Carmena y Zapata se van de piscina
El 24 de julio será el día de las Cristinas en el santoral y, en lugar de salmos, servidora se entretendrá en una empresa mucho más terrenal: observadora en el día sin bañador de Madrid auspiciado por Carmena. Una oportunidad excelente para que los papás, oprimidos por el fascismo de los calzoncillos de franela, las fuerzas convergentes del tardo franquismo, la moral católica y el depravado capitalismo, nos sometamos a la terapia de choque del top less de Carmena cortando la cinta inaugural de las nuevas saunas municipales y su plan comunal. Quizás, tengamos que asimilar a Zapata explicándole constructivamente que, a pesar de nuestro nuevo despertar a la desnudez, hacerse pipí en el agua seguirá siendo un tabú. A pesar de poner un pedazo de hombría a remojar, uno no tiene por qué orinar compartiéndolo colectivamente con los demás. Vaya ful ese rollo de la tolerancia social.
Dos semanas nos quedan para pasarlo “teta” con la experiencia. Literalmente. Y lo haremos, porque pocas lecciones sobre cómo libera “ir en cueros” nos pueden dar los chicos de Ahora Madrid. Nosotros somos hijos del pecado coreografiado de Cicciolina, Samantha Fox y Sabrina Salerno. Somos la generación lujuriosa del Interviú que siempre se compraba otro y que forraba las carpetas del instituto en los primeros albores de los 80, cuando Manuela y su débil lívido comunista flotaba etéreo por los comités regionales del PCE y los despachos del poder judicial. Dulce, sutil, vaporosa. Elevada. Eso sí, mucho menos carnal. Porque ahora es distinto. Porque en la alcaldía lo primero es lograr la proximidad vecinal. Ayudar al pueblo a liberarse de las cadenas mientras, sin querer, tocamos el culo al vecino del quinto y guardamos fila en la taquilla para alquilar el gorrito de goma al sacar del bolso un trozo de pan.
¿Qué curioso complejo tendrán, en realidad, las Manuelas y Manuelos pijomarxistas de Ahora Madrid al fijar el día de la pelota picada en el calendario? ¿Qué convierte nuestra libertad cotidiana en un derecho de cuarta generación o un ejercicio extraordinario de tolerancia instaurado por la administración? Hace mucho que nos desnudamos fuera o frente a los ojos de los demás. Cada vez que nos da la gana. En nuestra casa o fuera de ella. Voluptuosos y descarados en esas playas del Levante tan alejadas de aquellas arenas del Báltico en las que el Comité para la Seguridad del Estado de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas detenía a los bañistas desnudos y disolvía los clubes nudistas por anticomunistas. Aquellos gurús ideológicos de esta chavalería tan sólo toleraban la desnudez tras el muro alto de una piscina de la alta sociedad.
Elevar el hecho de ir desnudo en una especie de suerte igualitarista tan sólo indica algún tipo de desorden por el que, paradójicamente, los espacios públicos son el objetivo de obsesiones particulares que, de paso, impiden a los concejales podemitas pasar a propuestas mucho más elevadas y dignificantes. Como instaurar el día sin la lucha de clases, el de las oportunidades e inversiones que generan empleo, el de una ciudad sin un dedo de caca coronando a ciudad, o simplemente, el día en que los populistas de medio pelo, vestidos o desnudos, se pongan a trabajar en lugar de tocarnos las gónadas a los demás.