«No es seguro beber agua del grifo»: el país fronterizo con España toma una medida drástica ante una amenaza invisible y creciente


Pocas cosas parecen tan cotidianas y seguras como abrir el grifo y servirse un vaso de agua. Pero lo que hasta hace poco era un gesto automático para miles de ciudadanos en una ciudad del este de Francia, se ha convertido ahora en un acto que puede poner en riesgo su salud. En Saint-Louis, una localidad situada muy cerca de la frontera con Suiza y Alemania, se ha tomado una decisión tan drástica como necesaria: prohibir temporalmente el consumo de agua del grifo a cerca de 60.000 personas debido a la alarmante presencia de sustancias químicas muy tóxicas conocidas como PFAS.
Este suceso no sólo ha afectado a los vecinos de la zona, sino que se está viendo como un aviso para el resto de Europa. Lo que ocurre en Saint-Louis podría repetirse en muchas otras ciudades si no se toman medidas urgentes. Y es que esta clase de contaminantes no entiende de fronteras, clases sociales ni niveles de desarrollo. Francia ha sido el primer país en reaccionar de forma contundente, pero lo cierto es que el problema podría estar ya mucho más extendido de lo que imaginamos.
Prohibido beber agua del grifo en esta ciudad
Durante décadas, los habitantes de Saint-Louis han bebido agua del grifo sin sospechar que tenía una serie de sustancias tóxicas con efectos potencialmente graves para la salud. Estas sustancias, conocidas como PFAS (sustancias perfluoroalquiladas), se utilizan en una amplia variedad de productos industriales y domésticos: desde sartenes antiadherentes hasta tejidos impermeables, pasando por envases alimentarios o espumas para apagar incendios.
El problema es que estas sustancias, también conocidas como «químicos eternos», no se degradan fácilmente en el medio ambiente ni en el cuerpo humano, acumulándose con el tiempo. Varios estudios científicos han relacionado su exposición prolongada con enfermedades como distintos tipos de cáncer, alteraciones hormonales, problemas inmunológicos, abortos espontáneos, y complicaciones en el embarazo. Por eso, cuando las autoridades sanitarias detectaron niveles de PFAS en el agua cuatro veces superiores al máximo recomendado, decidieron actuar de inmediato.
Restricciones inmediatas
El Ayuntamiento de Saint-Louis, junto con las autoridades sanitarias francesas, decidió enviar una carta oficial a todos los hogares afectados. En ella, se informaba de que quedaba prohibido consumir agua del grifo para beber o cocinar, al menos hasta que se implementaran medidas de filtrado adecuadas.
Esta advertencia estaba especialmente dirigida a embarazadas, bebés, personas inmunodeprimidas y ancianos, los grupos más vulnerables ante este tipo de exposición. La reacción de los ciudadanos fue inmediata. En pocas horas, los supermercados de la ciudad se quedaron sin botellas de agua.
Origen del problema
La fuente de la contaminación está clara: el aeropuerto de Basilea-Mulhouse-Friburgo, una infraestructura internacional ubicada a escasos kilómetros de Saint-Louis. Durante años, se utilizaron allí espumas contra incendios ricas en PFAS para los entrenamientos y protocolos de seguridad. Estas sustancias fueron filtrándose lentamente al subsuelo, contaminando las capas freáticas que abastecen de agua potable a la ciudad.
Lo más alarmante del caso es que esta filtración se ha producido sin que nadie lo supiera, ni vecinos ni autoridades locales. Nadie imaginaba que una medida pensada para proteger vidas en caso de incendios estaba, en realidad, envenenando silenciosamente a miles de personas. Ahora, con los análisis en la mano, la pregunta más repetida entre los ciudadanos es: «¿Cuánto tiempo llevamos bebiendo esto?»
El escándalo ha puesto sobre la mesa una realidad incómoda: Europa no está preparada para lidiar con este tipo de contaminantes. Aunque el problema de los PFAS se conoce desde hace años, la legislación en muchos países sigue siendo laxa o ineficaz. En 2026 la Unión Europea empezará a aplicar límites más estrictos para la presencia de estos compuestos en el agua potable, pero para muchas ciudades, puede que entonces ya sea demasiado tarde.
Los vecinos de Saint-Louis, por su parte, han comenzado a organizarse para exigir explicaciones y responsabilidades. Reclaman que el aeropuerto se haga cargo de los daños, y que se aceleren los procesos para instalar sistemas de filtrado avanzados, los cuales están previstos para finales de este año.
Efectos en la salud
El caso de Saint-Louis no es un hecho aislado. Según estudios recientes, más de 2.300 lugares en Europa presentan niveles de PFAS por encima de lo que se consideraría seguro para el consumo humano.
Los PFAS son un grupo de más de 4.700 compuestos químicos creados por el ser humano. Su principal característica es su resistencia al calor, al agua y a la grasa, lo que los ha hecho increíblemente útiles para la industria. Pero esa misma durabilidad los convierte en una pesadilla ecológica.
Al entrar en el cuerpo humano, estos compuestos pueden permanecer durante años en órganos y tejidos, acumulándose lentamente. Incluso en dosis bajas, la exposición prolongada puede provocar alteraciones en el sistema inmunológico, dañar el hígado y los riñones, y afectar el desarrollo de los niños. Por eso, organismos como la Agencia Europea de Medio Ambiente y la Organización Mundial de la Salud han pedido restricciones urgentes.