de la más rotunda izquierda. En todo el periplo que marcha desde el comienzo de la Transición hasta ahora mismo, hay ejemplos suficientes para basar esta constancia. En el proyecto de reunificación sí tienen que aparecer Arrimadas y Bal, alejados con urgencia y para siempre de sujetos tan indeseables como Sánchez.
Los socialdemócratas, emboscados ahora en lo que queda de Ciudadanos, son en definitiva, tipos enamorados del “centralismo democrático” que ahora reflejan algunas, no pocas, actuaciones de Arrimadas y que pretenden clausurar la trayectoria de un partido que nació no para trabajar sobre un inconcreto centro que nadie compra en este país, sino para llevar a la política española la práctica de un liberalismo que, en este momento, no se ve por parte alguna en el oficio diario de un partido que es la frustración más reciente en la política española, una idea perdida ajena a este socialismo caribeño e inaguantable de Sánchez y su pandilla de inútiles sectarios.
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