En el camino hacia el procés inverso

procés inverso

Lo que se prepara puede salir bien o mal, pero lo que no se prepara sale mal seguro. Y la performance del pasado jueves en Barcelona salió demasiado bien como para que haya sido fruto de la improvisación. En el fondo nadie lo piensa; nadie cree que no sea la ejecución de un plan tácita o, con más probabilidad, expresamente pactado entre los entornos de Puigdemont, de la Generalitat y del Gobierno.

La farsa es, por otro lado, tan evidente que no se toman ni la molestia de disimular, más allá de algún compungimiento ridículo; el cese de media docena de altos cargos en la Secretaría General de Seguridad y en el CNI y una zozobra de naufragio en los ministerios implicados sería lo mínimo que estaría ocurriendo si todos estos despropósitos hubieran de verdad acontecido inesperadamente.

Si se acude a la locución latina cui prodest, se constata que todos los que tenían alguna relación o interés respecto de la actuación, resultan muy beneficiados por las consecuencias directas o indirectas de la misma. Repasemos: Salvador Illa se convierte en molt honorable sin desasosegantes esperas y sin que algún aciago evento haya torcido el ánimo de sus apoyos. Los republicanos, abocados a dejar el poder, lo hacen recuperando un protagonismo inesperado y dejando sus aspiraciones secesionistas integradas en el programa del nuevo Gobierno de la Generalitat. Puigdemont disimula y espera tranquilamente que Conde Pumpido le aclare del todo el tema de su amnistía; porque de todo se cansa uno.

Y, por fin, el presidente Sánchez, que posiblemente ha completado la compra de una nueva temporada en Moncloa; la preceptiva aprobación de un presupuesto para esta legislatura todavía será complicada, pero a nadie escapa que sería imposible con Puigdemont en prisión preventiva.

Y el referido programa de Gobierno de ERC y de Illa, y en concreto las cesiones económicas y de financiación para Cataluña, ha sido el último stakeholder de la pantomima. Porque mandando por delante a Puigdemont, a modo de elefante rosa, es difícil que cualquier otra cuestión se mantenga en primer plano, ya sea el pucherazo de Maduro y Rodríguez Zapatero en Venezuela, el caos de Renfe o los infames compromisos de Pedro Sánchez, que no sólo comprometen a Illa y al PSC, sino a todos los españoles. Hasta los barones socialistas han podido escaquearse de hacer ese papel de indignaditos que luego les resulta tan incoherente con su disciplinado voto a las órdenes del amado líder.

Estos socialistas se piensan que el pacto con ERC y ese programa lleno de insolidaridad y deslealtad es inocuo y que los únicos que se indignan son los fascistas del otro lado del muro. Pero no es verdad. La mayoría de los españoles, fuera de Cataluña, piensan que la eufemística singularidad financiera es lo que realmente es: un ilegal cupo económico obtenido como fruto de un sucio chantaje. Ahora nadie lo quiere ver, pero es probable que se acelere un proceso de desafección con Cataluña si al habitual y cansino supremacismo se añade una nueva e inmerecida mejora económica, si al sostenimiento de la deuda y de las pensiones catalanas se suma una singularidad fiscal y financiera.

Quizá se esté abriendo una puerta a un procés inverso: al resto de los españoles no les interesará tener una comunidad desleal, egoísta y, además, ruinosa y ridícula. Una región con un deterioro social y económico de difícil recuperación, preñada de okupas, wokismo e independentismo apesebrado. Lo mejor es que se vayan, terminarán pensando muchos, ¡y cuanto antes mejor!

¿Es ese el ideario político de Sánchez? Probablemente no; probablemente no es ni ese ni ninguno confesable. Pero no olvidemos que las cesiones al entorno secesionista, ya sean con las leyes de amnistía como con los cheques librados a favor de ERC, no sólo pagan la investidura de Illa sino también la supervivencia del propio Sánchez.

Nada es muy diferente de lo que ocurrió con el PNV después de las elecciones vascas o con Bildu en Pamplona. Todas esas políticas no obedecen a ninguna convicción, pero el tener un ideario político, o incluso algún simple principio, es algo que no te puedes permitir si necesitas a todos, todo el tiempo y en todas partes.

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