La cifra del presupuesto que importa: 176
Dos más dos cuatro, o como mucho cinco. Ese es más o menos el rigor matemático que ha aplicado el Gobierno para preparar los nuevos presupuestos. Los responsables económicos de los miles de empresas que en este trimestre realizan los presupuestos del próximo año necesitan anticipar, con la máxima exactitud y el mayor detalle posible, los números con los que se va a cerrar el ejercicio actual y las previsiones de crecimiento para los siguientes. Cualquier ejercicio presupuestario que no se base en estimaciones que tengan gran probabilidad de cumplirse serán, en el mejor de los casos, puro voluntarismo, y en el caso del Gobierno ganas de tomarnos el pelo.
Hasta el ministro Escrivá traiciona la bonhomía que transmite su figura peluchona y cariñosa de profesor de física de BUP y nos suelta que no hay problema en tener un desvío de 7 u 8 décimas en las previsiones de crecimiento: –Bueno–, podría reconocer con los restos de virtuosa incontinencia propia de los que hasta hace poco no tenían costumbre de mentir. –Solamente sería grave si desde el Gobierno tuviéramos intención de cumplir los presupuestos.
Pero ni llevar bien las cuentas, ni mantener una administración eficiente y efectiva para los ciudadanos, ni impulsar una actividad legislativa apropiada; para este Gobierno, o al menos para la parte socialista, gobernar no ha sido una prioridad, y ahora menos que nunca. Con la remodelación de julio de 2021 desaparecieron los ministros que podían sentirse un poco depositarios del programa del PSOE, incorporando unos imberbes políticos que llegaron sin ningún pendiente en la mochila para servir como altavoces de las tramoyas electoralistas de Moncloa. Huérfano del guion paterno, en el Gobierno se asume, ya sin ninguna cortapisa (y con toda la intención, como comentaremos después), la maternal agenda legislativa y ejecutiva de Unidas Podemos y de los partidos separatistas.
Sirve como ejemplo el recorrido del paquete de leyes de la pasada semana: a pesar de las tímidas protestitas previas, ha entrado y salido del Congreso con la untuosa facilidad de un cuchillo caliente en un bloque de mantequilla. La realidad es que, con la excusa de defender a minorías que no existen y de reconocer derechos que no lo son, nos han embaulado unas leyes que, a fuer de extremar el sectarismo ideológico, son completamente absurdas. Bien lo saben los barones autonómicos socialistas que son los primeros que van a recoger los abucheos del público por la obra que está representando el Gobierno. Como decíamos hace unas semanas, el pobre García-Page tendrá que reforzar su imagen de disidente después de comerse enterita la Ley de Bienestar Animal que anunció que, gracias a su presión, el Gobierno cambiaría para dejar a los perros de caza fuera de su ámbito de aplicación.
Pero volvamos a los presupuestos: tanto las asignaciones y dotaciones como los incrementos de los ingresos fiscales (de parte de los ricos), han evidenciado el carácter instrumental de los mismos al servicio de la carrera electoral del próximo año. Porque, en realidad, el único presupuesto que Pedro Sánchez quiere cumplir es alcanzar el número de diputados que le apoyen en una posible investidura después de las elecciones generales. 176 es la cifra mágica, y su experiencia anterior y sus conocimientos de aritmética le dan para saber que a esa cifra hay que llegar con al menos 5 o 6 sumandos. No pasa nada si el PSOE pierde escaños pero los gana Podemos; no pasa nada si los apoyos mutuos con los separatistas y las injustas concesiones en Cataluña hacen perder algún voto en otros lugares; incluso no pasa nada si se queda detrás del PP, siempre que se tengan suficientemente engrasados los votos periféricos para que estos no sean intercambiables y no tengan nunca la tentación de apoyar la investidura de Feijóo.
Con los presupuestos, con Europa o con el kilométrico del Falcon, el presidente Sánchez impulsa la carrera electoral a varias bandas, y aunque algunas decisiones del Gobierno, como las leyes podemitas, la connivencia con los golpistas o las concesiones a Bildu, pueden parecer perjudiciales para el voto al PSOE, consiguen incrementar los apoyos para sus socios. Como aprendió Felipe González de Deng Xiaoping, `da igual que el gato sea blanco o negro; lo importante es que cace ratones´.
Para que todos los ratones cayeran en el mismo zurrón, tendría que ocurrir que Yolanda Díaz vea la poca taquilla que está generando su Pan, Amor y Mejillones y se eche en manos de Sánchez para montar un Frente Popular. Es lo único que nos falta ahora que con la Ley de Memoria Democrática se ha dado por oficialmente abierta la Guerra Civil. ¡Lo peor es que hasta que no la ganen no la van a cerrar!
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