Autogobierno y ‘principio de Peter’

Autogobierno, principio de Peter, Pedro Sánchez, País Vasco

La vorágine informativa diaria ha restado el eco que merecía a una de las intervenciones más certeras a la hora de definir, en este momento de España, lo que está en juego.  Fue el pasado jueves, en el Parlamento vasco, durante el debate de investidura del lehendakari peneuvista Imanol Pradales.

El portavoz y líder del PP vasco, Javier de Andrés, dedicó la parte nuclear de su intervención a desmentir el mantra del PSOE y de sus socios ultranacionalistas sobre la supuesta relación directa entre «más autogobierno» y «más y mejor bienestar».

«Eso es un mantra -señaló el líder popular-. Para empezar, lo han desmentido ustedes mismos, con una mala gestión. En España hay 17 nuevos gobiernos y ha habido quien sí ha sabido aprovechar el autogobierno y hay quien no. En el caso del País Vasco, teníamos más del 7% del PIB de toda España. Hoy estamos por debajo del 6%. Hay alguien que es responsable de eso y es el Gobierno vasco».

Javier de Andrés puso así el dedo en la llaga al reprochar a los socialistas y a sus socios vascos que «no han sabido aprovechar las oportunidades del autogobierno, con lo cual necesariamente más autogobierno no es más bienestar». Y lo ejemplificó en el fracaso de sus políticas en materias como sanidad, servicios sociales, vivienda, educación o seguridad.

La situación en el País Vasco es pareja a la de Cataluña, con unos gobernantes decididos a seguir su huida hacia adelante en pos de un delirante proyecto supremacista y excluyente, mientras su desidia e inoperancia provocan el desmantelamiento del Estado de bienestar y la pérdida de calidad de vida y de oportunidades de los ciudadanos.

Al modo del Principio de Peter, en la España de Sánchez elevar el nivel de exigencia de más competencias supone alcanzar el máximo nivel de incompetencia. Por el contrario, regiones como Madrid, aplicando estrictamente sus competencias y practicando políticas realistas para problemas reales, consiguen mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Todo ello haciendo compatible la fiscalidad más baja entre la de todas las regiones con la prestación de servicios públicos de calidad.

Ya sabemos que términos como «solidaridad» o «igualdad» han alcanzado para los socialistas el mismo grado de putrefacción que «verdad» o «justicia». Ahí está la declaración de Patxi López tratando de vendernos los privilegios de Cataluña sobre las demás regiones, diciendo que un sistema de financiación igual para todos los territorios «sería injusto» porque, en su opinión, «no se pueden tratar igual las cosas que son desiguales».

Una máxima que, sorpresa, es radicalmente contraria a la que el PSOE ha utilizado en las últimas décadas para destruir la educación como ascensor social, en detrimento de los más vulnerables, tratando injustamente de igualar a todos los alumnos en el mismo nivel de mediocridad, en vez de garantizar a todos las mejores oportunidades, sean cuales sean sus condiciones sociales o familiares, para desarrollar sus distintos potenciales.

Lo que Patxi López ha venido a inaugurar en la ciénaga caudillista de Sánchez es la nueva doctrina del socialismo feudal. De ahí la instauración del derecho de pernada fiscal de los socios ultranacionalistas sobre el conjunto de los españoles, para que les paguemos el coste de la orgía independentista en detrimento del gasto en servicios públicos como la sanidad, la educación o la dependencia en el resto de las regiones.

Sánchez ha decidido librar carta de privilegio a los desleales e insolidarios a costa de los leales y solidarios. Lo hace además considerando que los derechos son de los territorios y no de los ciudadanos. Y si además los ciudadanos no votan lo que él quiere, como es el caso de Madrid, los somete a asedio con todas sus máquinas de propaganda, y si es preciso también con las judiciales.

Que Madrid sea la región que más aporta, cerca del 70% del total, al fondo de solidaridad entre comunidades autónomas, destinado a costear los servicios públicos de otras regiones, debería ser motivo de reconocimiento por parte de Sánchez. Pero no, todo lo contrario. La solidaridad de Madrid es demonizada, como lo es también su aportación a la riqueza nacional, por encima de Cataluña y del País Vasco: un 20% del PIB, siendo su población un 14,5% del total español, menor que la catalana.

El ejemplo de Madrid, como insiste la presidenta Isabel Díaz Ayuso, es la prueba de que hay una alternativa solidaria y eficiente a la España de las dos velocidades de Sánchez: la de los privilegiados de el que no corre, vuela y la de los apestados del sálvese quien pueda.

Este es el resumen de la España sanchista, que promueve un sistema de castas. Por un lado, la de los golfos apandadores que consiguen por siete votos sacar tajada de un político vanidoso que se zambulle con placer en los presupuestos estatales como si fuera el tío Gilito en su piscina de monedas y billetes. De la otra parte, los sufridos pagadores del pato, valga la redundancia, pues no en balde en España la presión fiscal ha subido treinta veces más que en la UE desde que gobierna el marido de Begoña Gómez.

Con todo, este camino sin retorno hacia el socialismo feudal no va a dejar de depararnos sorpresas. No es descartable que vaya a implantarse en un futuro el juicio de Dios, mediante el cual el periodista que critique a Sánchez y el juez o fiscal que actúe con arreglo a la ley en algún caso que interese al gobierno tendrá que meter su mano en un caldero de agua hirviendo para demostrar, si su extremidad sale indemne del suplicio, que no pertenece a la conspiración internacional ultraderechista.

La transformación feudal competitiva de la España sanchista nos conduce a una doble vara de medir. El que ataca el Estado de derecho es amnistiado y el que roba por la causa del socialismo, exculpado, aunque tengan las manos cocidas de meterlas en la caja y degradar los servicios públicos. Mientras tanto, el que cumple con la Constitución es penalizado, aunque de su mano se promueva el rigor presupuestario, la baja fiscalidad, la creación de empleo y la mejora de la sanidad, la educación o la atención social.

Así, paso a paso, Sánchez nos conduce a la instauración de un Estado de desecho, donde los nuevos putos amos puedan obligar a sus vasallos a hacer de vientre para poder mantener los pies calientes dentro de sus excrementos, como se estilaba en el medieval Franco Condado. Así, en tan parecido valor, estima Sánchez el dinero de los contribuyentes españoles en su acuerdo de «financiación singular» con los independentistas y en su voluntad de amnistiar sus delitos de malversación para mantener calientes sus pies en La Moncloa.

Con razón el sanchismo huele ya que apesta de los pies a la cabeza.

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