Barra libre de racismo y estupidez

Barra libre de racismo y estupidez

Hace unos días, saliendo de la Librería Alberti de Madrid, presencié en esa misma esquina una escena bastante penosa. Un señor de unos sesenta años increpó a un transeúnte de rasgos andinos en estos términos: “A ver si os vais de una vez a vuestro país. Aquí no queremos basura. Venís a robarnos, iros ya a tomar por culo de aquí y mataros entre vosotros, no sois más que basura”. El increpado continuó caminando por la calle Benito Gutiérrez, ni siquiera levantó la cabeza, simplemente siguió andando con gesto avergonzado, mientras el agresor le seguía insultando antes de desaparecer por la calle Tutor. Cuando la víctima pasó por delante de mí, tuve tiempo de decirle al vuelo: “No haga caso de esa gentuza”. Ni siquiera se atrevió a mirarme, sólo asintió levemente con la cabeza y siguió caminando en dirección a la calle Princesa.

He pasado varios días reflexionando sobre lo que pasará por la cabeza de este hombre andino. Me gusta insistir en lo de “andino”, afortunadamente mi ojo no me dio para distinguir nacionalidad, en estos tiempos de murallas y odio me atrevo a decir que el país de donde venga cada uno me la trae al pairo. Me preocupa mucho más el resentimiento con el que va por el mundo gente como el señor —por llamarlo de alguna manera— que insultó a este otro hombre sin ningún motivo. El que ataca podría entender mucho mejor a la víctima si en los sesenta se hubiera tenido que marchar a trabajar a Alemania, o si hoy su hijo estuviera poniendo pintas en Londres para ganarse la vida.

Desde luego, desentrañar los pensamientos del agresor resulta mucho más sencillo, lamentablemente. Quizás ha vivido toda su vida en este barrio madrileño —o no—  y sin embargo nunca ha tenido la tentación de entrar a la librería por la que con seguridad pasa todos los días. Probablemente allí dentro hubiera encontrado el antídoto a tanta maldad y tanta ignorancia, incluso podría haber descubierto que la estupidez y la incultura son el combustible del odio y el racismo. Ahora ya parece tarde para tal milagro; uno es ingenuo, pero no idiota.

Estamos asistiendo a una propagación del odio al diferente como no había ocurrido en años. “Cuando éramos ricos”, veíamos a sudamericanos, árabes o europeos del Este como nuestros sirvientes. Ahora son una amenaza. Por Whatsapp circulan mensajes masivos en los que se alienta a actos como “Echemos a los moros de España” o “Sudacas fuera ya”. Culpables son de propagar la xenofobia periodistas y tertulianos que insisten en identificar Islam con terrorismo. Culpables son también de echar gasolina en este incendio social Theresa May, Mariano Rajoy, Donald Trump o el mismo adalid del independentismo Carles Puigdemont. A todos ellos les digo esto, para que el día de mañana no me lo puedan reprochar mis hijos: “Vosotros —con vuestros prejuicios, vuestros territorios y vuestros discursos xenófobos— estáis contribuyendo a edificar un mundo más imbécil, más paleto y mucho peor”.

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