Amancio «Ortiga»

Amancio «Ortiga»

Una vez más, asisto atónita a la encarnizada campaña de quienes denostan a Amancio Ortega cada vez que es noticia. En esta ocasión porque ha ocupado –durante unas horas y según el ranking de la revista Forbes- el puesto de hombre más rico del mundo. El dueño de Inditex, despierta odios enfermizos de una parte muy concreta de la sociedad española. Esos que ven amenazado su cutre argumentario economicista, enrocados en la idea de que quienes crean la riqueza son los políticos. Valiente tontería. La verdad es que Inditex no nace de subvenciones estatales, ni de infraestructuras públicas, sino del ingenio de un visionario que, con una buena idea y en base a la constante reinversión de los beneficios obtenidos a partir de la misma, ha logrado ofrecer a los consumidores exactamente aquello que desean en menos tiempo y más barato que sus competidores.

Ortega molesta a la izquierda caviar, empeñada en convertir al vendedor de batas en algo así como el culpable absoluto del hambre en el mundo, porque camina y levanta polvareda sin hacer demasiado ruido, sin agarrar pancartas, sin indignarse, sin posicionarse políticamente y sin esperar nada del Estado, sencillamente, porque no lo necesita. Amancio “Ortiga” les produce una urticaria mayúscula porque demuestra en la praxis las bondades del capitalismo y pone en evidencia sus consignas. Un hombre hecho a sí mismo que alimenta sueños y expectativas. Quien tenga iniciativa, aporte valor añadido y  sea capaz de asumir riesgos puede generar riqueza ilimitada.

Y no es sólo una cuestión de envidia. Esto tiene que ver con el complejo infinito de los vagos de visión reducida y cortoplacista. Lo pone de manifiesto el hecho de que sólo analicen los resultados. Amancio Ortega no es rico de cuna, si lo hubiese sido no se indignarían con tanta violencia porque su misma existencia legitimaría todas esas reivindicaciones redistributivas que reclaman —porque sí— un reparto más ¿justo? y equitativo de la riqueza. Lo que no perdonan al empresario gallego es que se haya enriquecido —más que ellos— sin trampa a base de trabajo e innovación, poniendo la moda y el diseño al alcance de todos… ¡Pero si deberían estar encantados! ¿Hay algo más social y humilde que eso? Lo que les irrita es que en lugar de dedicarse a dilapidar su fortuna en cubiertas de yates y alternar con otros ricos, para cargarles de razones, prefiera seguir madrugando cada mañana, conducir personalmente su coche hasta la fábrica de Arteixo y ocuparse de sus asuntos en lugar de inmiscuirse en la vida del resto. Eso no interesa, ya ejemplifica la cultura del esfuerzo.

Poco importa que de las prendas fabricadas y comercializadas por Inditex sólo un 35% tengan procedencia asiática y se subcontraten a proveedores externos estrictamente fiscalizados para garantizar la inexistencia de explotación laboral o mano de obra infantil, el respeto al derecho de sindicación o el cumplimiento de condiciones de higiene, seguridad y descanso adecuados. Eso no interesa, porque desmonta la demagogia del progrerío de salón.

Todos los intelectuales de moralidad superior al resto que pregonan a los cuatro vientos el boicot a Zara deberían como mínimo predicar con el ejemplo. Si no quieren comprar en sus tiendas, perfecto, pero entonces que se despojen de sus Iphone, de sus Nike, de sus tablets y de todos esos atributos netamente capitalistas que utilizan mientras tuitean sin descanso en contra del empresario español para demonizarlo. Su problema es que Ortega es uno de los nuestros. Su trauma es que crea empleo a partir de una iniciativa estricta y exclusivamente privada. Y en este sistema envuelto en la cultura de la subvención, muchos prefieren ciudadanos improductivos pero subsidiados que trabajadores “indignos”. Oigan, el trabajo no mancha. El trabajo siempre dignifica. Lo sabrían si, en lugar de tantas lecciones, para variar, de vez en cuando lo pusiesen un poco en práctica.

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