Aldeanismo patético en el Congreso

Congreso lenguas cooficiales

El martes se dio un espectáculo grotesco en el Congreso, a raíz de las cesiones que ha de conceder Pedro Sánchez para tratar de conservar el poder. En este caso, la cesión, pactada para que Armengol presidiese Las Cortes, consistió en la aberración de permitir en el Congreso el uso de las lenguas regionales cooficiales en las comunidades autónomas a las que pertenecen.

Para ello, se repartieron pinganillos entre los diputados, taquígrafos, letrados y estenotipistas, con el objeto de que pudiesen realizarse la traducción simultánea de dichas lenguas regionales -catalán, vascuence-euskera en dicho idioma, que es, por cierto, un idioma normalizado, llamado batúa, porque las variantes de dicha lengua son muy diferentes entre sí- y gallego, ya que el valenciano lo excluyó la catalanista presidenta del Congreso- a la lengua común de todos ellos, que es el español o castellano.

Es decir, para amplificar el absurdo de la cuestión, la traducción no se realizó simultáneamente a cada lengua regional, además de al español, sino que se hizo directamente en la lengua común. Es decir, este multilingüismo ineficiente en el Congreso que nos impone Sánchez, lo es de manera imperfecta o incompleta, pues el diputado que se haya expresado en catalán será escuchado en traducción al español por un diputado que haya intervenido en vascuence, que a su vez será entendido en traducción al español por un diputado gallego que haya intervenido en dicho idioma, traducido al español para que lo entienda el diputado catalán, el vasco y el resto de la cámara.

Posteriormente, cuando los diputados salieron del hemiciclo, entre ellos hablaban en español, puesto que ya no tenían a mano a los intérpretes, mismo idioma en el que el prófugo Puigdemont y Ortuzar se entendieron en la guarida del primero para trazar sus planes para romper España.

Todo es grotesco y sonrojante, ridículo, convirtiendo al Congreso en un espectáculo circense que dilapida el dinero del contribuyente en intérpretes y medios técnicos innecesarios, ya que todos los integrantes hablan y comprenden el mismo idioma, el común de todos los españoles, que es el español o castellano. No estaría de más que este dislate lo sufragase el País Vasco, por ejemplo, con un incremento del cupo pagado al Estado, Navarra, con idéntico incremento de la aportación al Estado, ya que su gobierno socialista y nacionalista lo apoya, y Cataluña, restando el coste de sus entregas a cuentas y liquidaciones del Sistema de Financiación Autonómica, no con el dinero de todos los contribuyentes, y, luego, que les expliquen a sus ciudadanos ese gasto.

Fernando Vizcaíno Casas publicó en 1981 una novela-ficción, titulada Las Autonosuyas -que luego se plasmó en 1983 en una película- donde, desde el humor y la ironía, criticaba algunas tonterías incoherentes del Estado de las Autonomías, exagerando los supuestos para caricaturizarlos y demostrar el absurdo de algunas cuestiones disparatadas. En uno de ellos, se encuentra una reunión entre un representante nacionalista catalán y otro vasco, donde cada uno habla en su lengua propia regional, empleando para ello un traductor que termina por no ser de su gusto y al que despiden cuando el catalán descubre que el vasco habla español, al igual que él, prosiguiendo la reunión entre ellos, desde ese momento, en español (o castellano, como remarca el representante vasco en la novela, invocando lo que él llama «la Constitución del Estado central»). Lo que parecía una exageración intencionada de Vizcaíno Casas se ha quedado corta, pues tal espectáculo circense se ha comenzado a dar.

Por otra parte, el hablar en las distintas lenguas regionales en el Congreso supone ir contra el Reglamento, que no se ha modificado y permite sólo el uso del español o castellano, de manera que ya tenemos ahí la primera irregularidad legal. Por otra parte, los diputados representan a la soberanía nacional, y aunque sean elegidos por una circunscripción, cuando adquieren la condición de diputado representan a todos los españoles, no a los de su circunscripción. Por tanto, deben hablar en el idioma común de todos al hacerlo en el Congreso. Además, el Congreso de los Diputados se halla en la Carrera de San Jerónimo, en Madrid, donde no hay ninguna lengua regional cooficial en dicha comunidad autónoma. Por tanto, en ella debe emplearse el español, que es el idioma común. Recordemos que el artículo 3 de la Constitución indica lo siguiente:

Artículo 3

1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.

2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.

3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.

Por tanto, como no hay lengua regional en Madrid el único idioma que se puede emplear en el Congreso es el español o castellano.

Por otra parte, se trata ya de una cuestión de educación hacia todos los miembros de la cámara, sus empleados y los ciudadanos, pero parece que la educación es algo que se pierde con el nacionalismo y con las ansias de conservar el poder a toda costa que exhibe Sánchez.

Todo ello, inmerso en un aldeanismo patético, siguiendo la definición del diccionario de la Real Academia Española, en su segunda acepción, que dice que aldeanismo es «estrechez intelectual o tosquedad propias de una sociedad cerrada en sí misma». Es decir, se puede nacer en una aldeíta y ser una persona de mundo, abierta, y se puede haber nacido en una gran ciudad y practicar el aldeanismo, como el que Sánchez ha impulsado en el Congreso. Lo que ha hecho, además, no es defender la cultura de las lenguas regionales, que, como dice la Constitución, hay que preservar; lo que ha hecho es emplearlas para ridiculizarlas al prestarlas para semejante espectáculo absurdo.

Si habla alguien en un idioma en el Congreso que no sea el común, no debería ser ni atendido ni contestado por el resto, pues al igual que si unos diputados coinciden en la cafetería del Congreso para tomar un café hablarán en español o castellano de cómo van en la Liga el Barça, el Athletic Club, el Madrid, el Atleti o cualquier otro equipo, pongamos por caso, pueden hacerlo también en el Congreso para exponer lo que deseen, de manera que si no se les hace caso a sus demandas por no ser atendidos, luego, que no se quejen. La lengua sirve para comunicarse, para derribar barreras entre dos personas, no para levantarlas, que es lo que Sánchez y sus socios hacen con este esperpento.

Adicionalmente, al insistir el Gobierno en funciones en la UE -incluso aprovechando la presidencia de turno española- para que el catalán, el vascuence y el gallego puedan ser oficiales -con claro rechazo muy elegante de la UE- Sánchez pone en riesgo años de esfuerzo de nuestra diplomacia para que el español sea considerado, junto al inglés, francés y alemán, como lengua de trabajo en la UE.

Sánchez, para tratar de seguir en el banco azul, está quebrando los cimientos de España. Empieza con este disparate de las lenguas, que supone un sainete en España y que merma las posibilidades internacionales de nuestro idioma, hablado por 600 millones de personas; tratará de continuar con la amnistía, vistiéndola de alguna manera, con la que liquidará, de facto, la Transición y la Constitución; y, si fuese necesario para mantenerse en el poder, intentará pergeñar alguna fórmula de referéndum. Todo por unos votos que le valgan un gobierno, que, de conseguirse de esa manera, nacerá ligado a una actitud de felonía que no se recordaba desde Fernando VII.

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