Pocos vecinos lo saben, pero en esta región española vive una especie invasora que destruye la vegetación nativa

Las especies invasoras son aquellas que llegan a un ecosistema sin formar parte de él y, en lugar de adaptarse, terminan transformándolo todo a su paso. Algunas se expanden de forma lenta, otras actúan con rapidez, pero todas alteran el entorno de manera evidente.
En Canarias, la amenaza no viene de un insecto o de una planta, sino de un mamífero capaz de devorar y arrasar la vegetación de tal manera que el paisaje queda casi irreconocible. Lo preocupante es que aún no se sabe cuándo se podrá frenar su avance.
Esta especie invasora está arrasando con la flora de Tenerife
El protagonista de este problema es el muflón, Ovis musimon. Llegó a Tenerife en la década de los 70, introducido con fines cinegéticos. Al principio se vio como una oportunidad para la caza deportiva, pero pronto quedó claro que la decisión tendría consecuencias graves para el medio ambiente.
El muflón es un herbívoro resistente, de cuerpo robusto y cuernos curvados en espiral. Vive en manadas y se desplaza por las laderas y pinares del Teide buscando alimento. Su dieta se basa en hierbas, brotes y hojas tiernas, lo que en Canarias significa que se alimenta directamente de plantas endémicas. Y ese es el gran problema: consume especies que sólo existen en las islas.
Ya hay varios ejemplos. La violeta del Teide, que florece a gran altitud, ha visto reducidas sus poblaciones por la presión de este animal. Lo mismo ocurre con la retama blanca de cumbre y el cardo de plata, entre otras plantas que forman parte de un ecosistema único. Los muflones no dejan margen para la regeneración y, además, su constante pisoteo favorece la erosión del terreno volcánico.
Cómo sufre el ecosistema canario ante el avance de este animal invasor
Las consecuencias se notan en el paisaje y también en el equilibrio del ecosistema. Donde antes había tajinastes, retamas y herbazales de altura, ahora aparecen claros y zonas degradadas.
El impacto no se limita a la flora, otros animales que dependen de esas plantas para alimentarse o protegerse pierden recursos y espacio.
El Cabildo de Tenerife reconoce el problema desde hace años. Por eso organiza campañas de control poblacional en el Parque Nacional del Teide. Estas campañas incluyen batidas cinegéticas, instalación de vallados y seguimiento de las especies vegetales más amenazadas.
Los resultados son parciales, logran reducir la densidad de muflones, pero la erradicación completa parece lejana. La orografía volcánica, con barrancos y laderas abruptas, complica cualquier intento de control total.
Aun así, los científicos insisten en que no hay otra alternativa. Mantener al muflón en la isla significa condenar a muchas especies endémicas a una lenta desaparición. El riesgo es real, pues si el equilibrio no se recupera, el Teide podría perder parte de la riqueza natural que lo convierte en Patrimonio de la Humanidad.
El caso del muflón en Canarias ilustra cómo introducir un animal para la caza se transforma en un problema ambiental que dura décadas. Frenar su avance exige constancia, recursos y un compromiso claro con la conservación. De lo contrario, el paisaje de Tenerife seguirá cambiando, y no para mejor.
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