El caballo de Troya del 78
Después del acto del pasado día 23 ha sido masivo entre los politólogos el análisis de la adhesión vs contestación que mantiene el régimen constitucional del 78. Una buena parte de los analistas que no se han echado al monte, y que conservan una visión más o menos imparcial, se han asomado con optimismo al pozo para ver si todavía hay agua, y, después de concienzudas cuentas, han concluido que hay todavía una mayoría de españoles, o al menos de los españoles que votan, dispuestos a continuar por la senda constitucional. ¿Pero es así realmente?
No lo es, sin duda, en algunas de las comunidades. En Cataluña ya hace tiempo que la mayoría, electoral y social, ha demostrado no querer mantener este régimen o, más aún, no aceptar ninguno si presupone formar parte del Estado Español; en los catalanes separatistas es evidente, pero existe otro amplio grupo, que nos empeñamos en encuadrar en el bando constitucional, que hace ya tiempo que decidió que no merecía la pena enfrentarse al separatismo radical, quizás porque, aunque a veces no lo reconozcan, exigen una diferenciación supremacista. En el País Vasco ya es desde hace años muy mayoritaria la adscripción secesionista, pero, como han entendido pragmáticamente que hay que seguir exprimiendo la ubre del Estado español, mantienen una calma expectante en la que no hay un mínimo de adhesión o lealtad con el régimen constitucional.
El problema se ha agravado porque en las dos comunidades ha sido el partido socialista el que ha desertado del españolismo activo, especialmente cuando ha tenido ocasión de ejercer algún poder. En los momentos claves en los que podían contribuir a encauzar la desvinculación institucional siempre prefirieron aliarse con los radicales populistas, que no ocultan que, además de estar en contra del régimen, también son separatistas, o directamente con los partidos secesionistas, sin importarles que no estuvieran en su ámbito ideológico, o, incluso, que hayan ejercido o no rechacen la violencia.
En el conjunto de España el partido socialista ha tomado demasiadas veces el mismo camino: Baleares, Valencia o especialmente Navarra son un claro ejemplo. Es verdad que en ocasiones defenderán el régimen del 78, ¡pero poco! Y siempre que no les cueste un gramo de poder. Es evidente que han traspasado sus propias líneas rojas, pero la realidad es que el PSOE de Felipe González ya no existe; quizás nunca existió, y fue un espejismo, un paréntesis en una historia con demasiados episodios de radicalidad y deslealtad constitucional. El felipismo se resistió a dejar de liderar el partido, utilizando a alguna de sus figuras más emblemáticas, pero las primarias siempre permiten que sean los más sectarios quienes, tirando de populismo guerra-civilista, aglutinen a la masa afiliada, que mayoritariamente la componen los muy cafeteros, los muy radicales. Es verdad que en ese movimiento de abandono del socialismo felipista con proyecto “panespañol”, se pierde una masa de votantes -ya nunca tendrá 11 millones de votos-, pero gran parte lo han aceptado por sectarismo, porque no quieren seguir compartiendo con el centro derecha un plan de nación. La separación del centro derecha en tres opciones y el sistema electoral hace el resto, y permiten que ese PSOE más magro sea capaz de alzarse con las mayorías; después la necesidad de auparse en los separatistas y radicales, a los que ha elegido como sus socios naturales, exige reducir aún más su poco entusiasmo en la defensa del régimen.
Así que cuando se quiera examinar si todavía son sólidas las defensas de la ciudadela constitucional, hay que tener en cuenta que unos Ulises Zapatero o Sánchez han introducido en ella un caballo de Troya, y que se aprovechará un momento de debilidad en las instituciones (v.g. monarquía o justicia) para abrir las puertas de las murallas a los Aqueos radicales y secesionistas.