El carácter destructivo en la economía del pánico

El carácter destructivo en la economía del pánico

Hace unos días escribí sobre la economía y el coronavirus y decía que había que tener prudencia y templanza. Prudencia porque hay que adoptar las máximas medidas de prevención cada uno en su día a día e ir al médico si se notan síntomas sospechosos de poder haber contraído la enfermedad. Templanza porque no podemos sucumbir ante un virus mucho más letal que el propio coronavirus, como es la histeria y el pánico en el que se puede convertir toda la sociedad y la economía si se amplían los efectos y temores del coronavirus más allá de lo que nos aconsejen las autoridades sanitarias.

Comprendo que la actualidad manda y que la alarma que genera en la sociedad hace que se esté informando permanentemente de cualquier novedad de dicha enfermedad. Ahora bien, ese alarmismo de la propia sociedad se retroalimenta con ese seguimiento, con toda la población buscando en “Google” qué es el coronavirus, qué clases hay y dónde está el paciente cero. Debemos guiarnos por los consejos de las autoridades sanitarias, nada más, porque son quienes, expertamente, deben decirnos qué medidas tenemos que adoptar. También es verdad que puede llegar un momento en el que la presión social impulse a dichas autoridades a tomar medidas más drásticas de las necesarias: eso también debería evitarse. Hay que tomar firmemente todas las medidas imprescindibles para combatir la enfermedad, pero no medidas adicionales que no sirvan y que sean sólo fruto de la exageración.

Debemos, por tanto, tomar todas las cautelas, pero tranquilizarnos, porque, si no, además del problema del coronavirus nos encontraremos con que la población va a empobrecer a marchas forzadas como se produzcan cierres generalizados de fábricas, industrias y demás centros de trabajo. Es cierto que los contagios aumentan y que fallecen algunas personas, lamentablemente, puesto que cada vida es un tesoro. Ahora bien, si se retransmitiesen cada minuto los contagiados por la gripe común y los fallecidos a consecuencia de ella, la población se escandalizaría y llegaría al pánico. Por otra parte, la mayor parte de las personas que están falleciendo son personas con las defensas bajas, a quienes hay que proteger verdaderamente de manera prioritaria, pero que están más expuestas con este virus y con cualquier otro. Es decir, su mayor exposición al riesgo es un hecho común en este tipo de enfermedades. Por eso hay que centrar los esfuerzos en protegerlos a ellos.

Si no se mantiene la serenidad, con firmeza en las medidas, desde luego, pero de manera serena, lo que se conseguirá es paralizar toda la actividad económica y laboral: IATA cifra en más de 100.000 millones de euros el efecto del coronavirus en el sector aéreo, por ejemplo. Todo el mundo debate sobre si se deberían cerrar centros educativos, de trabajo o de cualquier otra índole. El miedo es libre, es verdad, pero no debemos alimentarlo.

Cuando parecía que las bolsas corregían positivamente, la banca la arrastra de nuevo a los recortes bursátiles debido a que hay alta probabilidad de que el BCE siga los pasos de la Fed y baje tipos, elemento que tampoco servirá de mucho, al ser una cuestión de confianza.

No podemos volvernos locos. No se trata de ser arriesgado, ni de no tener en cuenta los peligros, ni de no sentir, y mucho, los fallecimientos, ni de no acudir a la sanidad si se tienen síntomas, pero aunque el contagio es rápido las tasas de mortalidad siguen siendo bajas. Del virus nos recuperaremos más pronto que tarde salvo que diese un giro que no parecen contemplar las autoridades sanitarias, pero si por un pánico acrecentado la economía mundial entra en recesión, puede llevarnos muchos años el enderezar la situación y eso, aunque ahora se minimice, es un problema también de grandes dimensiones: el pánico tiene un carácter destructivo en la economía. Y la economía son puestos de trabajo. Y los puestos de trabajo es el sustento de la población. Y su sustento es aquello que necesitan para vivir.

En definitiva, que si hay que parar producción, cerrar industrias y centros educativos sea porque, realmente, es imprescindible para combatir la enfermedad, no porque nos volvamos histéricos a golpe de internet.

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