Hablemos Rápido.

Israel Fernández y Diego del Morao: “Somos gitanos humildes, pero muy señoritos”

israel fernández
Israel Fernández y Diego del Morao en El Corral de la Morería. @Francisco Toledo.
María Villardón

Artistas. Israel Fernández (Corral de Almaguer, Toledo, 1989) y Diego del Morao (Jerez de la Frontera, 1978) están juntos y se ríen encima. No lo pueden remediar. Han grabado ‘Amor’ (Universal), un disco flamenco que comienza con alegrías, camina por bulerías y cierra con fandangos que, esta vez, tienen letra del “gitano manchego”. Dicen que, a pesar de las horas y horas juntos, aún se siguen queriendo. De hecho, son compadres: “El Morao es el padrino de mi hijo Sansón”. No es porque tenga pelazo, que lo tiene, es que, según Israel, Dios así lo dispuso un día que abrió la Biblia.  

Cuando hablan del amor, los dos creen que debemos querernos todos muchísimo más, pero siempre con mucha libertad. Ellos, los gitanos, no saben vivir ni encerrados, ni tampoco sin celebraciones. “Todo lo celebramos, que te toque el cupón o que se te arregle la televisión”, dice el Morao. Confiesa, además, que cuando están en el escenario Israel le hace pasar alguna fatiga. “Es muy anárquico y eso”, dice riendo, “para mí es un hándicap porque me tiene todo el tiempo en tensión”. A Israel esto le da muchísima risa, claro, porque dice que suele olvidar la letra y que, por eso, no puede vivir sin él. “Así buscamos juntos el arte”, dice muy guasón.

Israel, con sus enloquecidos outfits, no deja a nadie indiferente. Jamás se quita los botines de tacón cubano, ni siquiera cuando va a la playa, –“Yo nunca me pongo chanclas”, dice–, así que se pasea como si nada con su camisa fucsia y su pelo negro alobado por su pueblo. “Aún no he empezado a sorprenderos”, dice el toledano. Mientras, ellos van por los caminos en un Mercedes antiguo como el que tenía Camarón escuchando en el radiocasete las cintas de Paco de Lucía y la Niña de los Peines.

Después de grabar y estar todo el día juntos, ¿aún os aguantáis?

(Los dos a la vez, sin pensarlo) ¡Sí, sí!

Diego:El Isra’ como persona es que es de categoría extrema.

Entonces, ¿te sigue cayendo bien?

D: Hombre, ¡nos hemos hecho hasta compadres!

¿Qué es concretamente hacerse compadres?

Israel: Pues que mi hijo es ahijado del Morao. Tú conoces a tu padrino, ¿no?

Sí, claro, pero es que aquí en la meseta eso no se usa mucho.

I: Es una palabra muy flamenca, nosotros la usamos muchísimo. Además, cuando nos hacemos compadres nos hacemos compadres de verdad.

Israel, tú defiendes que es Dios quien brinda el don del cante, pero el arte de la guitarra no es cosa de Dios, ¿o sí, Diego?

D: ¡No! La guitarra es un instrumento muy sufrido y, además, muy traicionero.

¿Por qué traicionero?

D: Tú puedes estar toda la vida tocando y en diez días que no eches mano a la guitarra es como si la cogieras de cero o, no sé, lo mismo llevas preparando un concierto una semana y al subir al escenario no das ni una, a pesar de ir con toda tu honestidad y trabajo. Hay muchos factores que influyen, sé que los guitarristas, por ejemplo, somos muy pesados con el frío, el sonido y, además, hay que tener en cuenta el hándicap de la composición. Nosotros, los guitarristas flamencos, no somos como los clásicos que cogemos una partitura, la estudiamos durante más de 20 días. Ellos son grandes intérpretes de la música que ya está hecha por compositores, pero el guitarrista flamenco si no compone su propia música prácticamente no es nadie, no transciende ni tiene importancia en este mundo porque la creatividad es, quizá, lo más importante. Y, bueno, luego échale horas para poder poner tu sentir y que sea realmente la guitarra un instrumento de lo que tú sientes y eso sólo te lo dan los años y las horas de trabajo.

Es que, además, cuando una guitarra suena y un cantaor canta, parece que el guitarrista pasa a un segundo plano. Es complicado transcender así, además, ¿o no? 

I: Yo creo que no, creo que las dos cosas van unidas y hacen una pieza. La guitarra siempre llama al cante, es la general, la que manda, aunque tenga que acompañar al cantaor. La guitarra es la sirena del cante.

Tocar la guitarra, ¿es peor o mejor que hacer el amor, Diego?

