Isabel Baquedano, la historia más hermosa de una perla rara en el arte del S. XX

Detalle de Autorretrato con vestido blanco (Introspección), c. 1980. Colección particular
Detalle de Autorretrato con vestido blanco (Introspección), c. 1980. Colección particular
María Villardón

La pintura de Isabel Baquedano (Mendavia, Navarra, 1929 – Madrid, 2018) es sobrecogedora y, sobre todo, complicada de clasificar en un sólo movimiento artístico concreto. El Arte Pop procedente de Reino Unido y EEUU se aprecia en su obra, por ejemplo, ‘Peluquería de señoras’, el Simbolismo está absolutamente presente a la hora de usar el color y los volúmenes, el Futurismo impregna sus coches y sus solitarias estaciones de autobús, tan bellas e introspectivas, mientras el conocimiento del Renacimiento primitivo se percibe indudablemente en las escenas religiosas que pinta sin cesar hasta el final de sus días.

El universo interior de Baquedano es, créanme, indescriptible y aún desconocido, sobre todo porque la artista, como se ha dicho en diversas ocasiones sobre ella, vivía por y para la pintura rehusando participar en las exposiciones donde, sin duda, debía estar. No sólo por la calidad de su obra y por su contemporaneidad, sino por su aportación a la Historia del Arte, la aportación de un lenguaje artístico que se revisaba una y otra vez de manera incansable hasta dar con algo asombrosamente siempre novedoso.

Su obra es un vaivén de sensaciones, es emotiva, a veces irracional, a veces tremendamente cotidiana. Cada paso por su trayectoria permite ver algo que no se había visto antes. Sólo una mirada a sus composiciones, todas aparentemente inacabadas, basta para que esa mezcla entre lo cotidiano y lo espiritual azote, sin saber la razón, el alma. Por su engañosa sencillez es posible pensar que se está ante una obra formalmente plana, pero sólo una persona con un conocimiento intenso y puro de la Historia del Arte es capaz de dar soluciones artísticas y pictóricas como las que hace la artista navarra a cada uno de sus cuadros.

Despedida, 1976. Colección Mercedes Navarro Latorre
Despedida, 1976. Colección Mercedes Navarro Latorre

Ahora, merecidamente, el Museo de Bellas Artes de Bilbao ha dedicado una gran exposición a Isabel Baquedano bajo el nombre de De la belleza y lo sagrado que podrá verse hasta el mes de enero de 2020. “Tengo el gusto de presentar esta primera retrospectiva, exactamente lo que prometí a Isabel que no iba a hacer cuando hablamos semanas antes de su repentina muerte con motivo de una exposición que estábamos preparando. Se resistía a exponer, pero quiero pensar que tras esa negativa siempre tuvo una escondida ilusión», comentó Miguel Zugaza, el director del Museo de Bellas Artes de Bilbao.

Así era Baquedano, una artista que, tal y como ha comentado su entorno, se vendía fatal, llegaba tarde a sus propias exposiciones individuales y, además, rechazaba siempre las visitas a su estudio porque le quitaban tiempo para pintar. “La pintura de Isabel es una aventura, ver trabajar a Ángel Bados, su íntimo amigo y comisario de la muestra, ha sido extraordinario y, en definitiva, esta es una exposición que se merece la maravillosa trayectoria artística de Isabel”, comentaba Zugaza.

La historia más hermosa

Otro de los títulos que se barajó para esta muestra fue La historia más hermosa’, por la cantidad de matices autobiográficos que encierra la obra de la artista navarra. La historia de amor de una familia –sin padre, ya que éste muere de una pulmonía en 1938–que en plena posguerra, con la dureza que eso conllevaba, se traslada de Zaragoza a Madrid para que Baquedano, en la que se vislumbraba una genialidad emergente desde muy pequeña, se formase en la prestigiosa Escuela de Bellas Artes de San Fernando tras su paso por la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza.

Pareja, 1978. Colección particular
Pareja, 1978. Colección particular

Su madre, Irene Elvira –de la que hay un pequeño retrato a lápiz en la muestra–, y su hermana Mayte se instalan en Madrid con ella para que la artista pudiera seguir desarrollándose en el mejor de los ambientes y una escuela por la que únicamente pasaban los mejores ya que, recordemos, las pruebas de acceso eran harto complicadas. Picasso, incluso, fue rechazado en una ocasión a entrar al no superar las expectativas de los academicistas.

Miriam Alzuri, comisaria de la exposición, explica la problemática de personalizarse como artista en una época en la que los demás están indagando en otros mundos. “Se dedicó de una manera intensa y apasionada a la pintura. No atendió a las modas, sino que fue fiel a su búsqueda. Por ello, sus piezas son singulares y enigmáticas, y, a veces, también complicadas de contextualizar”, explica Alzuri.

