La Policía intenta detener al reportero de OKDIARIO al tratar de fotografiar al comisario Martín Blas
Nunca antes habíamos podido ver al comisario Marcelino Martín Blas con tanta nitidez. A diferencia de otras ocasiones, en las que Martín Blas logró evitar el contacto con la prensa por el trato de favor que le ofrecían funcionarios subordinados colándole por los subterráneos de los Juzgados y pese al gran esfuerzo que el propio Marcelino ha hecho por esconderse vistiendo unos atuendos más propios de un espía de película. Con una gabardina, un sombrero de ala y una voluminosa bufanda el comisario no ha logrado evadir las cámaras de OKDIARIO.
Mientas declaraba ante el juez De la Mata tratándole de argumentar su ausencia de responsabilidad en el famoso caso del pendrive con información sensible sobre los Pujol, uno de los policías que vigilaban los alrederores de la Audiencia Nacional recibe una llamada telefónica. Se acerca hacia mí y me pide que me identifique. Le enseño mi DNI y me amenaza con que si no abandonaba las inmediaciones de la Plaza De la Villa de París me pondría una multa por desobedecerle. Abandono la Audiencia y me siento a esperar la salida de Martín Blas sentado en un banco de la calle General Castaños.
Tras dos horas de espera, Martín Blas abandona la Audiencia Nacional por la calle en la que yo me encontraba, sin cámaras de televisión alrededor. Me acerco a él con la intención de preguntarle sobre su implicación en la Operación Cataluña, el gasto de más de medio millón de euros en la investigación del caso del pequeño Nicolás y su protagonismo en la guerra de comisarios existente en las cloacas del Estado. Y además de no recibir respuesta alguna por su parte, aunque sí una fría y escalofriante mirada, soporto pacientemente los empujones que me dan los policías que le escoltan y que, minutos atrás habían intentado que me fuera del foco de la noticia.
Martín Blas se despidió de la escolta y comenzó a callejear por las inmediaciones de la calle Génova. Eso sí, sin percatarse de que lo estaba siguiendo. Me escondo detrás de un coche y lo grabo cruzando un paso de cebra y entrando en un conocido restaurante. Pasa en su interior no más de cinco minutos y abandona el establecimiento. Se percata de mi presencia y dobla la esquina a gran velocidad. Lo pierdo y me dispongo a preguntar a los transeúntes que allí se encontraban enseñándoles una fotografía . «¿Han visto a este hombre?», dije a un grupo de señoras. «Sí. Nos ha llamado la atención por las pintas de ‘007’ que llevaba. Ha doblado la manzana por la calle Génova», respondieron.
Le vuelvo a localizar. Me ve y se esconde detrás de un buzón de Correos. Me acerco a él y cruza la calle con el semáforo en ámbar. Vuelve a usar el teléfono y a los pocos minutos me sorprende un policía de paisano. «Identifíquese inmediatamente», me dijo. «Soy periodista, sólo quiero charlar con Martín Blas», respondí. Y el agente, mientras guardaba la placa que le identificaba como tal respondió: «No sabes a quién te estás enfrentando, es un pez gordo». Guardo silencio y, mientras tomaba nota de mis datos, le insisto en que lo único que pretendía era charlar con el comisario. Me asegura que se lo trasladaría y que dependiendo de lo que le dijera, me haría una señal desde el otro lado de la acera. Nos despedimos entre risas, cruza la calle en busca del «pez gordo» que se escondía en esta ocasión detrás un parquímetro, intercambia unas palabras con él, me miran y me hacen una seña –bastante vulgar en su forma– en la que me hacían llegar que no accederían a charlar conmigo.
Se suben ambos a un Opel Astra tintado que acababa de llegar y abandonan a gran velocidad uno de los episodios de los que estoy seguro Marcelino, jamás antes había protagonizado. De película.