¿Hasta dónde podría llegar Sánchez?

Sánchez

Cuenta Ovidio que el Oráculo advirtió a Saturno de que un hijo suyo varón le arrebataría el reino, así que, para evitarlo, sólo dejaba vivir a sus hijas mientras que a los varones que tenía su esposa Cibeles, se los comía él mismo, tal y como lo inmortalizó Goya y podemos ver en el Museo del Prado.

Comparar a Pedro Sánchez con un dios quizá resulte un poco excesivo, pero me pregunto si contemplar al presidente del Gobierno comiéndose a un niño crudo sería motivo suficiente para que perdiera por fin el apoyo de las bases socialistas o quizá, como han hecho hasta ahora, encontrarían también excusas que lo justificasen.

A estas alturas y con lo que ya hemos visto, yo me inclino por lo segundo. Creo que la militancia socialista primero diría que el vídeo de Sánchez comiéndose un niño es un bulo creado por la fachosfera con inteligencia artificial y, cuando se demostrase que es cierto, acabarían explicando que el canibalismo de neonatos es un derecho, como el aborto y que, además, es lo mejor para el planeta, muy recomendado por la Agenda 2030.

En términos generales, la izquierda es mucho más sectaria que sensata. El rencor social que perfectamente describió el filósofo estadounidense Henry Hazlitt cuando dijo que «todo el evangelio de Karl Marx puede resumirse a una sola frase: ‘Odia a quien esté mejor que tú’», se demuestra día a día en las urnas y en España lo hemos resumido diciendo que, haga lo que haga un zurdo, siempre será aceptable para los suyos porque «al menos no gobierna la derecha». Pero dentro de este sectarismo general que aplica para toda la izquierda, las bases del PSOE destacan de manera considerable, mientras que, en Podemos, por ejemplo, han sido capaces de mandar al marqués de Galapagar a gestionar una taberna con menos papeles que una liebre.

La militancia socialista respaldó a Pedro Sánchez en mayo de 2017 después de pillarlo con las manos en la masa metiendo votos en una urna escondida detrás de una cortina, tratando de falsificar el resultado del Comité Federal del PSOE que finalmente lo descubrió y le obligó a dimitir en octubre de 2016. Y después de tragarse esa rueda de molino, los socialistas se comieron una tesis doctoral plagiada que, encima, le habían hecho otros, lo que resulta motivo de dimisión en cualquier democracia occidental. Esos fueron los dos casos que a Sánchez le abrieron los ojos para, a partir de ahí, saber que podía hacer lo que le diera la gana, porque sus bases le iban a consentir lo que fuera.

Nos encerró en casa con dos estados de alarma inconstitucionales, ordenándole a la policía de Marlaska que nos apaleasen si se nos ocurría salir de casa sin su permiso o llevábamos el tapabocas por debajo de la nariz. Primero indultó a los golpistas catalanes y, como les pareció poco, los amnistió como antes había dicho que no se podía hacer. Se bajó los pantalones ante Bildu llevándoles a casa a todos los etarras más sanguinarios y estrechó sonriendo la mano de una proetarra. Se permitió la chulería de dejar abandonados a los valencianos después de las inundaciones de la dana, sólo porque la mayoría no le había votado a él.

Enchufó a su mujer en la universidad y a su hermano en la diputación socialista de Badajoz y hasta se atrevió a respaldar al que dijo que era «su fiscal general», imputado por una revelación de secretos con claros fines partidistas. Y ahora que nos ha igualado a Cuba y Venezuela, dejando a España a oscuras durante más de doce horas, los votantes socialistas dicen que se lo pasaron pipa durante todo el tiempo que estuvieron sin luz.

Un sistema que no exige responsabilidades a sus dirigentes puede tener muchos nombres, pero democracia jamás puede ser uno de ellos, porque la soberanía reside en el pueblo sólo si este conserva el poder para echar a los corruptos y a los malos gestores. Los dirigentes que no tienen que responder por sus actos no son los elegidos democráticamente, sino que se llaman tiranos o dictadores. Pedro Sánchez podría comerse a un niño crudo porque las bases del PSOE prefieren a un tirano socialista antes que a un demócrata de otro partido.

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