11M, la gran estafa, el asalto socialista

11M Marruecos

En octubre de 2011 recibí en el despacho de Dirección del periódico que entonces comandaba a un sujeto que venía muy, pero que muy recomendado. Había viajado el tipo desde Sevilla en cuya ciudad era conocido y correligionario, creo que de obediencia evangelista, de un amigo personal, director regional de una cadena hotelera prestigiada a la sazón. Me hice acompañar por el staff del diario y dejé/dejamos explicarse al visitante que, sin solución de continuidad, extrajo de su cartera algunos documentos y un sinfín de carnés profesionales pertenecientes a la Policía del Reino de Marruecos, a sus servicios de Inteligencia, y también, curiosamente, una tarjeta que acreditaba su pertenencia a la religión citada.

Era como un aval de una cierta seriedad. Se empeñó, y nos empeñamos, en fotocopiar todo aquel arsenal aparentemente riguroso y, sin más dilación, utilizó casi cuarenta minutos, y en un español teñido, claro está de argot y reminiscencias moras, en contarnos esto que sintetizo sumariamente: «Diez días antes del atentado en Madrid, un grupo de agentes del servicio secreto marroquí se trasladó aquí (se refería naturalmente a nuestra capital), alquiló un piso en un barrio llamado Aluche, adquirió en diversas ferreterías material, como cuerdas, cintas, clavos, bolsas y otros enseres específicos, se entrevistó el grupo con personas que probablemente pertenecían a la estación (término muy empleado entre los espías), pagaron por adelantado al casero dos meses más de arriendo y regresaron a Marruecos con un informe detallado que suministraron a sus jefes». Operation train, nos aclaró. Le preguntamos: «Y todo esto, ¿qué tiene que ver con los crímenes de marzo de 2011 en Madrid?». «El grupo -respondió sin dudar- fue el que preparó el atentado».

Luego se remitió a una segunda entrevista en la que, según prometió, ya nos traería el informe en poder de la autoridad correspondiente del rey alauí. Se marchó y con enorme celeridad procedimos a contactar con el Centro Nacional de Inteligencia, nos enviaron un par de sabuesos a los que mostramos los carnés y los papeles señalados y, tras analizarlos durante dos días, nos aseguraron que las credenciales eran auténticas. Les contamos un resumen de la visita, quedaron en ofrecernos un dictamen sobre la misma y aún estamos/estoy esperando hoy esa contestación. Es más, ni siquiera los agentes del CNI (su director sabía de qué habíamos hablado) volvieron a dar señales de vida. Por cierto: lo mismo que el susodicho visitante que, sospechosamente, desapareció de Sevilla y más concretamente de la iglesia donde acudía invariablemente a cumplir con sus oficios dominicales.

Ésta puede ser una anécdota discutible dada la personalidad del infrascrito, una frustración que, sin embargo, hay que completar con otro mínimo relato: por aquellos días también, un bodeguero amigo nos invitó a una cena en su latifundio cercano a Gredos donde nos encontramos con un sujeto que dijo pertenecer al CNI y que, con muchos circunloquios perfectamente inteligibles, afirmó que «España -el hombre era así de solemne- supo de antemano lo que se estaba preparando para el 11M». Y con pelos y señales nos contó eso que, en su conocer, se sabía de antemano. Esta vez fuimos más precavidos y no recurrimos al CNI para contrastar información, pero, ¡oh casualidad!, por nuestro amigo bodeguero, supimos que el amigo había desaparecido tras esa noche, y que su mujer residente en Francia tampoco tenía la menor noticia de él. Es más, si hay que hacer caso a nuestro anfitrión, la esposa realmente no volvió a saber nunca más una palabra de él, tanto que dos años después le pidió ayuda económica a nuestro industrial porque, literalmente: «No tengo ni para comprar pan».

Tómense estos sucedidos con la mayor cautela, pero ahora bien: ¿cómo hay que tomar tantos años después de los atentados aquella denuncia que hizo la Cadena Ser de los terroristas suicidas que se habían inmolado en los trenes y de los cuales tampoco nunca más se supo? ¿Cómo hay que tomar aquella confidencia que el fallecido Rubalcaba hizo a Pepiño Blanco sobre la campaña que había preparado para conseguir -literalmente- «que si convencemos al país de que Aznar ha mentido hemos ganado las elecciones»? ¿Por qué nunca el Gobierno vasco rectificó su declaración de que habían sido etarras los asesinos y que esos criminales no podrían ser considerados vascos?

¿Por qué, tantos años después, no se han podido o querido revisar los trenes objetos del atentado? ¿Qué fue de aquella mochila inexistente, llena -dijeron- de metralla, según otra vez la Ser, que había sido utilizada como explosivo de la fechoría? ¿Dónde está, qué ha sido de ella? ¿Qué hizo al juez Gómez Bermúdez cambiar de opinión y, tras una primera decisión de enviar a los asesinos caminito de Jérez se olvidó de su promesa y se colocó al lado del Gobierno de Zapatero? ¿Por qué la organización terrorista Al Qaeda, a quien se atribuyó genéricamente la masacre, nunca la reivindicó? ¿Cómo es posible que cuatro individuos desarrapados y sin medios fueran capaces de volar cuatro trenes? ¿Es o no cierto que en la noche del miércoles, previa a las elecciones generales del domingo, el Gobierno de Aznar tenía en su poder una encuesta de Sigma 2, entonces dirigida por Malo de Molina, que le otorgaba seis puntos de diferencia al PP sobre el PSOE?

¿Quid prodest? ¿Quién aprovechó aquel brutal desmán? Naturalmente que el PSOE. ¿Fue una feliz coincidencia para Zapatero que acaeciera el tremendo atentado o todo estaba preparado anticipadamente para su victoria, aunque se les fuera la mano a sus organizadores? Como escribiría en su famosa parábola Luigi Pirandello: «Así es, si así os parece». Lo cierto es que, como ya se ha escrito, la mierda sanchista de hoy la defecaron Zapatero y Rubalcaba el 11 de marzo del 2014. Es tan tópica la indigencia intelectual de Zapatero que incluso se ha llegado a afirmar que un personaje borderline como él no es capaz de alumbrar por lo grande una diablura -en su sentido más estricto- como aquella que dejó la friolera de 193 muertos y más de 2.000 heridos. Falso: todo lo que ahora sufrimos comenzó con aquella llegada inaudita al poder del antecedente sectario, bochornoso, de Pedro Sánchez. La izquierda, cuando no puede ganar, se inclina por agitar el Estado, sino que se lo digan al Lenin español, el totalitario Largo Caballero, que fue el muñidor de la gran agresión contra la República en 1934.

Esto que está sucediendo ahora, cuyo antecedente es lo ocurrido tras el vendaval asesino de 2014, o se trata de un golpe de Estado o de un golpe contra el Estado. La gran estafa antidemocrática del socialismo aún reinante puede provenir de dos hipótesis: la primera, la más cierta para el cronista, que se supiera al dedillo, como decían nuestros informantes, qué clase de involución se estaba perpetrando; la segunda, más infantil, que se aprovecharan de ella. En cualquiera caso, toda una estafa histórica. Por no utilizar otro vocablo más grueso que bien podría ser perfectamente éste: asalto ilegítimo al poder.

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