Sara Carbonero, destrozada tras una durísima vivencia en Panamá: «No fui capaz»
La periodista ha acudido al país como embajadora de UNICEF
Sara Carbonero está viviendo uno de los viajes más duros y complejos de su vida. En todos los sentidos. La periodista ha puesto rumbo a Bajo Chiquito, una comunidad en la frontera entre Panamá y Colombia, junto a UNICEF. El objetivo no es otro que conocer, en primera persona, la complicada situación que están atravesando todas y cada una de esas personas.
Lo que es un hecho es que Sara Carbonero no va a poder olvidar este viaje, ni mucho menos. Y todo por la cantidad de testimonios que ha podido escuchar, a cual más desgarrador. Es por eso que la periodista ha desvelado a sus seguidores que se siente completamente rota, porque es cada vez más consciente de lo sumamente complicado que es, incluso, llegar a sacar una sonrisa a esas personas.
A través de una publicación en su perfil de Instagram, la periodista no ha dudado un solo segundo en dar a conocer algunas de las experiencias tan duras que ha conocido durante su estancia en Bajo Chiquito. Entre otras cuestiones, ha escuchado las historias «tremendamente desgarradoras» de padres y niños que han cruzado nada más y nada menos que la Selva del Darién.
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Carbonero confiesa que, ese día, se encontraban esperando a un grupo de migrantes que cruzaron la mencionada selva, y las horas pasaron muy lentas: «Se retrasaron. La ruta por el Darién se hace a pie y por eso es extremadamente dura y peligrosa. Las piraguas les recogen solo para cruzar el río», aseguró.
Pasado un tiempo, aparecieron cinco piraguas, provocando una imagen que la periodista no va a olvidar nunca, ya que es de esas «de las que se te queda para siempre en la retina». Es más, ha dado a conocer que aquellas personas que llegaban a Bajo Chiquito «no eran capaces de responder ni del país del que venían».
Una experiencia verdaderamente desoladora y desgarradora. A pesar de todo, hay algo que llamó mucho la atención a la embajadora de UNICEF: la felicidad que tenían los niños a pesar de lo complicada que era su situación: «La mayoría saltaba y reía después de 10 días sin parar de caminar y llegando por fin a un sitio con vida».
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Aun así, sí que quiso dejar claro que se quedó tremendamente impactada al ver cómo, tras esta compleja travesía, llegaban los adultos: «Recuerdo especialmente a un señor de unos 70 años muy bien vestido que viajaba solo y apenas podía subir la escalera». Acto seguido, fue más allá: «También a una madre que venía con su bebé de pocos meses en brazos. A otro hombre que llegó con el tobillo completamente roto, cojeando. Recuerdo cada una de sus miradas».
«Qué difícil poner una sonrisa en esa situación y decirles: ‘tranquilos, aquí todo va a estar bien’. Yo no fui capaz», reconoció. Por si fuera poco, Sara se sinceró sobre lo sumamente importantes que son los conocidos como «lugares alivio»: «Conocimos el cuarto de literas donde pasan la noche los niños que llegan solos, sin nadie. Que han perdido a su familia en la selva. Estuvimos con los habitantes mientras preparaban la fiesta del día siguiente donde iban a celebrar las costumbres típicas de su pueblo». Y añadió: «Araceli me invitó a su cabaña para tatuarme con jagua, una fruta típica de allí, mientras su pequeña revoloteaba sobre las tablas de madera».
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