Esta es otra de las problemáticas con las que se han encontrado a la hora de abordar la obra de la navarra, contextualizar de manera detallada la obra de Baquedano porque era ingobernable. “Trabajar sobre Baquedano ha sido una gran ilusión, aunque podría haber sido un gran susto porque”, reconoce la historiadora Moya, “ha sido difícil al ser una artista radical a la que dejó de interesarle muy pronto ponerle fecha y firma a su obra”.

“Una actitud que no es casual”, según la experta Moya, porque de un modo u otro la asumieron muchos artistas de su tiempo, “comprometidos con una idea antielitista del arte, ya fuese trabajando en grupo o usando herramientas distanciadoras”. En el caso de Baquedano, según se argumenta en el delicioso catálogo de la exposición, realizaba un realismo que comenzaba por cualquiera de las 24 horas del día, pretendía que, en lugar de ser la obra un objeto de especulación, se valorase su utilidad social.

Destacan en este aspecto, por ejemplo, las obras cotidianas que reflejan la soledad del individuo en sus figuras solitarias en espacios industriales, las despedidas cargadas de emoción de sus personajes de espaldas o los objetos y lugares cotidianos que pintaba como la ‘Capilla domiciliaria que pintó en los años 50.

Capilla domiciliaria, 1950. Colección Herederas de Isabel Baquedano
Capilla domiciliaria, 1950. Colección Herederas de Isabel Baquedano

Esta obra, que podría pasar desapercibida ante la ingente producción de Baquedano, es una pintura que con sólo un gesto retrata toda una época en la que la religión estaba presente e instalada, no sólo en el interior de las iglesias, sino también en el seno de los hogares españoles. Es una composición resuelta con gran ligereza, ella tenía esa capacidad de hacer sencillo lo complicado a la hora de dibujar, pero que retrata algo mundano ya desaparecido que evoca aspectos muy populares de la sociedad española.

Es una artista que vive en su época, pero que, sin embargo, y aunque coquetea con las modas, de su interior y de su intensa búsqueda emerge una pintura marginal que no es posible encerrar en ningún movimiento artístico. Un espíritu que comparte con Juan José Aquerreta, artista y alumno de Baquedano en la Escuela de Artes de Pamplona donde la artista dejó una huella imborrable, según los expertos, y desde donde impulsó lo que se conoce como la ‘Escuela de Pamplona’. En definitiva, es una obra muy depurada sin concesiones a los superfluo, muy humilde en apariencia, incluso en los formatos.

“Sin concesiones a la moda, y la sorpresa, ha sido encontrar a una mujer muy libre que se plantea todavía experimentar con temas y técnicas muy poco habituales en su tiempo. Posee la capacidad para desdeñar lo que sabe hacer, es una persona muy dotada”, concluye Alzuri. Además de su lenguaje puramente formalista, el que tiene que ver con las formas y los colores, está su capacidad de ignorar las modas anticlericales de sus contemporáneos y no dejar de pintar escenas religiosas hasta el final de sus días. Moya explica que Baquedano era “muy religiosa, le dolía la degradación de la pintura y la representación religiosa que se hacía. Ella, por eso, quería salir delante de ese feísmo”.

Dinamitaba su capacidad de realismo

No obstante, y a pesar de ser capaz de pintar con maestría a los clásicos como El Greco o Velázquez, da muestra de ello un retrato de Felipe IV hecho cuando Baquedano tenía 18 años, según me contó en una ocasión su hermana Mayte, la mayor experta de la obra de Baquedano, “aunque algo seguro que se le escapa”, decía Bados en una presentación cargada de cariño y amor por una eterna amistad, ella se empeñaba en dinamitar “su capacidad de realismo porque era tremendamente exigente”.

Anunciación, 1995. Colección particular
Anunciación, 1995. Colección particular

En este sentido, Bados confirma que se enfrenta con gran tensión a sus obras, las aborda dinamitando su propia capacidad de retratar la realidad. Prueba de ello”, explica, “son las representaciones de María Magdalena que hay en la exposición, eso sólo sabe hacerlo alguien que posee un gran conocimiento del arte y de la técnica artística” porque, detalla, “cada una de las obras de Isabel tiene una solución artística distinta, ninguna es igual”.

Hasta este año, hasta 2019, no se le ha dedicado una retrospectiva individual a Baquedano, ni tampoco un estudio monográfico como el que ha surgido de ‘De la belleza y lo sagrado’. Es una desconocida para el gran público, pero ha conquistado el alma de unos pocos, que pronto serán muchos, con su intangible capacidad de imponer la reflexión a todo aquel que se enfrenta sin prejuicios a su obra. Es cierto, con esta exposición en el Museo de Bellas Artes de Bilbao se ha faltado a la palabra de la artista navarra, empeñada en difuminar su firma como difuminaba sus obras, pero menos mal que lo han hecho.

@MariaVillardon

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