D: (Risas) ¡Menuda pregunta! Esta sí que es difícil de contestar. Pues en la vida hay que hacer todo apasionadamente, a la hora de transmitir algo, igual que cuando haces el amor con una persona, tienes que hacerlo con verdad porque ella notará esa pureza de la que te hablo. Cuando tocas la guitarra con el corazón, el público también lo nota y lo percibe. Prueba de ello es, por ejemplo, que he trabajado en festivales de jazz en los que el público es la primera vez que escuchan flamenco y la gente, si pones el alma, responde muy bien, incluso mejor que en España.

Hacer todo con amor, se haga lo que se haga.

D: ¡Eso es! ¡Igual que el disco de mi Isra, que lo ha hecho con mucho amor!

¿Te quiere, eh?

I: Claro, como yo a él. Hay que quererse.

¿Crees que nos queremos poco?

I: Yo creo que sí, siempre es poco. Cuando se quiere a alguien, siempre todo se queda corto. En el arte, como en el amor, hay que dar el 220%, si no pues no sería ni amor, ni arte, ni nada.

D: Yo también lo creo, aunque yo hago las cosas con un poco más de mesura, será por los palos que te llevas a veces.

Pero, Diego, tú también pones más mesura porque eres más mayor que Israel.

D: ¡Pero, bueno! ¿Cómo me estás diciendo a mí eso?

(Reímos muchísimo)

I: Hay que quererse, ya te lo he dicho antes, pero, además, con el tiempo uno sabe elegir mejor a quien dar su amor. Al principio, sin experiencia, uno reparte su cariño a todo el mundo. A una mujer, en la música, hablo en general. Lo das todo, pero, a veces, menos es más, y siempre el más hay que dárselo a las personas que se lo merecen.

D: Yo soy un artista que siempre lo doy todo, es mi filosofía artística y lo que siempre me ha inculcado mi padre –Moraíto Chico–. Él siempre me decía: “Diego, también hay que saber cuando echar la esencia”. Es decir, cuando tienes que ser inteligente y saber bien cuando hay que dar todo.

Habéis tocado mucho juntos, ¿qué pasa cuando subís al escenario?

I: A mí lo que me pasa a veces es que me olvido de la letra, ¡y yo no puedo poner el micrófono! Así que me espero dos o tres compases, mi Diego me hace una falsetita y me espera. Ya está.

D: Es que Isra, además, es un cantaor muy anárquico, pero tiene una virtud que es el gran instrumento que tiene en la garganta y no se conforma con cualquier cosa, lo tiene que clavar. Es muy buen aficionado, conoce muy bien el cante, y como está por encima de eso, improvisa mucho y eso para mí es un lío, siempre tengo que estar con las antenas puestas.

Te tiene en tensión todo el tiempo. ¿No te da vergüenza, Israel? 

I: (Risas) Anda, hombre, eso es bonito porque siempre pasan cosas, estamos ahí juntos en la búsqueda del arte.

Yo, como espectadora de flamenco, echaría a todos los que entre el público dan palmas creyendo que saben. ¿Acaso no he ido yo a escuchar a vuestros palmeros? ¡A la calle!

(Reímos)

D: ¡Tampoco es eso! Mujer, es que hay gente que no lo puede aguantar.

Mi madre. Es terrible ir con ella.

I: ¡Tu madre! (Risas) ¿Lo ves? Esta música pone contenta a la gente y toca las palmas.

D: Aunque a veces nos confunde un poquillo, pero nos gusta que estén cómodos, bien, contentos y toquen las palmas.

¿Cuál es la gran mentira que se ha dicho de los flamencos?

D: Mira, los flamencos somos muy sufridos. El flamenco es un arte súper grande en este país que, en mi opinión, no está mirado y cuidado como debería. Lo digo muchas veces, si el flamenco fuera francés, sería como el jazz en el mundo. En España no se le da la importancia que tiene y bastante tenemos con esto e intentar poner este arte donde se merece. No hay tiempo ni para mentiras, ni para envidias, ni para nada. Tenemos que estar unidos y más ahora con esta pandemia.

Desde luego, habéis elegido un fantástico momento para lanzar el disco… (Reímos)

I: En realidad, nunca es buen momento. El flamenco es nuestra pasión y lo defenderemos, moriremos así.

Israel, ¿ya le has dado una vuelta en tu coche?

I: ¿A mi Diego? Claro que sí.

¿Y qué temazos le pones?

D: Pues me pone mucho a Paco (de Lucía), aunque él está constantemente con el móvil diciéndome que escuche esto o lo otro. Pero, sobre todo, me pone a Paco y a la Niña de los Peines. ¡Conduce bien, además!

I: Es que los gitanos somos buenos pilotos, nos gustan los coches potentes.

A mí cuéntame cómo fue la transacción de ese coche, de ese Mercedes antiguo que es igual que el que llevaba Camarón. ¿Cómo encuentras ese coche?

