Castro: líder autocrático querido y odiado

Castro: líder autocrático querido y odiado

Si me quedaba algún reparo acerca de la crisis que vive la ONU y de su quiebra de valores, después de escuchar las palabras de su secretario general el pasado sábado 26 de noviembre, ya no me queda duda alguna. No habían transcurrido ni 24 horas tras el fallecimiento del expresidente cubano cuando Ban Ki-moon expresaba ante el mundo entero su reconocimiento al liderazgo de Fidel Castro Ruz como un impulsor de políticas de orden mundial, orientadas a la inversión y a la protección de los pueblos, en especial a los de Iberoamérica: «Se trata de una figura emblemática de la Revolución Cubana, de gran prominencia en América Latina e influencia en los asuntos mundiales», declaró pomposamente el secretario de las Naciones Unidas.

Ban Ki-moon resaltó también los avances del pueblo cubano en materia de educación, salud y alfabetización que impulsó Fidel Castro desde su llegada al poder. Lástima que el máximo representante de la ONU no pronunciara ni una palabra sobre los 57 años de dictadura, sobre las miles de personas asesinadas, expulsadas bajo la dictadura castrista, sobre la opresión de la oposición cubana, de sus creencias religiosas, sexuales y un largo etcétera de consecuencias del régimen de Castro a lo largo de sus casi seis décadas de historia.

Vida extrema y contradictoria

La vida de Fidel Castro es, en sí misma, la historia de un icono de la izquierda en todo el mundo. Un personaje de gran atractivo que fascinó a millones… y provocó el odio de otros tantos a lo largo y ancho del orbe. Tal vez esta fascinación tuvo siempre un especial esplendor en Italia. En aquel país, el mundo de la cultura y el espectáculo lo veneró durante casi todo su mandato como si se tratara de un ídolo, al amparo del partido comunista de la época de Enrico Berlinguer.

Olvidó el padre del eurocomunismo que Castro —que no siempre fue comunista— no era más que un burgués, como casi todos los célebres dictadores a excepción de Stalin. Quienes pregonaban la “necesaria superación del capitalismo por la dictadura del proletariado» fueron casi siempre eso: hijos de burgueses y ricos de familia. Una contradicción en plena regla que puede, salvando las distancias, recordarnos el origen intelectual y acomodado de algunos líderes de Podemos. Los mismos a los que los comunistas “de-los-de-toda-la-vida” en España. A la mayoría, provenientes de Izquierda Unida y el PCE, les recriminan no haber pisado jamás una fábrica.

Líder inspirador y despótico

El Comandante Castro fue un ejemplo de liderazgo indudable, sí, pero de grandes e inevitables luces y sombras. Por eso, las palabras de Ban Ki-moon no pueden por menos que sonrojarme; a mí y a todos los demócratas del mundo.

Su liderazgo era tremendamente autocrático y, a la vez, inspirador, magnético. Manteniendo siempre un delicado equilibrio entre el blanco y negro; como si en la misma persona se concentraran las mejores cualidades y los peores defectos de los grandes líderes de la historia.

Una de sus cualidades más relevantes fue, es de justicia reconocerlo, la tenacidad. Castro siempre fue un hombre con una constancia a prueba de bombas. Peleó como un león por las causas que consideraba justas. Fue, además, un gobernante que, al igual que todo líder, tiene siempre presente que debe ir de frente, sin permitirse el lujo de mirar atrás porque eso siempre se percibe tanto por los adversarios como por los propios como un sinónimo de flaqueza. Su fortaleza y resiliencia han sido insuperables. Dos virtudes pétreas que le han mantenido al mando casi hasta la muerte, influyendo en el mundo como pocos y convirtiéndole en el líder natural de los países no alineados hasta no hace tantos años.

Su capacidad de comunicación y oratoria le llevaron a seducir y atraer, pero también a manipular. No solo a su pueblo, sino a otros Jefes de Estado y no pocos medios de comunicación de medio mundo, seducidos por un carisma y una energía fuera de toda duda. Un tsunami de palabras que contagiaban a muchos y avergonzaban a otros.

A pesar de ser un personaje con un ego incontrolable, sabía escuchar y aprender de sus errores. Era una esponja y supo poner su inteligencia al servicio de una astucia importante. Siendo una persona muy racional, tenía una creatividad que mezclaba a su capricho con la lógica. Una mezcla explosiva y muy poco habitual.

Era, sin embargo, demasiado dominante. A pesar de que en público Castro buscaba parecer comunicativo, social y efusivo, lo cierto es que en privado era muy distinto. Durísimo, exigente, algo egoísta y tremendamente manipulador. Odiaba perder y no conseguir todo lo que se le antojaba. Un seductor.

La historia me absolverá

Cuba es hoy un país de una devastadora pobreza aunque aceptables servicios sociales. Algo que no compensa el hecho de haberle robado a la población su bien más preciado: la libertad. No hay duda de que, a día de hoy, es impensable que las cosas se transformen de forma rápida. Lástima que no haya sido capaz de hacer el camino con su gente.

El nepotismo no es nunca lo mejor para llevar una transición ordenada. Tal vez todo esto fuera de sobra conocido y asumido por un líder tan inteligente como Castro. Tal vez no le importara nunca en exceso. O tal vez sí. Por ello, para la historia quedará su sentencia más emblemática: “La historia me absolverá”.

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