Aquel Cebrián hoy despojado…

Cebrián

Cuento en Éxodo y poder que gran parte de la fundación y aparición del diario El País se debió a Manuel Fraga, a la sazón embajador en Londres y cuando todo el mundo entendía en aquel momento que sería el conductor de la Transición.

Entre los que peregrinaron a la londinense Belgravia Square se encontraba un joven y talentudo Juan Luis Cebrián (el joven Janli) que fue su primer y exitoso director durante muchos años.

Como la gloria y el agradecimiento entre deudos es tan efímera como una tarde de toros, resulta que casi medio siglo después no sólo le han dejado sin columna en el medio que él creó, sino que le han arrebatado también la Presidencia de Honor del diario, otrora independiente de la mañana. Lo de «independiente» habría que matizarlo y lo matizo, porque siempre estuvo a la vera del poder socialdemócrata encarnado por su amigo Felipe González. Ahora bien, comparada aquella entrega con la actual, al sanchismo ese ejercicio sólo le conduce a la melancolía y a gritar que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Antes que nada quiero aclarar que en los muchos y grandes medios que a lo largo de mi ya dilatada vida profesional he trabajado y he puesto mi firma profesional nunca el diario de Polanco/Cebrián fue pasto de mis apetitos. Por lo tanto, no se trata de una cuestión ad hominem en modo alguno.

Las sucesivas crisis por las que ha atravesado el que fue durante décadas el líder de los rotativos españoles ninguna como la actual. Quizá la única posibilidad de salvamento para su credibilidad fue la etapa de Antonio Caño y su equipo, ahora disperso en diferentes cabeceras, unas de nuevo cuño y otras añejas.

La reflexión mediático-política a propósito del tema que ocupa este post conlleva también una cierta nostalgia acerca de la caducidad del poder (su influencia fue inmensa, brutal a lo largo de casi cuatro décadas, especialmente las dos primeras, condicionando la vida política, económica y social).

En los medios, como en la vida, no es cómo se empieza sino cómo se muere. Alguien debería recordar a los poderosos aquello del triunfus romano: «recuerda que sólo eres un hombre…» O mujer.

Lo dicho: vanidad de vanidades y todo vanidad.

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