EL FOCO

Sergio Ramírez: «Se está votando paz social, aun pasando por encima de la justicia y la democracia»

Entrevista al escritor y ex vicepresidente de Nicaragua, Premio Cervantes 2017

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El escritor y académico nicaragüense, también nacionalizado español en 2018, Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017, intelectual libre y crítico, está considerado uno de los pensadores más lúcidos del universo hispanohablante por la crítica que, desde hace años, realiza a los regímenes dictatoriales de Nicaragua, especialmente a la deriva autoritaria del que fuera su compañero en la revolución sandinista y para el que ejerció de vicepresidente de 1985 a 1990 intentando levantar un país hundido en la miseria con escasez de alimentos y bienes básicos.

Aquella revolución fue, como tantas revoluciones, el sueño de unos mezclado con la ambición de otros; en ella se involucró con la finalidad de derrocar la dictadura militar de Anastasio Somoza Debayle. Comenzó en 1977 encabezando el grupo opositor de Los Doce –integrado por intelectuales, empresarios, sacerdotes y dirigentes civiles–.

Aquellos ideales se desvanecieron. Aquel Daniel, también. Hoy, Daniel Ortega, perpetuado en el poder, es un dictador que –junto con su esposa Rosario Murillo– controla a la población y reprime a los opositores con redadas y juicios exprés sin garantías. Líderes, campesinos, periodistas, clérigos, cualquiera que se atreve a cuestionar la voz del matrimonio, sufre las consecuencias. Incluso un obispo (monseñor Rolando Álvarez) fue también encarcelado y despojado de su nacionalidad en 2023, pero él prefirió la cárcel al exilio. Finalmente, en enero pasado, mediante un acuerdo con el Vaticano, fue excarcelado y enviado a Roma, junto a otros dieciséis sacerdotes y dos seminaristas.

La opresión escala. Este martes, el Ministerio del Interior de Nicaragua ordenó la cancelación de otras nueve ONG, la mitad de ellas religiosas, y una universidad. Con éstas, ya son más de 3.550 las organizaciones disueltas con el régimen del matrimonio Ortega.

Sergio Ramírez
Junta de Gobierno nicaragüense constituida tras el triunfo de la revolución sandinista en 1979.

Daniel, Rosario; Rosario, Daniel. Juntos han creado un Estado policial y eliminado los controles constitucionales a la reelección y cualquier rastro de competencia política y oposición ciudadana. Puede que usted tenga en su cabeza la masacre y los 325 muertos, cientos de presos políticos y cientos de miles de exiliados de la represión contra la Rebelión de abril de 2018. Y lo hizo porque, según él mismo proclamó en un acto de conmemoración del asesinato hace noventa años del general Augusto César Sandino, eran unos «traidores, vendepatrias, apátridas que querían desbaratar Nicaragua». De los exiliados, se rió: «(Díaz y Chamorro) dejaron de ser nicaragüenses, como esos que han dejado de ser nicaragüenses y están ahora en Estados Unidos, y ahora son ‘yanquis’. Se deben sentir muy contentos de ser yanquis. Otros están en España; se sienten españoles, muy contentos de ser españoles. Ya deben hablar hasta como españoles. Seguro».

Sergio Ramírez es uno de ellos. Lo es por hablar claro. Su voz crítica como ex político, abogado, literato y pensador de prestigio le valió una orden de detención cursada por la fiscalía de Nicaragua contra él en 2017, motivo por el que no ha vuelto a pisar Nicaragua.

Mirando atrás, a su revolución, a aquella que parecía honesta y se transformó, siente frustración y reconoce que «las revoluciones armadas no merecen la pena». Casi todas (por no decir todas) terminan en dictadura. «Varios hijos de Violeta Chamorro estuvieron en la cárcel por pertenecer a una familia política; hoy viven en un exilio forzoso», recuerda. Un destierro como el suyo, evitando la cárcel por pensar diferente.

Aquel Daniel Ortega que fue su camarada de revolución, cambió (o se mostró. Eso sólo él lo sabe). Ramírez e intelectuales del Frente Sandinista trabajaban anhelando y exigían un cambio democrático al interior del partido al que Ortega se negaba y que llevó a la ruptura entre ambos. Dice que pertenece a la generación de los grandes sueños, sueños traicionados y machacados.

Mira también a los países de alrededor con preocupación: «En América Latina hay una gran desilusión de los electores porque no se cumplen las promesas de los políticos. Los electores están votando promesas extremas en pro de paz social, aun pasando por encima de la justicia y la democracia». Y mirando al resto del mundo, poniendo los ojos en Gaza y Ucrania, afirma que estamos viviendo un momento muy peligroso con muchos fuegos que se pueden llegar a comunicar entre sí.

Como escritor es novelista, cuentista y ensayista. La pasión creció con él. Narrativa con la que, entre ficción y realidad, intenta concienciar de lo que se ha sufrido y se sufre en Nicaragua, y lo hace con ese toque tan borgiano de introducir documentos apócrifos, tan imaginados como creíbles. Como ejemplo, cualquiera de sus libros. Unos evocan el pasado, despiertan fantasmas, pesadillas (como es el caso de Margarita está linda la mar con el que se adentra en el dictador Somoza y en Ruben Darío, pero no como mito para la revolución, sino en el hombre con sus adicciones, debilidades y tormentos); otros, como Tongolele no sabía bailar, viajan al ahora de la mezquindad de un Gobierno que asesina a 400 estudiantes, quema iglesias o empresas y casas.

Disfruta escribiendo. Le seduce la parodia. Asegura que nunca dejó la literatura, ni en su época de vicepresidente –aun entonces leía y escribía, invadido por la pasión y el miedo a perder el oficio–. Teclea dominado por la improvisación. «Me siento a escribir y yo mismo no sé lo que va a pasar».

Su reconocimiento y consagración como escritor llegó en 1998 con el Premio Alfaguara, después hubo más como el Carlos Fuentes a la creación literaria en la lengua española en noviembre de 2014 por considerar su obra «una literatura comprometida», como lo hace su última novela El caballo dorado a través de un viaje que se inicia en 1905 en una aldea del Imperio austrohúngaro (hoy Rumanía), y acaba en Managua en 1917, bajo la ocupación militar de Estados Unidos. De fondo, una historia de amor, la necesidad de cumplir el sueño inverosímil de un inventor que inventó lo que estaba ya inventado, y una conspiración de final inesperado con una narrativa y estructura diferentes.

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