Entrevista

Daniel Lacalle, economista: «Pedro Sánchez es un ejemplo perfecto del Estado depredador»

"Pedro Sánchez es un ejemplo perfecto del Estado depredador"

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«Es el sistema político, la burocracia global —perpetuada desde el multiculturalismo—, quien se beneficia de la fiscalización asfixiante, la inflación y la deuda pública. Ese Estado depredador busca que los ciudadanos y las empresas estén al servicio del Estado, en lugar de estar el Estado al servicio del ciudadano», afirma el economista Daniel Lacalle.

Hay algo perversamente brillante en todo esto. Mientras el ciudadano medio cree que la inflación es una fatalidad, la deuda una necesidad y la fiscalidad un acto de justicia social, el poder —ese poder de rostro amable y discursos igualitarios— construye, sin oposición real, la mayor trampa de nuestra historia democrática: una sociedad dócil, dependiente, resignada. Una sociedad diseñada para no rebelarse.

Lacalle no utiliza eufemismos. Habla de un Estado depredador —no del bienestar— y denuncia que la erosión de la clase media no es una consecuencia inevitable, sino una estrategia consciente. Los gobiernos no pueden cumplir con las promesas que han hecho y necesitan diluirlas en una inflación planificada, una moneda débil y una carga fiscal asfixiante. No es casualidad: es diseño. Así de contundente lo dice.

«La inflación no es una fatalidad, es una política», afirma. Es el impuesto que no votas, pero pagas. Una herramienta invisible, perfecta, que castiga al ahorrador y beneficia al poder político. Lo anticipó el Nobel Hayek cuando, en Camino de servidumbre, escribió: «El poder absoluto corrompe absolutamente, y cuanto mayor es el poder del Estado, más se ve obligado a utilizar la propaganda y la coerción para mantener su control». La idea es simple, y aterradora. Cuando el Estado ya no puede dar, comienza a quitar. Y lo hace de forma elegante, progresiva, bajo la excusa de la equidad. Nos dicen que es por nuestro bien, pero la única equidad que se consigue es la miseria compartida.

Estamos ante un impuesto encubierto que no figura en las leyes ni necesita ser aprobado en el Parlamento. Su beneficiario, un sistema político que ya no aspira a crear riqueza, sino a controlar. Cuando se penaliza al que innova y se premia al que detiene el progreso, no se redistribuye la riqueza: se destruye. Europa, dice, es el ejemplo perfecto: si la innovación dependiera de subvenciones públicas, estaríamos liderando el mundo en patentes y compañías tecnológicas. Pero no es así. No lideramos. Simplemente, financiamos. Lo hacemos con nuestros impuestos. Jugamos en un tablero en el que el mayor especulador no es un fondo de inversión, es el Estado, el único que apuesta sin riesgo, con el dinero de los demás.

Sin embargo, muchos aún creen —con fe casi religiosa— que los datos salvarán la verdad. Que bastará con exponer las cifras. Lacalle lo desmiente: la batalla no es económica, es cultural. Ganar el debate técnico no sirve de nada si pierdes la narrativa. Porque mientras tú explicas, ellos adoctrinan. En esa guerra cultural, la ideología woke se ha convertido en la policía del pensamiento. No es una cultura, dice, sino una coartada para imponer la autocensura. No es un movimiento espontáneo, sino una herramienta de control que inocula el miedo a pensar, a decir. Y si no lo puedes pensar, no lo puedes cambiar.

Y mientras Europa multiplica sus promesas sin respaldo, China acumula oro y reduce su exposición a la deuda pública occidental. No es ideología, es estrategia. Mientras el ciudadano medio pierde poder adquisitivo, los Estados refuerzan su dominio con mecanismos que lo atan más: dependencia energética, control digital, regulación omnipresente. El mayor especulador no es un fondo: es el Estado, el único que apuesta con el dinero de los demás… sin asumir jamás las pérdidas.

La entrevista se vuelve más contundente cuando menciona nombres propios. «Pedro Sánchez es un ejemplo perfecto del Estado depredador», afirma sin titubeos. Un Estado que no redistribuye desde los ricos a los pobres, sino desde la clase media al aparato político.

No cree en profecías distópicas ni en robots que sustituyan al trabajo. Recuerda que más del 90% de los empleos del futuro aún no existen. Y absolutamente seguro, asevera: «No me preocupa la IA, me preocupa la estupidez humana».

Hablamos también de libertad, y de sus inevitables enfrentamientos. EEUU es un ejemplo de ambos. Si alguien duda de lo que es ser libre, que mire a la potencia americana. Es —dice Lacalle— la demostración suprema de que una sociedad sigue siendo libre. En Europa, en cambio, hay miedo a hablar.

Para cerrar, lanza una reflexión afilada: «El mayor error al mirar el mundo es caer en el presentismo, la nostalgia o la distopía. Creer que éste es el peor momento, que todo tiempo pasado fue mejor o que el futuro será inevitablemente una catástrofe. Nada de esto es verdad».

Asegura que aún hay margen. Una herramienta clave: la voz. Pero hay que usarla.

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