ENTREVISTA EN EL FOCO

Arturo Pérez-Reverte: «La cultura occidental se está muriendo, es un mundo que está en demolición»

El reconocido escritor ha visitado el plató de EL FOCO, en OKDIARIO, para hablarnos de su último libro, 'El problema final'

Además ha ahondado en cuestiones tan profundas como la situación que vive actualmente la cultura occidental

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El reconocido escritor Arturo Pérez-Reverte ha visitado el plató de EL FOCO, en OKDIARIO, para hablarnos de su último libro, El problema final, y para ahondar en cuestiones tan profundas como la situación que vive actualmente la cultura occidental, el problema que hoy en día hay en España, o cómo se puede aprender más del mal que del bien.

«Hay un mundo en Europa, un Occidente, nuestra cultura occidental, que se está muriendo por razones muy complejas, razones históricas, sociales, políticas, temporales, cronológicas… Está ocurriendo, toca ya. Ese mundo está en demolición», declara Reverte.

«Vendrá otro después, no voy a estar aquí para verlo. Los imperios tardan mucho tiempo en caer, tardan siglos en desaparecer, y son sustituidos por otros», añade.

«La trinchera moral puede saltar»

«El ser humano no es ni bueno ni malo. Es las dos cosas a la vez. He visto a tipos hacer cosas magníficas por la mañana y por la tarde atrocidades. Un malo puede ser bueno cinco minutos, igual que un bueno puede ser malo cinco minutos», afirma Arturo Pérez-Reverte. Es su principal lección de las guerras que vivió como corresponsal de guerra de TVE. Las retransmitió desde las trincheras, viendo el odio, la barbarie, sufrir, morir. Guerras que dejaron huellas de esas que permean; huellas de esas que nunca se van.

También se llevó la lección de que «del mal se puede aprender más que del bien». En esta entrevista nos habla de la complejidad del mal; una complejidad que, como reportero, le llevó a acercarse a torturadores, asesinos, gente cruel, con la curiosidad de que le explicaran qué les movía, por qué hacían lo que hacían, cómo era posible. En definitiva, aprender del ser humano.

Lo hizo en cada guerra, con cada persona a la que observaba, con la que conversaba como un torturador en Angola que, entre sorbo y sorbo de una cerveza, le explicó que «los inteligentes hablan antes que los tontos, que un ser humano termina siempre confesando si lo saben hacer bien». Enseñanzas que se reflejan en sus novelas, especialmente en El pintor de batallas, un libro tan brillantemente escrito como trascendente. Hay un antes y un después de él. Leerlo es sentir que todo se remueve, despertar el remordimiento de vivir ajeno a las barbaries que coexisten con nuestros mundos de lujo; es entender esa frase de uno de sus personajes que nos repite en la entrevista: «Hay lugares de los que nunca vuelves».

En El pintor de batallas narra el horror que sus ojos vieron de «familias enteras exterminadas, de hijos asesinados ante sus padres, de hermanos obligados a torturarse mutuamente para que uno siguiera vivo…». Nada puede ser igual después de ver ese horror. Leyendo la conversación entre sus protagonistas, el corazón se queda con un hendidura.

Por eso, porque vio el odio, nos cuenta que huye de maniqueísmos. «Todos podemos hacer atrocidades. El mal no es hermético ni compacto. El ser humano tiene en su naturaleza hacer cosas malas, inherentes al ser humano».

Vivencias que le llevan a la convicción de que «la trinchera moral en que vivimos puede saltar en pedazos en cualquier momento a impulsos de la historia, de la vida o de la violencia».

«Un lector que accidentalmente escribe»

Arturo Pérez-Reverte, académico de la RAE desde 2003 con la letra T, es un maestro de la literatura, elegante y exquisito en su prosa, con un mundo literario propio. Orgullo patrio en grado superlativo. Visitar sus predios es entrar en templos literarios. Talento desbordado, mirada poliédrica, de esas que destripan; que todo lo atrapan.

Tramas repletas de finos detalles, sutiles, que se tejen con una perfección casi matemática. Sus personajes ahondan en reflexiones humanas acerca de valores, límites, dudas y retos; también en la soledad, los arrepentimientos y las nostalgias. Emociones e historias entre protagonistas ficticios y territorios reales. Conquista con la genialidad de su pluma, con sentimientos anudados, con almas que zigzaguean entre lo bueno y lo malo, esquivando el maniqueísmo vital propio de guerras (maniqueísmo derrumbado por caritativos que asesinan y asesinos que ayudan, como él mismo describe recordando sus años de corresponsal de guerra).

Recuerdo verle y admirarle. Todavía lo hago (imposible no hacerlo, y más, si lo tiene usted enfrente, con esa humildad que lo hace tan grande. Como ejemplo basta estas palabras en esta entrevista: «Soy un lector que accidentalmente escribe historias». Ahí lo tiene, universalmente reconocido, como si fuera nada).

Como fuere, el lector percibe los numerosos vínculos entre su escritura y las vivencias en las guerras fruto de 21 años de profesión retransmitiendo el horror de civiles y militares; de culpables e inocentes. Algo de esas vivencias en angostos barrancos, trincheras, ciudades derrumbadas y vidas sin alma, se mastica en gran parte en sus novelas. También de la valentía. Galdosiano excelso aplicando aquel lema de «imagen de la vida es la novela». Él siempre lo hace, explicándonos lo que nos ha pasado, lo que nos está pasando.