I: Vamos a ver, yo soy un gitano antiguo, me he criado con gente mayor porque he cantado desde pequeño, siempre me buscaba mi padre o mi abuelo para que cantara a sus amigos. Yo tenía como ocho o diez años y ellos 30 años, ahora tienen 60 o 70 años y también son mis amigos. Te voy a decir las cosas como son. Yo ahora tengo 30 años, ¡pero es como si tuviera 160 años! ¿Sabes cómo te digo? Yo me junto con niños de 20 años y, quizá, estoy más cómodo con la gente adulta. Aunque, ojo, me gusta también mi Play Station. El otro día estábamos de fiesta en mi casa y jugué con unos primos míos al FIFA. ¡Me decían que no sabía jugar! ¡Pues les gané! Así de claro. Y luego me fui con mi abuelo y le canté por soleá. Este el contraste, ¿qué te parece?

A mí me parece fantástico, pero no me has contado lo del coche.

I: ¡Ah sí! ¡Voy! Estaba buscando un coche antiguo y Camarón, que Dios lo tenga en su gloria, tenía un modelo como ese Mercedes y se lo dije a mi hermano mayor, a Luismi. Pasó el tiempo y no lo encontraba, era complicado, hasta que un día, de repente, me pitó en la puerta de mi casa, salí por la ventana y ¡ahí estaba el coche! Me lo regalé y me gasté 300 euros en cintas porque ¡tiene radio de casete!

(Muchísimas risas) Pero, hombre, puedes poner un adaptador.

I: No, no, nada. Busqué en Wallapop y di con un señor en Valencia que tenía todas las cintas del mundo. Me las ponía a 5 euros, pero le dije que me iba a llevar muchas y que me tenía que hacer una rebaja. Echa cuentas, al final me puso la cinta a 3 euros. ¡Era una colección genial! ¡No iba a dejar pasar esa oportunidad! Así que, mira, tú te subes a mi coche y en la guantera no hay papeles, ¡solo hay cintas!

Pero, ¿y el seguro, la ITV y todo eso?

I: Lo tiene la Guardia Civil cuando mete la matrícula. A ver si la antigua vas a ser tú… (Risas) Tengo toda la guantera llena de cintas y una navaja.

¿Una navaja?

I: Sí, una antigua que venía con el coche, muy vieja, oxidada, que no vale para nada. Ni la he abierto, por si acaso, me ha dado respeto. Con eso no se puede cortar nada, a no ser que vayas al campo y tengas que cortar un esparraguito o un buen cardo. Yo conduzco mucho por los caminos, me gusta mucho el campo, el aire, las estrellas… Bajo la ventanilla con mi manivela, abro el techo panorámico que viene de serie y me pongo mis cintas antiguas que suenan fabulosas.

Diego, tu padre no quería que fueras guitarrista, sino cualquier cosa, incluso protésico dental. Ahora no tendrías trabajo, la mascarilla es una buena oportunidad para los mellados y los feos/as, pero muy mala época para los guapos/as.

D: (Risas) Es verdad, tienes toda la razón. Yo desde que tenemos que llevar la mascarilla me arreglo menos y me digo: “Pero, ¡para qué si tengo que llevar esto!”.

No eres como Israel, entonces, que siempre va con su hato impoluto pase lo que pase.

I: Efectivamente, siempre voy con mi hato. ¿De dónde eres tú que sabes eso del hato?

De los Montes de Toledo.

I: Ah, mira, que eres toledaaaana. Me voy a poner manchego, verás tú, ¿cómo están los Montes de salvajismo? (Risas) A mí es que me gusta la caza, sabes, pero no con escopeta, me gusta con sus galgos.

D: Los galgos son muy elegantes.

I: Sí, los galgos son gitanos. Tienen cara de gitanos.

(Risa) ¿Qué es tener cara de gitano?

I: Los gitanos tenemos algo en la cara que, aunque no nos conozcamos, nos reconocemos. Nos miramos a los ojos y ya sabemos que somos gitanos.

D: Mira, un día en Times Square y viendo a uno la cogotera (se señala la cabeza) a lo lejos, les dije a los que iban conmigo: “Esos son gitanos, os lo digo yo”. ¡Y sólo le vi por detrás, eh! Pero con la manera de vestir, de andar y la forma de llevar el pelo, no sé, yo sabía que eran gitanos. Se lo pregunté y, claro, eran gitanos. Nos vemos rápido.

Yo siempre he querido ser gitana porque cuando llegáis suena la guitarra, pero soy paya, así son las cosas.

I: ¡Pues tendrás el corazón gitano! (Risas) Nosotros somos una minoría, en el buen sentido de la palabra porque, la verdad, para mí la minoría también es grandeza, en lo poco está lo grande, ¿sabes? Los gitanos tenemos una forma de vida, nuestros abuelos y padres nos han criado de una manera que no se olvida, se nos queda dentro, es algo genético. En mi casa observo a mi madre, tan sencilla, que no ha salido casi de mi pueblo, y me digo: no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita. Me gustan las cosas pequeñas, por ejemplo, siempre en Navidad le pongo un árbol pequeñín a mi madre y le llevo un roscón de Reyes, esta felicidad con tan poco es enorme para mí.

