La falta de discreción de publicar las conversaciones con el Rey

La falta de discreción de publicar las conversaciones con el Rey

En el plazo relativamente corto de dos meses, los autores de dos libros han caído en la tentación de revelar en sus obras el contenido de sus conversaciones privadas con el Rey de España, algo que, por si alguien no lo sabe, es contrario a una de las advertencias más importantes que los responsables del Palacio de la Zarzuela hacen siempre a todos los que van a ser recibidos por el Jefe del Estado español.

En la sala previa al salón de audiencias, donde se celebran los encuentros del monarca con las personas que acuden a verle, se explica como va a discurrir el acto con todo detalle y se deja claro a todos los asistentes que la charla que se mantenga con el Jefe del Estado deben quedar solo para ellos y no se debe dar a conocer a la opinión pública. Hace tiempo, se viene observando que algunos dirigentes políticos, sobre todo después de celebrar consultas con el Rey Felipe tras una consulta electoral, dan a conocer el contenido de la conversación sin ningún tipo de escrúpulo ni cortapisa. Es como si no hubieran escuchado las recomendaciones de los responsables del Palacio de la Zarzuela o hubieran tenido un ataque de amnesia y las hubieran olvidado en un tiempo récord. O cabe también la posibilidad de que los que rompen esa regla no escrita piensen que no les gusta y, por tanto, no hay que respetarla.

Pero en los dos libros publicados recientemente, “Manual de Resistencia” del Presidente del Gobierno Pedro Sánchez y “El Director” del periodista David Jiménez, se ha traspasado una línea roja más al reproducir ambos conversaciones privadas con el Jefe del Estado, en un afán de darse importancia y poner sus propios intereses por encima de las normas de mantener una absoluta discreción sobre el contenido de la charla mantenida con el Rey. Evidentemente, en el caso de Pedro Sánchez la revelación de esas conversaciones con el Rey tienen una mayor repercusión por ser el Presidente del Gobierno, por una parte, y por insinuar que su relación con el Jefe del Estado era de una gran complicidad, por otra. Esas palabras podían dejar en mal lugar al monarca, que está obligado a mantener una exquisita neutralidad con los Jefes de Gobierno, sean del partido político que sean.

En el caso de David Jiménez, un periodista que ejerció de director de “El Mundo” durante un año, lo que ha primado en su libro es la arrogancia de haber sido capaz de arrancar al Rey la confesión sobre lo que haría en el caso de que los españoles se pronunciaran en contra de la monarquía como forma de Estado. Según Jiménez, don Felipe le confesó que “si una mayoría no me quiere, no tendré problema ninguno en marcharme y dedicarme a otra cosa”. Algo que es de una lógica aplastante, pues qué pensaba el efímero director de “El Mundo”, ¿que el Rey iba a pensar en atrincherarse en su residencia, en caso de que la ciudadanía estuviera en contra del sistema monárquico?

No hay que ser ingenuos y pensar que los que dicen ser partidarios de la transparencia total justifiquen en ella y en base a la libertad de expresión su deslealtad a las normas que sí se han respetado hasta ahora por muchos de los que han tenido oportunidad de hablar con el Rey u otro miembro de la Familia Real durante largos años. En el fondo, lo que hay es simplemente una cuestión de ética.

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