En ocasiones, también lo ha hecho con sus cicatrices. Lo vemos, por ejemplo, en Territorio comanche -un codo a codo con su cámara y camarada, Jose Luis Márquez, a quien le dedicó la novela-, y en El pintor de batallas cuando un antiguo fotógrafo de guerra reinventado como pintor describe desgarradoramente «la maraña de líneas rectas y curvas, la trama ajedrezada sobre la que se articulaban los resortes de la vida y la muerte, el caos y sus formas, la guerra como estructura, como esqueleto descarnado, evidente, de la gigantesca paradoja cósmica».

Buceos emotivos. Viajes a lo que se quedó. A las ilusiones, valores y principios que se desvanecieron; a las almas podridas o a los militares (como el fusilero al que le desgarran la carótida en Tempestades de acero. Uno de tantos miles). Segundos en los que lo que está en juego es la vida; en los que el capricho puede atravesarte dando igual honores y ganas, realidad de la que toma conciencia su Frederic (El Húsar, 1986), contrapuesto al primer Jünger que defendía que no importaba morir en batalla, sino hacerlo con aristocracia.

Y en esa maraña de emociones y acciones que conforman los conflictos (porque qué es la vida sino conflictos) los personajes sienten y viven, deciden, resuelven. Narraciones sinceras, sin edulcorantes.

Pérez-Reverte habla con la misma lucidez que escribe. Claro, contundente; con el peso de quien es cultura, estudia y analiza; sin opiniones al azar. Con la seguridad de quien sabe que es escuchado. Sus palabras retumban. La suya es la mirada de quien conoce la historia. Sin sesgos. Realidades maceradas.

Como él mismo dice en la entrevista «la literatura te permite interpretar el mundo mejor». Sin duda, gracias a su mundo revertiano, a sus personajes aguerridos de luces y sombras, inmersos en historias que agarran, muchas almas caminan acompañadas, a salvo de mediocridades, maniqueísmos y frivolidades, y consiguen entender el mundo mejor (incluso adelantarse un poco a él).

Los ecos de su torrente literario, traducido a más de 40 idiomas, resuenan en todo el mundo con más de 20 millones de lectores que leen una y otra vez sus obras, y ansían la siguiente. Casi todas han sido llevadas al cine (casi seguro recuerde usted a Johnny Depp en la Novena puerta, adaptación hecha por Polansky de El Club Dumas). Novelas de seso, de esas en las que uno tiene que ser meticuloso y estar atento, con diálogos sagaces, sin revoluciones ni irreales saltos mortales mientras se disparan metralletas. Con amores complejos, de esos de recuerdos perennes, que persisten pese a las traiciones y a las huidas sin adiós, como el de Max y Mecha en El tango de la Guardia Vieja. Una novela con sabor a finales de los años 20 que baila entre ellos, los 30 y los 70, con una historia de espionaje. Imborrable. De esas novelas que se quedan con el lector para siempre.

Cualquier género es fértil en él. Lo muestra con su última novela, El problema final (titulada así como guiño a uno de los mejores relatos cortos de Sir Conan Doyle), una novela policial que es un lúcido problema intelectual; un ingenioso reto a la inteligencia entre el autor y el lector que se cuece a fuego lento con pistas falsas y notas macabras; un viaje al mundo del detective de Baker Street en el que maneja con maestría el misterio «de habitación cerrada».

Ambientada en 1960, en la isla de Utakos, en Grecia, con nueve personajes encerrados en el único hotel local a causa de un temporal que inevitablemente recuerdan a la novela policiaca Diez negritos, de la escritora británica Agatha Christie. De entre los nueve revertianos, una inglesa alegre aparece muerta. Es Basil, una estrella de cine apagada cuyo rostro es conocido por interpretar a Sherlock Holmes, el encargado de investigar, detalle a detalle, cada una de las pesquisas que puedan conducir al asesino a un ambiente que sumerge en el cine clásico.

Una novela en la que cada pormenor está tan milimétricamente ensamblado que, aunque las pistas no falten, el lector no consigue descubrir las manos ejecutoras hasta que no lo hace Basil y, cuando lo hace (recordando los recursos de sherlock Holmes) el lector queda fascinado ante un puzzle revuelto cuyas piezas encajan una a una con una deliciosa perfección hasta dibujar la mirada y la silueta asesina. Parece sonar de fondo el Adagio en sol menor de Albinoni con su melodía sublime a cuerda y su órgano; lento pero rítmico, al compás de Basil, acompañando el fin que no se presagia.

Terminado este juego de pistas, este paso a paso, como en las historias de antes (en realidad, todas sus obras son así, con mil acontecimientos que se enhebran y entrampan, personajes y tramas a lo Conde de Montecristo, mujeres extraordinariamente fuertes como la Elena de El Italiano o la absolutamente Milady de Winter, Adela de Otero de El maestro de esgrima), invade la necesidad de releer esas primeras hojas y pillar todas esas sutilezas que han dejado claro al lector que, de ser Sherlock Holmes, habría sido despedido.

En esta entrevista descubrimos cómo tejió el entramado de El problema final, pero también conocemos al Reverte autor, su big bang como escritor, sus inspiraciones, el origen de sus personajes, el desarrollo de sus tramas, sus dudas, sus certezas, los valores por los que pelearía e, incluso, qué personaje le daría a Pedro Sánchez.

Disfruten de este ser de, como diría Cortázar, «armonioso trazado». Y, sin duda, excelente literato de las letras universales.

Vea aquí la entrevista completa a Arturo Pérez-Reverte.

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