Arde Barcelona

Arde Barcelona

Hace una semana escribí en esta sección acerca de los violentos altercados que se estaban  produciendo en las calles de varias ciudades españolas, y muy especialmente en Barcelona, a cuenta del ingreso en prisión de Pablo Rivadulla, de nombre «artístico» Hasél.

Ha transcurrido la semana y los disturbios no solo no han desaparecido —como algunos agoreros aseguraban—, sino que en Barcelona estos recientes días se han tornado más violentos si cabe, culminando con el incendio de una furgoneta de la Guardia Urbana barcelonesa que pudo acabar en tragedia. Tragedia que, como ya comentamos, acaso esté buscada para provocar una escalada que replique en nuestros lares una movida análoga a la de los BLM de los Estados Unidos, que irrumpió en plena campaña electoral a la presidencia.

Los grupos de bárbaros que ahora actúan en las calles de Barcelona, lo hacen con el pretexto de defender la libertad de expresión —léase: libertad para injuriar, calumniar, exaltar el terrorismo y la violencia, humillar a las víctimas… y siempre que sean ellos los actores y no los destinatarios—. Y lo hacen curiosamente de manera análoga a como lo hacían invocado el derecho a decidir, o la libertad de los «presos políticos» en fechas que todos recordamos muy bien. Los mismos perfiles, los mismos métodos, la misma logística, y ahora una llamativa coincidencia con un tiempo político particularmente sensible: la formación del gobierno de la Generalitat tras el 14-F.

La consigna política dada a los Mossos y a la Guardia Urbana de «aguantar» para evitar enfrentamientos que pudieran radicalizar más la situación, pone de relieve la lamentable condición en la que se encuentra el nivel ético y moral de la dirigencia política, habiendo eliminado cualquier atisbo de respeto hacia quienes ostentan la difícil e importante misión de ser agentes de la autoridad y velar por el respeto a la ley y, en este caso, a la convivencia y la seguridad ciudadanas. En el transfondo, como apuntamos, el futuro Govern, con la posibilidad de abrir un tiempo nuevo para Cataluña, o perseverar en la senda equivocada  que ha llevado a la actual situación, y no solo a los catalanes, sino al conjunto de España. Quien crea que no hay relación alguna entre estos sucesos, me temo se equivoca de plano, como desvelará el tiempo y a no tardar. Nada es fruto de la casualidad y desde luego en política menos, como ya afirmara el Presidente Franklin D. Roosevelt: «Nada de lo que sucede en política es casual. Estemos seguros de que todo lo que pasa en politica está muy bien programado».

El chantaje de los extremistas pretende evitar el acuerdo para un Gobierno que tenga el firme propósito de cambiar el rumbo que inició Artur Mas en el Parlament en enero de 2013: «Ponemos rumbo de colisión con el Estado», dando el banderazo de comienzo del Procés. Un Gobierno que no va a normalizar la situación con facilidad, pero que es condición necesaria para dejar la rauxa atrás y asumir la realidad con seny.

El resultado electoral ha enconado la pugna por la hegemonía en el campo del separatismo. Y lo hace con la exigua pero importante victoria de Junqueras frente a Puigdemont, que tendrá la presidencia a través de  su vicario Aragonès, en contraposición a la vicaria  Borràs  de su oponente. Un Gobierno de gran coalición entre los dos es difícil pero muy probable en  mera aritmética electoral, sumando 65 escaños sobre una mayoría de 68, con la CUP de árbitro agitando las calles a tal fin.

Hoy tampoco parece vislumbrarse la reedición de un nuevo tripartito, aunque nada puede descartarse con la «Mesa de Diálogo» y los indultos en el horizonte, que significarán la concreción de la política del «apaciguamiento», sobre la cual la Historia ya emitió su veredicto con Chamberlain como protagonista.

Así que con Vox, Cs y el PP sumando 20 escasos escaños —la mitad de lo 40 de Arrimadas de hace tres años con el PP—, el denominado constitucionalismo de centroderecha no tiene ningún papel en este momento crítico de nuestra Historia. Mientras, la ultraizquierda del separatismo quiere coronar en la calle su éxito en las urnas.

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