Capitalismo y prosperidad
Javier Milei ha sido la gran atracción del Foro de Davos, donde ha pronunciado un discurso magnífico en defensa de la libertad y opuesto a la ideología socialista imperante, de la que parece que no puede salirse nadie.
Con independencia de que sus formas, en ocasiones, puedan ser algo extravagantes y que algunas veces haya alguna medida populista, el discurso de Milei es valiente y rompedor, porque expuso abiertamente los grandes problemas que asolan al mundo occidental, que ha ido empequeñeciéndose por sus complejos, cuando debería estar orgulloso del impulso que, en su día, dio al mundo.
El socialismo frena la prosperidad y es el gran enemigo del desarrollo, como vino a afirmar Milei, quien considera que el socialismo conduce a la pobreza. Realmente, si se analizan los datos, claramente las gestiones socialistas terminan siempre con grandes desequilibrios. Puede sostener artificialmente la economía con gasto público, déficit y deuda, pero eso tiene un recorrido limitado y, cuando no se puede seguir gastando más, entonces la economía se hunde, tanto por el desequilibrio acumulado como por el daño que ha hecho a su estructura económica, a la que ha dejado sin fuerza.
Sánchez, que defendió sus políticas, ha sostenido la economía con el gasto público, pero con nada más. Sin ese gasto, ha dejado tan afectada a la economía, que se caerá por la ausencia de reformas estructurales y precisará de un cambio reformista profundo, de un presupuesto de base cero y de un cambio completo en la orientación de la política económica, abandonando el socialismo.
Milei dejó bien claros los resultados de la libertad económica y del socialismo: cuando se aplicó la libertad, Argentina asombró al mundo y Buenos Aires no tenía nada que envidiar a Nueva York. Cuando se aplicó el socialismo, el peronismo, la pobreza llegó a Argentina. También el desarrollo económico mundial prosperó cuando se impulsó el capitalismo, la economía de mercado, la industrialización.
Se trata, como dijo Milei, de agrandar la tarta a repartir, no de empequeñecerla distribuyendo miseria. Sólo el capitalismo ha sido históricamente capaz de generar prosperidad. En España lo sabemos muy bien: cuando las ideas de la libertad han gobernado, la prosperidad se ha incrementado, arreglando, además, la pobreza que siempre ha generado la izquierda, que cuando gobierna deshace la prosperidad, además de estar instalada la izquierda en la política del subsidio, que anula a los ciudadanos, tanto desde el punto de vista personal como desde el punto de vista profesional.
A las personas hay que socorrerlas cuando están en necesidad para que puedan remontar, pero no hay que anularlas con un subsidio permanente, que desincentiva la actividad y el empleo y que corre el riesgo de perseguir convertirse en clientelismo electoral.
Milei fue muy claro. Por supuesto que las reformas siempre exigen sacrificios en el corto plazo, pero generan buenas expectativas y acortan el tiempo de estrechez económica. Si nada se hace, se malvive eternamente, que es el camino más rápido hacia la pobreza. Argentina lo sabe muy bien y es algo que hay que evitar en Europa y en España.
Sánchez, que alardea de la marcha de la economía, cuando todo es efecto base y anestesia del gasto público, que se desmoronará cuando haya que reducir el gasto, porque ha dejado vaciada a la estructura económica española, ataca con fuerza a las ideas liberales -neoliberales, dice él-, a la economía de mercado y al sector empresarial, aunque ahora trate de disimular, pero que en cuanto tiene oportunidad trata de asfixiarlos: incremento del salario mínimo, subida de cuotas a la Seguridad Social, inseguridad jurídica, impuestos arbitrarios y demagogos, intento de control de los salarios de altos directivos, reducción de jornada e incremento de la participación pública en empresas, entre otras muchas cosas.
Milei, con quien se puede estar o no de acuerdo, al tiempo que puede gustar más o no otras formas, ha sido muy claro y valiente, defendiendo las ideas que han generado prosperidad. Los números no mienten y en el medio y largo plazo no pueden ser anestesiados por las medidas de gasto público, gasto que sólo conduce al empobrecimiento de una sociedad.