D: Estoy de acuerdo. La forma de disfrutar de la vida, de cuidarnos y cuidar, la libertad. Nosotros a la libertad le damos mucha importancia. Siempre estamos celebrando, allí en Jerez lo celebramos todo por bulerías: un bautizo, que te toquen los cupones o que se arregle la televisión.

Uno cuando es conocido, ¿está preparado para que se le acerquen los aduladores?

D: A mí, por ejemplo, me paran mucho para decirme algo de mi padre o contarme una anécdota con él. Eso me encanta porque siempre me impregné de toda la filosofía de mi padre, tanto de vida como de arte. Yo a mi padre lo echo mucho de menos.

Israel, háblame de tu abuela Petra.

I: Una mujer de La Mancha, sencilla, pero una artista total. Vendía sus retales, sus sábanas y siempre ha cantado muy bien, pero no pudo dedicarse a ser cantaora porque mi abuelo no la dejó. Eran otros tiempos, claro, pero no le gustaba nada. Así que, como no la dejó ser artista, pues vino un gitano forastero de Jaén y se casó con él, algo raro porque los gitanos nos casamos con conocidos. Pero bueno, así fue y aquí estamos en La Mancha.

¿Qué te parecemos los manchegos, Diego?

D: Es que mi Isra es muy especial. El flamenco está más interiorizado en los gitanos de la baja Andalucía, aunque haya gitanos en toda España. Él muchas veces, es que no sé dónde ubicarlo, pero siempre presume mucho de ser un gitano manchego. 

(Risas)

I: Los gitanos manchegos son muy auténticos y sencillos. En mi pueblo en verano venden sus melones y sus sandías, en invierno sus pijamas o sus calcetines en sus furgonetas porque, ya lo sabes, todos tenemos furgonetas. Gitanos humildes, pero muy señoritos.

Gitanos que están con sus botines de tacón cubano en su casa como tú. ¿Siempre has ido vestido así por Corral de Almaguer?

I: Sí, siempre. De pequeñito, que tengo fotos, siempre iba con camisa y pantalones de pinzas. Es que en mi familia siempre han vestido así.

D: Es verdad, eh, no te intenta vender un personaje. (Risas) Muchas veces, cuando quedo con él pienso: “¿Cómo vendrá vestido hoy?”. Es muy versátil.

¿Crees que nos puedes llegar a sorprender aún más con tus looks?

I: ¿Cómo? ¡Aún no he empezado! (Muchísimas risas) Tendrías que verme cómo voy a jugar al pádel… ¡Juego fatal, eso sí!

Pero, ¿vas así vestido a jugar al pádel?

I: Según me pille. Pero, me suelo poner un pantalón de chándal, mis deportivas y una camiseta de tirantes de esas antiguas, de las azules, ¿sabes cuáles te digo?

Sí, las de Abanderado de toda la vida, que también las había en amarillo.

D: Esas, esas. ¡Le encantan!

I: Yo me pongo a jugar, me quito mis anillos para que no se rompan y me la gozo. Y a la playa voy con mis botines, no voy con chanclas.

D: ¡Hay pruebas gráficas!

¿Tenéis hijos?

I: Sí. Diego tiene dos niñas y yo dos niños, uno de tres años y el otro cuatro meses, éste es el ahijado de mi compadre. Se llaman Romeo y Sansón.

¿No me digas? Los nombres de tus hijos son igual de sorprendentes que tus camisas. ¿Sansón porque tiene pelazo? (Reímos muchísimo)

I: Sansón fue porque se lo puso Dios. Cogimos la Biblia, la abrimos y, antes de que estuviera embarazada, había un versículo que decía: “Tendrás un hijo varón y lo llamarás Sansón”. Al poco tiempo, se quedó en estado, fue un varón y como Dios cumplió, yo también tenía que cumplir. Y ahora el niño sale rubio y con el pelo rizado, así, de tu color, color del oro.

¿Qué queréis que ponga en vuestro epitafio?

I: Pero, hija, ¡cómo vamos a terminar así con esta pregunta tan fea!

(Risas) Venga, vale, ¿cómo queréis que os definan en vida?

I: Pues que digan que soy buena persona y con lealtad. Si tienes estas dos cosas, eres una persona completa.

D: Mi Isra es buena persona, se da entero. Es muy de verdad.

¿Eres valiente también?

I: No mucho, sólo cuando no me queda más remedio, pero si puedo, ¡echo a correr!

(No podemos de la risa) 

@MaríaVillardón

Lo último en Cultura

Últimas noticias