Este durísimo oficio fue básico para la supervivencia en la posguerra, pero hoy está casi extinto en España
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En los años posteriores al conflicto civil, la posguerra española generó una demanda constante de recursos capaces de aportar calor y energía. En ese contexto, un oficio vinculado a la producción artesanal de una importante materia prima pasó a ser indispensable. Su presencia se extendió por zonas rurales, donde abundaban las masas forestales.
Este trabajo exigía conocimientos heredados, dominio de técnicas y una dedicación continuada. La elaboración y distribución de esta materia se convirtió en uno de los engranajes básicos de la vida cotidiana, al servir para cocinar, calentar hogares y abastecer pequeñas fraguas o talleres.
¿Qué oficio fue básico para la supervivencia en la posguerra?
Antes de que la electricidad se implantara en la mayor parte del territorio, estaba el carbonero. El carbón vegetal figuraba entre los materiales más utilizados para generar calor.
Las planchas de ropa, las fraguas, las cocinas económicas, los braseros y los coches de gasógeno dependían de este combustible. El trabajo del carbonero consistía en transformar la leña en carbón mediante un sistema artesanal que exigía tiempo, vigilancia y una técnica muy particular.
La posguerra colocó este oficio en una posición central. Las restricciones energéticas impulsaron la actividad en numerosos municipios, especialmente en zonas con encinares y hayedos. En lugares como Rus (Jaén), Tierra Estella o distintos enclaves de Navarra, la fabricación de carbón vegetal se convirtió en la base económica de decenas de familias.
Así se levantaba una carbonera: técnicas ancestrales que dominaron la posguerra
La elaboración del carbón vegetal partía de una construcción artesanal conocida como carbonera. El proceso comenzaba ordenando troncos gruesos en el centro y más finos en la periferia, formando un cono.
Después, se cubría con paja y una capa de tierra cuya misión era aislar el interior para evitar que el oxígeno generase llamas abiertas. La combustión debía ser lenta y controlada.
El encendido se realizaba introduciendo brasas por la chimenea central. A partir de ahí, el carbonero vigilaba de manera continua el color del humo:
- Humo gris: indicaba presencia de fuego.
- Humo azul: señalaba que la zona estaba cocida.
El proceso podía extenderse entre 10 y 30 días, según el tamaño de la pira. Una vez finalizada la cocción, comenzaba el enfriado, otro momento crítico cuyo objetivo era evitar que el carbón se reavivara y se perdiera el trabajo acumulado. El método tradicional exigía retirar la tierra, limpiar impurezas y volver a cubrir la estructura mientras se extraían los troncos ya carbonizados.
Vida y tareas del carbonero en plena posguerra
Quienes ejercían este oficio pasaban largas temporadas en el monte. Instalaban cabañas improvisadas con ramas, chapas o césped, dormían en camastros elevados para evitar la humedad y mantenían vigilancia constante sobre la combustión. La dieta era sencilla y repetitiva, y el acceso al agua dependía de fuentes cercanas o balsas naturales.
Además de fabricar el carbón, muchos carboneros actuaban como distribuidores. Entre sus obligaciones se incluían el registro del producto, el control del peso, la organización de los sacos y la vigilancia para evitar confusiones en la plaza. También se encargaban de llevar el carbón a tiendas o domicilios, respondiendo de cualquier daño durante el traslado.
En pueblos donde la actividad era intensa, como Viloria (Navarra), casi todas las familias participaban en la campaña anual. En el primer tercio del siglo XX, una treintena de hogares trabajaba simultáneamente, abasteciendo a fundiciones de Álava y Guipúzcoa. Estas cuadrillas incluso viajaban a zonas cercanas a Vitoria o más al norte para producir carbón por encargo.
Declive del oficio en España y su transformación actual
La llegada de nuevos combustibles marcó un antes y un después. Desde mediados del siglo XX, el petróleo comenzó a desplazar al carbón vegetal en talleres y hogares.
Más tarde, la electrificación general redujo aún más la demanda. Aunque algunos trabajadores intentaron mantener la actividad, el oficio perdió su lugar en el sistema productivo.
Hoy solo sobreviven carboneros dedicados a técnicas modernas o a la producción para barbacoas, braseros y chimeneas. Las carbonerías actuales funcionan con métodos industriales que reducen riesgos y tiempos, alejándose de las prácticas que caracterizaron la posguerra.
También se importa carbón de regiones como Extremadura o El Chaco (Argentina), donde los hornos funcionan a gran escala.
Aun así, el oficio permanece en la memoria de municipios que lo vivieron con intensidad. Algunos lugares supieron celebrar jornadas culturales para recordar aquellas carboneras que marcaban el ritmo del monte durante meses.
Al mismo tiempo, ciertas actividades relacionadas (como la resinación, la saca de corcho o la explotación de pequeños bosques) han experimentado un leve repunte en tiempos recientes, aunque sin recuperar el modelo tradicional.