Acuerdos del sanchismo vasco

sanchismo vasco, opinión, País Vasco

Estamos tan obnubilados con lo que está pasando en Cataluña, entre la amnistía y las elecciones de inmanejable resultado, que poco nos hemos fijado en las renegociaciones del sanchismo vasco. Claro que es el circo catalán el que se lleva todos los focos, porque es el que tiene los mejores equilibristas, los más asombrosos prestidigitadores y los payasos más ridículos; pero los acuerdos que viene haciendo Sánchez con los vascos, ya desde el tiempo de la moción de censura, son por vez y cada vez muy graves y muy gravosos.

¿Cómo es posible -se pregunta uno ingenuamente-, que un PSOE que va tan de woke, global y progresista se ponga tan fácilmente de acuerdo con un PNV tan rancio y aldeano? Y la respuesta solamente es una: adelantando a los nacionalistas, como ocurre con el PSC en Cataluña, por el carril de la diferenciación supremacista. Claro, que esa inspiración de los socialistas vascos es sobrevenida y necesitó que en el partido se impusiera la posición entreguista de Eguiguren a la de Redondo Terreros, y que desaparecieran, también, de la memoria oficial del socialismo Fernando Múgica o Joseba Pagaza.

El otro gran catalizador del sanchismo en el País Vasco es, obviamente, la obsesiva ambición de permanencia del presidente Sánchez. Por supuesto que no iba este a permitir que el rechazo a una reivindicación cualquiera amenace su vida palaciega (Moncloa, La Mareta, Las Vistillas…) o el free-pass del Falcon.

Resulta tremendamente paradójico que sea el peneuvista Imanol Pradales, que es quien ha requerido los votos de los socialistas vascos para ser elegido lehendakari, el que imponga las condiciones. Mal se oculta que lo que se sigue pagando es la presidencia del propio Sánchez y que a este no le importa continuar haciéndolo si es con el dinero y con el honor de todos los españoles. Porque, entre otras cosas, el acuerdo asegura que el cupo seguirá sin compensar el agujero de las pensiones, que habrá privilegiadas aportaciones del gasto público, que se apoyará un nuevo Estatuto que reconozca la nación vasca y que las relaciones con el Estado se enmarcarán en un ámbito bilateral que implica un reconocimiento de soberanía.

Pero con todo eso, lo que resulta más indignante en el pacto de gobierno entre PNV y PSE, es que va a servir de herramienta para cumplir con el otro acuerdo, el que se firmó con Bildu al hacerse socio del régimen sanchista. El reparto de consejerías en el Gobierno Vasco da todas las pistas: las carteras involucradas con la ejecución de los compromisos con los bilduetarras pasan a ser responsabilidad socialista. ¡Mejor nos encargamos nosotros, no vaya a ser que estos tibios del PNV se pongan melindres!

Y si se trata de cumplir con indignos compromisos, como asegurar la acelerada liberación de los presos etarras, nadie hay mejor que el propio ministro Marlaska para supervisar la faena que él mismo empezó. Recordar, por sí se le ha olvidado al otrora corajudo juez, que por muy compasivo que se quiera ser, la administración de justicia termina donde termina, es decir, con el cumplimiento de las penas, y no antes.

Pero, en fin, de este hombre ya no hay nada que nos extrañe y poco más que podamos decir. Ahora se verá de nuevo enredado en el previsible incumplimiento, con posible prevaricación y fraude de ley, de otra Sentencia del TS que, dando la razón al coronel Perez de los Cobos, anula los nombramientos de varios generales. A estos jueces del Supremo les pasa como al resto de los españoles, que a Marlaska le pillan todas las mentiras y que le dejan con el culo al aire. Más le valdría dejar de sufrir por el embeleso que produce su apolíneo jefe y comportarse con la honestidad que se le supone a un bilbaíno.

Algo así como su paisano Aitor Esteban, que, a pesar del buen juego en la Eurocopa y del protagonismo de varios jugadores vascos, reconoce que la selección española no es la suya. Y es que, por muy desubicado y desleal que se sea, es mejor no mentir si no se sabe disimular.

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