Circo léxico y democracia finiquitada

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La política española ha dado pruebas constantes en los últimos años para merecer vergüenza. Lo vivido hoy en el Congreso de los Diputados confirma que no hay institución a salvo de la estrategia marcada por Sànchez, para la cual se sirve de un partido de lacayos serviles y amanuenses con ínfulas de creatividad sin más criterio que la pelea interna por ver quién loa mejor al líder en tribuna.

Si la política es tender puentes con el adversario, el PSOE se ha encargado en la sesión de «inventidura» de derribarlos todos y de manera definitiva, escogiendo en tan señalada fecha para debatir contra Feijóo al tipo que mejor representa el macarrismo parlamentario: el eslabón perdido de la oratoria, de la decencia, el respeto y la vida inteligente, el disoluto ex alcalde de Valladolid, que bloquea en redes con la misma intensidad con la que bloquea razonamientos. Su discurso hoy en el casa de la soberanía nacional representa picassianamente el Guernica retórico con el que el PSOE embarra cada debate. Parece, cuentan las bambalinas, que las ocurrencias que esputaba con elegancia de orador consolidado nacieron de su fina pluma y sentido de Estado. Nada extraña en el Homo Puentensis. El circo léxico que el diputado de verborrea agitada evidenció en su vergonzante relato (una constante proyección invirtiendo el sentido de la realidad) retrata a la perfección la idea que Sánchez tiene del Parlamento y la democracia: una molestia coyuntural en su camino hacia la dictadura.

Sánchez ha puesto de acuerdo incluso a sus muletas mediáticas, que ayer convenían en su empeño de deslegitimar las instituciones que representan a todos. Ha degradado tanto la democracia que su cobardía en no debatir con Feijóo constata en los suyos que igual se han excedido en el apoyo a un tipo que hace del Parlamento y el diálogo una irritante costumbre a extinguir.
El enésimo requiebro político del presidente del Gobierno hizo pasar a un segundo plano lo que fue un buen discurso de Feijóo como candidato a la Presidencia. Empezó el gallego contundente, amnistiando a Sánchez de la vergüenza democrática que va a perpetrar. Utilizó la retranca interrogativa preguntando a la cámara sin cesar por su insistencia en modificar realidades, maniatando un discurso de solvencia intelectual, fuerza retórica y contraste permanente con el proceder del adversario. Fútil, inservible ante el show tribunero que el lacayo Puente montó para regocijo de mentes arrasadas de tanta doctrina militante. Mientras, Sánchez, displicente, miraba con esa soberbia que sólo sus ojos creídos muestran, y de manera mansurrona, asentía a su servil compañero de escaño. Cuando oía a Puente, se escuchaba a sí mismo.

El debate posterior entre Abascal y Feijóo aflojó la tensión previa, que ya convenía. De una retórica incendiaria, de titulares buscados y provocación estudiada como la de Puente a la dialéctica consensuada y el acuerdo verbal. Abascal, en el uso del epíteto y Feijóo, en la descripción.
Lo que vino después en las contestaciones al candidato por parte de la chupipandi de Sánchez fue la confirmación de que media España ha inhalado un relato de falsa estabilidad en donde la plurisoberbia campa a sus anchas autoritarias. La negación constante de Calviño ante el retrato de la economía de España que todos los indicadores avalan explica la burbuja de impostura en la que sobrevive el Gobierno. Así transcurrió el día en que se confirma el finiquito a la democracia con el peor espectáculo circense que esta ha visto: y sí, de nuevo protagonizado por el socialismo.

Las mejores frases de la sesión de investidura:
«Al Congreso uno viene a entenderse, no a traducirse».
«Fuera de la Constitución no hay democracia».

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